Intervencionismo en el mundo "globalizado": ¿ruptura o continuidad del "viejo orden"?


Intervencionismo en el mundo "globalizado": ¿ruptura o continuidad del "viejo orden"?
Estado nacional, soberanía e intervención en el proceso histórico mundial del siglo XX

Rubén Laufer y Claudio Spiguel
III Jornadas de Historia de las Relaciones Internacionales "Globalización e Historia". Tandil 26-27-28 de junio de 1996
Publicado en Globalización e Historia, H. Cámara de Diputados de la Nación, Bs. As., 1998


INTRODUCCIÓN


La conformación del llamado "Nuevo Orden Internacional", como consecuencia de los profundos cambios operados en el escenario mundial durante poco más de un quinquenio, ha traído aparejada como uno de sus rasgos centrales la generalización de un verdadero paradigma neointervencionista. Lejos del mundo unipolar y unificado bajo los preceptos del capitalismo liberal que en los albores de nuestra década vaticinó Francis Fukuyama, el fin del sistema bipolar dio paso a la proliferación de conflictos locales y a una sistemática intervención -militar o política, a título individual o colectivo- en los asuntos internos o "externos" de una serie de países.
La Guerra del Golfo Pérsico en 1991 -y antes de ella la ocupación norteamericana de Panamá-, así como los casos de Somalia, el Zaire, Haití y Bosnia, han actualizado el debate histórico sobre la naturaleza de la acción intervencionista y, más en profundidad, acerca de la vigencia, en las nuevas circunstancias mundiales, del Estado-nación como sujeto central de las relaciones internacionales contemporáneas, y de principios que hasta hace poco eran considerados -por lo menos en el plano normativo y doctrinario- parte fundamental del sistema internacional, como los de soberanía nacional, no intervención, no injerencia y autodeterminación de los pueblos. Principios que reconocen su origen en la prolongada lucha de los países coloniales y dependientes contra la dominación económica y política de las grandes potencias.
El discurso teórico de muchos estudiosos y funcionarios políticos argentinos y extranjeros insiste hoy en la necesidad de "flexibilizar" esos principios en aras de la defensa de "valores globales" que se consideran amenazados por estados "transgresores" de la legalidad internacional, fundamentando la legitimidad de los postulados intervencionistas en el accionar ahora colectivo -principalmente a través de organismos multilaterales de carácter mundial o regional- al que se estima correlato político del proceso de "globalización" económica en curso. Las teorías que -como la del llamado realismo periférico- postulan que las estrategias de política exterior de los países periféricos deben adaptarse a la estructuración jerárquica del actual orden mundial como "seguidoras" de las naciones "líderes", consideran asimismo que el "derecho de intervención" ocupa un sitio natural entre las normas del nuevo orden jurídico internacional.
El presente trabajo se propone discutir, a la luz del proceso histórico del último siglo, la legitimidad del intervencionismo en el actual sistema internacional, y develar en el paradigma intervencionista del "nuevo orden" el predominio de los elementos de ruptura o de continuidad con el pasado. La hipótesis que aquí se sustenta puede resumirse así: el advenimiento de un sistema internacional multipolar y el proceso "globalizador" en las relaciones económicas mundiales no han significado la constitución de una "comunidad internacional" esencialmente homogénea, caracterizada por la igualdad de las naciones ante el derecho internacional; la persistencia de la dependencia, el atraso y la opresión económica y política de los países del mundo periférico por las grandes potencias, así como de la rivalidad entre éstas por el predominio mundial -más allá de sus circunstanciales acuerdos en la determinación de sus respectivas "áreas de influencia"-, siguen estando en la base de la mayor parte de los conflictos actuales; dichos rasgos determinan también la formulación de un "derecho de intervención" que, hoy como ayer, sólo pueden esgrimir los estados poderosos en función de estrategias derivadas de sus propios intereses nacionales y en desmedro de los intereses nacionales de los países del mundo periférico.




"Globalización", "regionalización" y bloques

El "Nuevo Orden Internacional" (NOI) se ha ido delineando sobre el trasfondo del acelerado proceso denominado de "globalización" -que consagra  un nuevo momento en la internacionalización del capital monopolista- inducido, entre otros fenómenos, por las nuevas formas de organización de la producción, el acelerado desarrollo científico-técnico, la progresiva liberalización e interconexión de los mercados financieros y la reformulación de la división internacional del trabajo. Todo ello ha significado un cambio cualitativo en el grado de interrelación económica de las naciones[1].
En el plano político-estratégico, el proceso de "globalización" tuvo como catalizador la desintegración de la URSS y del bloque soviético, y el consiguiente debilitamiento relativo de Rusia como potencia mundial. El fin de la guerra fría y del sistema bipolar de las superpotencias -Estados Unidos y la Unión Soviética- devino en la emergencia de una estructura mundial policéntrica. El fortalecimiento de la Unión Europea y del Japón se mide principalmente, hasta el momento, en términos económicos. Los Estados Unidos, por su parte, se ven precisados a compensar mediante su superioridad militar los desafíos que en el campo económico, financiero y científico-tecnológico le plantean las nuevas potencias emergentes.
Al mismo tiempo, el acelerado proceso de formación de espacios regionales plurinacionales orientados hacia la integración económica -Europa, el Area de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), Japón y su área de influencia en la región Asia-Pacífico- se ha constituido en el rasgo más visible de este proceso en el plano económico[2]. El proceso de "regionalización" constituye el modo contradictorio en que se manifiesta la "globalización" de las relaciones económicas internacionales. Se trata de un desarrollo por ahora limitado a la formación de megamercados, asociados, cada uno, a uno de los nuevos polos del poder económico mundial, pero por ello mismo también con evidentes connotaciones políticas y estratégicas. La progresiva integración en el interior de dichos espacios convive con una visible acentuación del proteccionismo entre los mismos, configurándose así una tendencia hacia la formación de verdaderos bloques económicos rivales, como se ha perfilado en el último período con los albores de una "guerra comercial" entre los EE.UU. y Japón, con las tensiones existentes en el campo financiero mundial originadas, entre otras causas, en el sideral déficit norteamericano, y con las que crea el avance de los nuevos polos económicos en la consolidación de sus respectivas esferas de influencia.
Estas tendencias se reflejan ya en formulaciones  "realistas" como la que, con un sesgo "culturalista", sostiene S. Huntington sobre el "choque de civilizaciones". Para este autor no se vislumbra un mundo "globalizado" y en lo fundamental armónico, sino que se abre un período signado por la amenaza de la "ajenidad" cultural, frente a la cual Huntington sugiere la necesidad de que los Estados Unidos y Europa estrechen filas sobre la base de sus comunes valores culturales. Debe recordarse que en febrero de 1995 el Secretario General de la OTAN Willi Claes señaló al mundo islámico como sucesor de la "amenaza comunista" sobre Occidente. De hecho se ha venido delineando una versión actualizada de la doctrina de la "contención", dirigida ahora contra los que algunos llaman "estados delincuentes" que -salvo Corea del Norte- son en su mayoría estados islámicos (Irak, Irán, Libia)[3].
La burguesía monopolista japonesa, por su parte, avanza a paso firme en el este de Asia. "Dentro de este nuevo escenario [el del fin de la guerra fría] se ha ensanchado el área diplomática de Japón, dueño de una mayor independencia ya que ve disminuida su necesidad de subordinarse al poder militar de Estados Unidos..." [4]. "De los movimientos que Estados Unidos realiza para desempeñar el papel de líder en el foro de Cooperación Asia-Pacífico (APEC) se desprende que intenta participar con agresividad en los emergentes mercados del este asiático. Esto significa que el foco central de las fricciones entre Japón y EE.UU. se desplazará del desequilibrio en el comercio bilateral hacia las actividades económicas de Asia Oriental. Así pues, cabe esperar que las industrias japonesas dirigirán sus miradas con renovado interés hacia el confucianismo, el budismo y otros elementos comunes a la cultura del este asiático y los utilizarán para sacar ventaja a los países de Occidente en la batalla por conquistar una posición en China y en otros países de este continente" [5]. Recientemente, también, funcionarios del gobierno de Japón han denunciado la difusión en los círculos dirigentes norteamericanos de "una suerte de monroísmo", tendiente a excluir a las empresas japonesas de los mercados latinoamericanos.
Por su parte, también la clase dirigente de Alemania se apresta a encarar en todos los terrenos la competencia con los otros polos de poder mundiales: "Hasta ahora hemos coordinado en gran medida nuestra política económica en el marco de la Comunidad Europea, pero queremos la Unión Europea, es decir la integración política... Considero que la integración de Europa también se debe impulsar en otros países miembros a pesar de algunas resistencias, ya que como europeos sólo podremos afrontar la competencia económica y política con los Estados Unidos y con Japón si continuamos profundizando nuestra política económica conjunta... profundizando nuestra cooperación en el terreno de la política exterior (y a largo plazo en lo relativo a la política de seguridad)" [subrayado nuestro][6].
Dentro mismo de la comunidad internacional "globalizada" despunta así, con renovada fuerza, el nacionalismo de las grandes potencias.






Dos tendencias

Como correlato de la tendencia "globalizadora", se diagnostica en el plano político una creciente pérdida de poder y autonomía de decisión de los estados nacionales, condicionados por un lado por los alicientes o restricciones que les imponen la extrema concentración del poder económico en manos de las empresas y del capital financiero multinacionales y el protagonismo cada vez mayor de los organismos multilaterales a nivel tanto regional como mundial; y, por el otro, por la fragmentación de las soberanías nacionales a impulso de acentuados particularismos étnicos o culturales.
Pero, al remarcarse unilateralmente la creciente interconexión económica mundial, se olvida -consciente o inconscientemente- no sólo la vigencia de la rivalidad entre las potencias sino, principalmente, la actualidad de la contradicción entre países dominantes y dominados. El presente período del capitalismo contemporáneo sigue caracterizándose por la presencia de "dos tendencias simultáneas e inescindibles: una, hacia la proliferación y profundización de los vínculos internacionales; la otra, de resistencia a la opresión nacional y hacia la creación de estados nacionales. Ambas tendencias coexisten y son antagónicas... La interdependencia, la internacionalización de la economía y la política a la que tienden los núcleos dirigentes de las grandes potencias no ha podido expresarse sin acentuar, al mismo tiempo, la dependencia e incrementar los niveles de atraso de las naciones más débiles" [7].
Por eso, como observa P. Kennedy, pese al desarrollo de una cantidad de problemas globales de difícil control por los gobiernos -entre los que suelen enumerarse desde el narcotráfico, la "crisis de población" y el riesgo ecológico hasta los emergentes de la violación de los derechos humanos o de la democracia representativa-, y pese al papel creciente que frente a aquéllos desempeñan las instituciones mundiales como las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el FMI, el abordaje de la problemática surgida del fenómeno globalizador sigue requiriendo de acuerdos inter-nacionales; de modo que "aún cuando la categoría y las funciones del Estado hayan resultado erosionadas por las tendencias transnacionales, no ha surgido ningún sustituto adecuado para reemplazarlo como unidad clave a la hora de responder al cambio global" [8].
Esta doble direccionalidad de las tendencias mundiales ha dado lugar a posiciones encontradas respecto al modo de afrontar los nuevos desafíos del "orden global", y en torno al rol del estado como articulador de las economías nacionales con la economía "global". ¿Deben las sociedades nacionales adaptarse a las nuevas tendencias? Siendo así ¿en qué sentido adecuar el tipo de inserción internacional de los países? Más allá de sus relativas divergencias, los puntos de vista predominantes coinciden en considerar inexorable el debilitamiento de los estados como sujetos centrales del sistema mundial, de lo que derivaría la inevitabilidad de ajustar el "modelo" de desarrollo y las políticas nacionales a los principios vertebrales del nuevo "orden global".
El objetivo debilitamiento de la autonomía y del poder de decisión de las naciones del mundo periférico constituye la base en la que se apoyan los planteos dirigidos a "flexibilizar" los principios vinculados a la defensa de la soberanía nacional. La emergencia de "problemas" que involucran a todas las naciones ha permitido que se hiciera referencia al conjunto de estados del planeta como a una "aldea global" o "comunidad internacional"; pero en la base de esta concepción subyace la de un mundo igualitario, de naciones sin contradicciones esenciales entre sí, en el que el tratamiento de los "problemas globales" trascendería los marcos nacionales y las distintas perspectivas e intereses inherentes a ellos y requeriría, por consiguiente, respuestas de la "sociedad internacional", en función del "bien común" y en virtud de valores "compartidos por todos" [9].


"Seguidores" o "africanizados": una disyuntiva interesada

Aunque se diagnostica una generalizada pérdida de peso de los estados nacionales, no hay unanimidad en cuanto a la medida de ese debilitamiento. Una corriente "internacionalista" extrema la pérdida de importancia del estado-nación, entendiéndola como contrapartida necesaria del crecimiento del poder de las compañías multinacionales y de los organismos multilaterales. Ultimamente, sin embargo, tanto en el ámbito académico como en el político han adquirido mayor influencia las interpretaciones "realistas", para las cuales las relaciones internacionales siguen siendo esencialmente un campo de fuerza, donde los estados nacionales son todavía el actor central en el marco de una nítida jerarquía -establecida y reconocida de hecho- de su respectiva relevancia mundial. A medida que la competencia y la rivalidad interimperialista se hacen más visibles, van perdiendo fuerza las teorizaciones acerca de una tendencia hacia un orden global supraestatal -vinculado al papel de las Naciones Unidas- y se abren paso, cada vez más, explicaciones de tipo "realista" que ponen en cuestión el rol central de los organismos internacionales[10].
Para Joseph Nye, el fin de la bipolaridad determinó que el funcionamiento del poder en la política mundial se hiciera "menos coactivo" -aunque, como es de esperar, no aclara si tal característica beneficia por igual a todos los protagonistas del escenario "global" o sólo a algunos de ellos-. Sin embargo, según Nye, la necesaria estructuración del nuevo orden deviene del papel rector de ciertas potencias "estructurantes", dotadas de "mayor poder de incorporación"; esto es, de las potencias que, como los Estados Unidos en la actualidad, son capaces de crear "para el capitalismo mundial un marco político institucionalizado", marco que incluye a las instituciones multilaterales[11].
Correlativamente en la Argentina, el punto de vista del realismo periférico de Carlos Escudé sostiene la necesidad de insertar a nuestro país en la jerarquía vigente de naciones "líderes" y naciones "seguidoras". Debido a su escaso poder, nuestro país se ve constreñido a encolumnarse detrás de las grandes potencias occidentales, "cuya visión global comparte" [12]. Una versión igualmente explícita de la tesitura de los "seguidores", pero ahora en el plano del discurso político, es la que expresa el pensamiento del presidente argentino: "Argentina se ha animado a romper con los tabúes de su política exterior. Estuvimos presentes en la coalición que se enfrentó a la demencia belicista de Saddam Hussein, no porque pensáramos en un mezquino rédito inmediato, sino porque la nueva dirección de la política exterior transforma a la Argentina en un actor plenamente integrado a un mundo que no permite ya el aislamiento... Los beneficios del Nuevo Orden Internacional en ciernes también nos alcanzarán en la medida que entendamos que el peor de los males que puede aquejarnos en esta década es el aislamiento de la fabulosa aventura de construir una civilización universal... Nosotros teníamos que estar en el Golfo. En la búsqueda de nuestro propio beneficio, porque de esa manera mejoramos decisivamente nuestra posición estratégica internacional, en una intensidad infinitamente superior a lo que hubiéramos logrado con miles de declaraciones públicas correctas e irreprochables" [13].
La admisión de un "orden global" regido por las potencias "estructurantes" -incluida la autoasignación por parte de éstas de un supuesto "liderazgo" acorde a antiguas o nuevas "responsabilidades" internacionales[14], es decir de la facultad de fijar y garantizar los márgenes de acción posibles para la masa de naciones "seguidoras"- plantearía a los países periféricos la disyuntiva de adaptarse a las normas de la estructura global así definida o condenarse a la "desconexión" respecto del actual orden internacional y consiguientemente de los beneficios que se le atribuyen[15].
La clara connotación imperialista que guardan estas interpretaciones se condensa en el neologismo de africanización con que los teóricos del "nuevo orden" aluden a los riesgos que -desde la perspectiva de las grandes potencias- depara la tal "desconexión" a las naciones reticentes a integrarse al "orden": "Si Sendero Luminoso tomara el poder en el Perú... simplemente romperíamos relaciones con el Perú... Lo mismo con Brasil: si quiere tomar una posición aislacionista, no romperíamos relaciones con este país, pero simplemente podría convertirse en nación africana, por así decirlo. El punto es que ahora podemos darnos el lujo de despedir países enteros, cosa que no pudimos hacer durante la Guerra Fría por la preocupación de la contaminación ideológica y por la presencia de la Unión Soviética. Pero esto ahora ha cambiado, y el proceso se puede dar más orgánicamente, en términos de cuáles son las sociedades nacionales viables y cuáles no. La única excepción de todo esto es Venezuela, porque es el segundo país proveedor de petróleo para Estados Unidos..." [16]. Una vez más toma la palabra en igual sentido el realismo periférico de C. Escudé, quien rotula de reaccionaria a toda oposición a intervenciones multilaterales que se lleven a cabo en Latinoamérica "en defensa de la democracia": "¿Cuál sería la consecuencia del triunfo de la reacción? Expresado crudamente, la africanización del continente. Africa ya se ha 'caído' de la historia mundial. No cuenta" [17].
De acuerdo a los lineamientos con los que se teoriza acerca del nuevo orden globalizado, como hemos visto, cualquier atisbo de reivindicación nacional de las naciones débiles en el orden mundial así estructurado conduce al "aislamiento", es decir, a la marginación respecto de los factores de desarrollo económico y social atribuidos al proceso globalizador. El atraso del mundo periférico -es decir de la inmensa mayoría de la población del planeta- no sería entonces producto histórico de la opresión colonialista, la dependencia económica y sus eslabonamientos internos, que condicionaron durante el último siglo la estructura económica, social y política de esos países sino que sería, por el contrario, resultado de la lucha de las naciones coloniales y dependientes por su independencia y soberanía. Esta concepción parte, además, del supuesto antihistórico de que tras la segunda guerra mundial y anteriormente a la conformación del "nuevo orden" habría predominado "la figura de un estado-nación totalmente soberano y aislado del resto del sistema internacional" [18].
Coherentemente con tales postulaciones, esta visión  atribuye el atraso económico-social y sus correlatos políticos a una pretendida "irrelevancia estratégica" de determinadas áreas periféricas para las potencias centrales[19] -que a causa de ello se desentienden de su progreso económico- o al "ejercicio irrestricto de la soberanía nacional" por parte de las naciones periféricas, posición que ha sido calificada de "soberanía del hambre" [20].
El presente trabajo centra su análisis en el nivel político-estratégico. Partiendo de la multiplicación del fenómeno intervencionista en la actualidad internacional, busca contrastar los planteos hoy dominantes en el discurso teórico y político con los hechos del mundo contemporáneo a la luz de la experiencia histórica.


MULTIPOLARIDAD E INTERVENCIONISMO MULTILATERAL


Se ha tendido a legitimar las prácticas intervencionistas que proliferaron en el escenario internacional durante el último quinquenio mediante la acción de organismos multilaterales, a quienes se asigna la misión de defender la "legalidad internacional". La Guerra del Golfo Pérsico fue el escenario que inauguró el nuevo protagonismo de las Naciones Unidas. La gestión mediadora de la OEA y su aval a la posterior intervención norteamericana en Haití amplió luego ese rol protagónico de los organismos multilaterales.
El sistema bipolar había relegado a la Organización de las Naciones Unidas a un plano secundario. La desintegración de la URSS y del bloque del Este originó un generalizado temor al "caos" que podría derivarse, por un lado, de un potencial "estallido" de las nacionalidades en la ex Unión Soviética -particularmente tras el fallido golpe de estado de 1991 en Rusia y los acelerados cambios políticos subsiguientes- y, por el otro, de lo que ciertos teóricos denominan "difusión del poder" (aluden así a la "ingobernabilidad" de algunos países del mundo periférico a los que consideran "imprevisibles", y por consiguiente de riesgo para la seguridad internacional[21]). Los fenómenos originados en el fin de la bipolaridad confirieron, así, mayor relevancia al control internacional de posibles conflictos.
La "difusión del poder", sin embargo, devenía también de la nueva relación de fuerzas existente en la pos-guerra fría entre las propias grandes potencias mundiales y, consiguientemente, de las diferentes condiciones en que se desarrollaba la competencia entre ellas. Los acontecimientos de principios de los '90 catalizaron e hicieron visible la nueva realidad multipolar[22]. Lejos de conducir a una dispersión indiferenciada del poder por encima de los estados, o a una ilusoria unipolaridad con centro en los Estados Unidos, aquellos acontecimientos con que se proclamaba el triunfo definitivo del capitalismo liberal y la unificación del mundo conformaban en realidad, desde el punto de vista del sistema internacional, una coyuntura de formidable crisis de hegemonía.
Junto con el fin de la bipolaridad se fue manifestando la incapacidad de EE.UU. para dictar por sí mismos las nuevas reglas del juego. La desigual distribución de las diversas variables del poder -económico, financiero, tecnológico, militar, "mediático"- expresó a partir de entonces precisamente la diversificación y policentralidad de ese poder, en un escenario internacional que, por eso mismo, se halla impregnado de profunda inestabilidad[23].
En ese contexto, la ONU y las instituciones económicas internacionales se perfilaban como un espacio de negociación destinado a atemperar los inevitables roces provenientes de esa rivalidad. La nueva estructura mundial multipolar no implica una "jerarquía" ya cristalizada: aunque en la actualidad predominan los acuerdos, la existencia de intereses contrapuestos y el desigual ritmo de desarrollo económico, tecnológico, militar, etc. en el marco de la multipolaridad supone una creciente competencia y, con ella, un proceso de progresivo desequilibrio, con perspectivas de nuevas fricciones comerciales, financieras, políticas, etc.
Como hemos señalado, los Estados Unidos conservan la supremacía mundial en el terreno militar; simultáneamente, su relativa pérdida de hegemonía en los campos económico-financiero y científico-tecnológico inclinan a un sector de la clase dirigente norteamericana a recurrir a los mecanismos multilaterales para hacer valer la superioridad militar de esa potencia en el "nuevo orden" [24]. Por su parte, los polos competidores -Japón, los países de la Unión Europea- respaldan también su accionar en las estructuras multilaterales con el fin de condicionar el poderío militar estadounidense de acuerdo a sus propios intereses.
Por las razones mencionadas, el nuevo momento de la competencia internacional entre las grandes potencias subraya la necesidad de los acuerdos entre ellas: ello ha constituido la base objetiva de la visión "globalista" en el plano político-estratégico, y de la relativa relevancia que ha adquirido el papel de los organismos internacionales.
Sin embargo, y pese a la consolidación del fenómeno "globalizador", la ONU y otros organismos similares están lejos de constituir un poder supraestatal, un "superestado" capaz de actuar por encima de los estados de las grandes potencias y en desmedro de la soberanía de éstas. El tan invocado debilitamiento de los estados nacionales no atañe a las grandes potencias mundiales, salvo en la medida en que éstas se ven precisadas a establecer acuerdos bi o multilaterales para resolver las diferencias surgidas de intereses encontrados. Por otra parte, sectores internos de esas potencias, en polémica con quienes sostienen la preeminencia de los marcos multilaterales para el despliegue de sus políticas exteriores, enfatizan ya la primacía de su estado nacional. Según la ex embajadora norteamericana ante las Naciones Unidas Jane Kirkpatrick, surgió en los Estados Unidos a propósito de la intervención en Somalia una corriente de pensamiento favorable a "un papel más activo de los Estados Unidos en el mundo", y temerosa al mismo tiempo de que la recurrencia a las Naciones Unidas derivara "en una resbalosa pendiente hacia el gobierno mundial" y de que, al buscar la autorización de la ONU para llevar a cabo intervenciones (Golfo, Somalia, Bosnia) "se esté creando y reforzando la idea de que el uso de la fuerza es legítimo sólo si lo autoriza la ONU". Para la funcionaria de la administración Bush, tal actitud por parte de los EE.UU. implicaría delegar en el organismo internacional su soberanía y deteriorar "la capacidad norteamericana para actuar sobre la base de sus propios valores en la búsqueda de sus propios intereses..." [25].
Los factores que condicionan el mayor o menor papel de las Naciones Unidas se han expresado, históricamente, en correspondencia con la evolución de la relación de fuerzas entre las grandes potencias mundiales entre sí y entre éstas y las naciones periféricas.
La ONU fue fundada por las potencias  aliadas durante la lucha contra el nazismo. Constituyó en sus orígenes, por un lado, un proyecto global motorizado por los Estados Unidos para afirmar su supremacía dentro del campo capitalista y, por el otro, un marco para la búsqueda de acuerdos entre los "campos" capitalista y socialista. El surgimiento de la guerra fría secundarizó y circunstancialmente paralizó a la ONU. En la medida en que la URSS se convirtió más tarde en una superpotencia que pasó a disputar con los Estados Unidos la supremacía mundial, las Naciones Unidas pasaron a constituir un foro secundario -de acuerdos y rivalidad- en un mundo definido por la competencia hegemónica de las dos superpotencias y por la inmensa superioridad del poderío militar de éstas sobre el resto de los países del mundo, incluídas las demás potencias capitalistas de Occidente.
A la vez, en un proceso que arranca con la conferencia de los países afroasiáticos en Bandung (Indonesia, 1955), fue expresándose en la ONU el peso creciente de las naciones del tercer mundo emergentes del proceso de descolonización, protagonistas por entonces de experiencias nacionalistas y de lucha antiimperialista que desafiaban el orden bipolar mediante posiciones de no alineamiento. Esta tendencia manifestaba un nuevo tipo de pensamiento universalista ligado a la afirmación de las soberanías nacionales de los países coloniales y dependientes frente al expansionismo, la injerencia y la opresión económica de las grandes potencias. Ello incluía la reivindicación de la soberanía nacional como instrumento inescindible del progreso económico, social y democrático de esas naciones. (Esto aunque, al mismo tiempo, en su disputa hegemónica global, las dos superpotencias operaban -también en las organizaciones internacionales- tratando de instrumentar cada una en su favor el creciente peso político de los países "nuevos". Esta situación caracterizó el desarrollo de las instituciones multilaterales hasta la desintegración del bloque soviético,  apenas interrumpida por breves y precarios períodos de "distensión").
Simultáneamente adquiría fuerza la pugna de los países europeos por una mayor autonomía económica y política, lo que tendía a conferir mayor importancia al papel de la ONU como factor de moderación del hegemonismo de las superpotencias en el mundo bipolar.
En la actualidad, con la emergencia del nuevo orden multipolar se abrió un período en el que el mayor protagonismo de las instituciones multilaterales refleja una relación de precario equilibrio entre los diversos polos de poder, con hegemonía de los Estados Unidos. Sobre ese trasfondo se ha acentuado, a diferencia de las tendencias que se insinuaban en la década de los '60, un debilitamiento global de la gravitación política del mundo periférico. Este debilitamiento fue resultado de procesos operados durante las décadas de los '70 y los '80. Por un lado, los efectos de la crisis económica mundial fueron descargados principalmente sobre esos países. Por el otro, las condiciones en que se desarrolló la rivalidad entre las dos superpotencias fragmentaron y debilitaron las tendencias tercermundistas y nacionalistas. Una de las manifestaciones de este fenómeno es la notoria pérdida de peso político del Movimiento de Países No Alineados.


"Orden" mundial: una doble medida

En el marco de las tendencias "globalizadoras", la contradicción entre países imperialistas y países oprimidos se mantiene vigente. Como hemos señalado, el debilitamiento del estado nacional, lejos de ser un fenómeno "global", no atañe a los estados centrales sino sólo a los del mundo periférico; ello se ha reflejado también en las intervenciones multilaterales llevadas a cabo en nombre de la "legalidad" internacional bajo el "nuevo orden", sean en forma de embargo, bloqueo económico, inspección y control del stock armamentístico y de la industria bélica, o intervención militar directa. Las decisiones -y las acciones- en ese sentido han surgido fundamentalmente de acuerdos entre naciones -acuerdos en los que ejerce un rol decisivo el interés de las grandes potencias- y se ejercen también sobre unidades nacionales. La experiencia del último quinquenio vuelve a confirmar que, más allá de lo novedoso o no de las argumentaciones esgrimidas en su fundamentación, la intervención externa en los asuntos internos de los países sigue reconociendo los mismos rasgos esenciales que caracterizaron el intervencionismo a todo lo largo del presente siglo:
1) Las intervenciones sólo se llevan a cabo si se efectivizan contra una nación débil del llamado "mundo periférico". Es obvio que el recurso a la intervención queda excluido tratándose de potencias centrales: ello, de hecho, supondría no una intervención del "orden global" en una unidad nacional, sino una fractura de la "sociedad internacional" y una guerra abierta entre bloques enfrentados[26]. La estructura jerárquica del poder mundial es el fundamento de la "doble medida" con que los organismos multilaterales juzgan la conducta internacional de los países poderosos y la de los débiles, y la aplicabilidad o no de sanciones cuando consideran traspuestos los límites de la "ley internacional" [27].
Tal "doble medida" se hace evidente cuando se compara la tibieza de la reacción de las potencias mundiales y el silencio del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas frente a la reiteración de los ensayos nucleares franceses en el Pacífico sur, con la dureza -incluida la amenaza de bloqueo económico y aún de acciones bélicas- contra las actividades de investigación y desarrollo de la energía atómica de Corea del Norte. El Consejo de Seguridad jamás se ha pronunciado en favor de la realización de inspecciones -y menos por la lisa y llana destrucción-, sino apenas por la limitación, de los inmensos arsenales de armamentos nucleares, químicos y biológicos en poder de las grandes potencias, que en buena medida son las responsables y beneficiarias del comercio internacional de armamentos así como de su utilización en conflictos locales o regionales. Lo mismo puede observarse cuando se trata de la intervención por razones de "humanidad" o en resguardo del principio democrático.
2) Por lo general, la acción intervencionista aparece legitimada mediante la invocación de una finalidad ética -la defensa de valores "humanos", es decir, universalmente compartidos-. Pero, de hecho, la intervención sólo se practica cuando está en juego el interés económico o estratégico de una o más potencias[28]. La intervención se hace posible cuando otras potencias convergen con ese interés, o cuando la relación de fuerzas no les permite oponerse frontalmente a la acción intervencionista, lo que las impulsa a  reclamar la aplicación del principio multilateral como medio de control internacional sobre la o las potencias interesadas[29]. En particular requiere el acuerdo o la aquiescencia de los países que detentan el poder de veto en su carácter de miembros permanentes del Consejo de Seguridad (carácter que, dicho sea de paso, consagra una desigualdad legalizada por la Carta de la ONU y que no sólo las grandes potencias no objetan, ni mucho menos proponen eliminar, sino que probablemente se extenderá con el reclamo de su incorporación como miembros permanentes del Consejo que más tarde o más temprano harán Alemania y Japón)[30].
Todos estos condicionamientos se han reflejado en las divergencias que paralizaron la intervención "humanitaria" de las Naciones Unidas en el conflicto de Bosnia, y que desembocaron en los masivos bombardeos de la OTAN encabezados por la fuerza aérea norteamericana contra uno de los bandos en pugna, por encima de la opinión de los gobiernos francés y británico, que reclamaban el rol "pacificador" para los "cascos azules" de la ONU.





Amenazas "globales": legitimación del intervencionismo

La interconexión de las naciones en una economía mundial única constituye la base objetiva sobre la que se funda la aparición de los llamados "problemas" globales. La internacionalización del capital a partir de fines del siglo pasado llevó a un grado superior esa interconexión -cuya expresión entonces no fue la atenuación de las contradicciones entre naciones, sino la formación de los imperios coloniales y la disputa colonialista derivada del agotamiento de las posibilidades de expansión territorial de los mismos-. Consiguientemente se elevaron también a un nivel superior los "problemas" globales derivados de esa mundialización: así vio nacer el siglo XX las crisis económicas mundiales, la amenaza ecológica, y otros fenómenos que trascendían la esfera de acción de los estados y sus fronteras (la actividad cultural y científica, las diversas corrientes políticas e ideológicas emergentes de la sociedad capitalista -entre ellas las del movimiento obrero-, etc.). Pero también surgieron las guerras mundiales, momentos de apoteosis de los estados nacionales de las grandes potencias, expresión de la vigencia, y aún reforzamiento, del sistema inter-estatal bajo el cual se realizaba la expansión económica, y de sus contradicciones.
El entramado de las naciones en una economía mundial única no ha sido nunca, ni es hoy, armónica, sino contradictoria. Como hemos visto, el fenómeno globalizador no supuso la eliminación de las contradicciones "horizontales" -entre potencias y entre grupos monopolistas- y "verticales" -entre los países centrales dominantes y los pertenecientes al mundo periférico-. El "mundo uno" cuya vigencia hoy se alega no es un mundo de iguales, sino un mundo con países poderosos y países débiles, centrales y periféricos, dominadores y dominados, opresores y oprimidos. Y más allá de la efectiva interpenetración financiera y científico-técnica característica de las últimas décadas, en el plano de las relaciones internacionales el concepto de "globalización" viene a cumplir un papel similar al del viejo término de "interdependencia" [31]. "La agenda internacional no tiene hoy ningún tema originado en las demandas de los países en desarrollo -apunta Bernal Meza-. La visión 'interdependiente' del mundo no ha dado lugar al tratamiento de problemas globales que afectan al mundo en desarrollo, como el endeudamiento, el hambre y la desnutrición, el crecimiento económico, la negociación de los precios de los productos básicos... etc." [32].
Así, la problemática "global" comporta contenidos diferentes, y requiere formas de resolución diferentes, según sean los actores de esa interdependencia: la "globalización" económica, en su propio desarrollo, realiza la interconexión cada vez más estrecha entre todas las regiones del planeta afirmando al mismo tiempo los espacios nacionales: esto último, en primer lugar, como condición de la competencia entre los diversos capitales monopolistas y como base del accionar de los estados de las grandes potencias como instrumentos de esa competencia; y en segundo término, como consecuencia de la dominación económica -y política en diversos grados- de la inmensa mayoría del mundo que engendra su inevitable correlato de resistencia de los pueblos "periféricos", la cual, bajo diversas formas políticas e ideológicas, adquiere un contenido de defensa de sus propios espacios nacionales. Más aún: muchas naciones se constituyeron en tales como resultado de esa resistencia.
Por ello, la vigencia de "lo nacional" como categoría histórica no se explica por la mera perduración de prácticas políticas y culturales del pasado en las dirigencias o en los pueblos, como tendencia yuxtapuesta a la internacionalización. Por el contrario, tales prácticas se corresponden y articulan con la perduración y recreación de espacios económico-sociales nacionales como consecuencia de las propias tendencias inherentes al proceso de "globalización" económica. En referencia a esta interconexión orgánica entre internacionalización y formaciones nacionales señala Pierre Vilar: "Nacido de la colonización y del 'mercado mundial', el capitalismo ha universalizado la historia. No unificado, ciertamente -apunta-: eso será tarea de otro modo de producción" [33].
Por eso mismo, la actual etapa de las relaciones internacionales no supone una "universalización" indiferenciada de las decisiones políticas; tal concepción ideológica lleva a subsumir -aunque ello se presente bajo una forma legitimada a través de organismos multilaterales- los intereses y la capacidad de determinación nacional de la inmensa mayoría de las naciones del mundo a los de un puñado de grandes potencias, dotadas de los medios económicos, de la "influencia" política y, en última instancia, de los recursos militares para asegurar su prevalencia[34].
Una cantidad de "problemas" globales han sido esgrimidos como motivo y medio de legitimación del intervencionismo por parte de las que Nye denomina potencias "estructurantes". La experiencia reciente, así como la histórica, demuestra que detrás de esa argumentación la mayoría de las veces radican -de manera más velada o menos- las prioridades estratégicas de esas mismas potencias, en resguardo de las cuales se suele invocar los principios de la "seguridad internacional" o de la "juridicidad internacional". Pero, como venimos describiendo, la "seguridad internacional" no es un valor global definido en orden a un supuesto "bien común" amenazado, sino que alude a los riesgos u obstáculos que pudieran interponerse a las mencionadas prioridades estratégicas de las potencias.
En su gran mayoría, los "problemas globales" -que desde el punto de vista de los países centrales suelen ser identificados como "amenazas" para esa "seguridad internacional"- no son radicalmente nuevos, específicos de un "orden" inédito. No puede decirse que sea nueva la cuestión de las grandes migraciones de población, casi siempre en busca de mejores oportunidades o condiciones de trabajo, desde los países periféricos hacia los centrales. ¿Puede alegarse hoy la "novedad" del riesgo que entraña la carrera armamentística y nuclear? Incluso en cuestiones como las del narcotráfico y el medio ambiente cabe hablar más bien de la agudización de ciertos aspectos de una problemática que, en realidad, es inherente a la "racionalidad" socioeconómica imperante.
Del mismo modo, las argumentaciones (relacionadas  con la supuesta resolución de esos "problemas globales") en favor de "flexibilizar" el principio de no intervención constituyen la resurrección más o menos "aggiornada" de aquéllas que legitimaron la acción intervencionista de las grandes potencias a lo largo de todo el "viejo orden" de nuestro siglo.
Intervencionismo en el "nuevo orden": discurso y hecho

Hemos visto anteriormente cómo la fundamentación jurídica de la intervención multinacional en el Golfo -reivindicación de la "ley internacional" frente a la violación de la soberanía kuwaití por parte de Irak- deja crudamente paso a la simple motivación estratégica de las potencias, uno de cuyos ejes es el control de las reservas petroleras del Medio Oriente. Henry Kissinger, ex Secretario de Estado norteamericano, subrayaba además la dimensión político-militar: "Reducir el poderío militar de Saddam es esencial para recuperar el equilibrio político en el oriente medio... Esta oportunidad debe ser utilizada para restaurar la capacidad ofensiva [de los Estados Unidos] en el área" [35]. Al respecto cabe decir, con Marcel Merle, que si todo derecho surge de, y sanciona, una relación de fuerzas, a nivel internacional "la distancia entre el hecho y el derecho es forzosamente mucho mayor". "A este nivel, el derecho sirve más bien para enmascarar los hechos que para descubrirlos". Y subraya: "Cualquiera que se atenga al estudio de las reglas del derecho en vigor tendrá una idea absolutamente deformada de las relaciones internacionales" [36].
Así como el propio concepto de globalización se ha revelado fundamentalmente un concepto ideológico, que unilateraliza el actual grado de desarrollo de la internacionalización productiva, tecnológica, etc. en función de velar la pervivencia del fenómeno imperialista y la desigualdad esencial entre las naciones centrales y las periféricas, también se manifiesta ideológico el discurso tendiente a "desvalorizar" la soberanía nacional en el caso de esos países periféricos. La búsqueda de legitimación del intervencionismo bajo el "nuevo orden" recurre, así, a variadas argumentaciones, en la mayor parte de las cuales encontramos la huella de la vieja ideología imperialista.
Con el fin de ejercer control sobre los países periféricos, se instrumentan diversos mecanismos intervencionistas en función de inducir a aquéllos -o forzarlos- a adecuar sus orientaciones políticas a los requerimientos económicos y estratégicos de los países imperialistas, velados tras una supuesta preocupación de éstos ante las nuevas "amenazas globales".
En los últimos años ha aflorado una difundida inquietud a causa de los problemas "globales" derivados de la polución del medio ambiente, la proliferación del tráfico de drogas y la "difusión del poder" nuclear. A poco andar se evidencia sin embargo la existencia de un "doble discurso", mediante el cual las grandes potencias aspiran a oficializar sus criterios a nivel mundial, e incluso a justificar sus iniciativas intervencionistas contra los países que por su resistencia a subordinarse a esos criterios son incluidos en la categoría de "estados delincuentes".
La cuestión ecológica -originada en la irracionalidad propia de la producción capitalista motorizada por el beneficio privado- se ha agravado en el mundo "desarrollado" en la misma medida en que se extrema la competencia monopolista. Los países centrales encaran ciertos efectos nocivos del presente estadio de la producción industrial mediante el simple recurso de derivarlos hacia los países periféricos, como se ha probado en reiterados intentos de "exportación" de deshechos industriales, nucleares y, en el caso de Argentina, incluso cloacales.
En cuanto al narcotráfico, su ilegalidad teórica o jurídica marcha en todo el mundo de la mano de su real legalidad económica: por la enormidad de los capitales involucrados y por la intimidad de su imbricación con diversos ámbitos de la esfera estatal -política, militar, etc.- tanto en los países centrales como en los del tercer mundo, el tráfico de drogas no puede considerarse un fenómeno de "corrupción", sino uno más de los campos de inversión y rivalidad del capital monopolista y financiero internacional. Su condición se asemeja, en este sentido, a la pretendida contradicción entre la naturaleza legal y la económica del tráfico esclavista en el siglo pasado.
Tras el fin de la guerra fría, la "guerra" contra el narcotráfico desplazó a la lucha contra el comunismo dentro de la óptica estratégica norteamericana. La nueva estrategia de seguridad de Washington desde mediados de la década anterior dio pasos concretos en dirección al objetivo de consolidar la penetración militar estadounidense (en América Latina particularmente a través de la Drug Enforcement Agency, DEA), entre los que se destacan la implantación de la base militar de Santa Lucía en el valle peruano del Alto Huallaga, los acuerdos de "cooperación militar" in situ entre diversos ejércitos latinoamericanos (Bolivia, Perú, Colombia, Paraguay) y fuerzas especiales norteamericanas, y el impulso a la formación de un cuerpo militar interamericano para el combate al narcotráfico[37].
Parte de esta nueva estrategia de seguridad ha sido la proclamación por parte de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, en febrero de 1990, del derecho del gobierno norteamericano a allanar el mundo, es decir, de llevar a cabo acciones represivas dondequiera se produzcan situaciones que ese país considere lesivas para sus intereses. En ejercicio de esta auto-atribución, fuerzas militares o paramilitares estadounidenses han practicado la persecución, detención y entrega a la justicia norteamericana de supuestos o reales narcotraficantes, entre ellos el médico Alvarez Machaín -en territorio mexicano- y el propio presidente panameño Manuel Antonio Noriega, en clara violación a la soberanía de esos países. "Es la teoría y la práctica del secuestro de Estado" [38].
En otros campos -comercio internacional, deuda externa- "la teoría y la práctica" de la política exterior norteamericana ha querido establecer un criterio de extraterritorialidad de la legislación estadounidense que aspira a consagrar la supremacía del interés nacional de esa potencia por sobre la normatividad internacional. Tal lo sucedido recientemente con la aprobación de la llamada ley Helms-Burton destinada a acentuar los efectos del bloqueo económico norteamericano a Cuba, y que pretende imponer sanciones comerciales a empresas de terceros países que efectúen intercambios con la isla. Nuestro país ha sido también directamente afectado en sus derechos soberanos por una similar pretensión de extraterritorialidad: el 12 de junio de 1992, la Corte Suprema de los Estados Unidos ratificó la jurisdicción de la Corte del distrito de Nueva York en el caso República Argentina vs. Weltover Inc., rechazando la inmunidad soberana del Estado argentino para reprogramar el pago de bonos de deuda externa pública.
Pero es tal vez la "cuestión nuclear" la que evidencia la "doble medida" que -en el "nuevo orden" como en el viejo- impera en las relaciones internacionales. Porque el Tratado de No Proliferación, entrado en vigor en 1970, ha sancionado una desigualdad legitimada legalmente: ni siquiera existe en este caso la igualdad ante la ley encubriendo la desigualdad real. El TNP tuvo como objetivo declarado prohibir la producción y difusión del armamento atómico a aquéllos países que no fueran ya miembros del "club nuclear", consagrando en el derecho internacional el monopolio nuclear de las grandes potencias: Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia. El hecho de que países periféricos como la India y China poseyeran algunas armas atómicas no altera esta situación. El TNP fue prorrogado por tiempo ilimitado en la Conferencia mundial de mayo de 1995 convocada por la ONU: allí, las potencias del "club atómico" lograron prolongar el monopolio que los países imperialistas se han atribuido en materia nuclear.
La reciente reiniciación de las pruebas atómicas en las posesiones coloniales francesas del Pacífico sur, a la vez que subraya la vigencia de la perspectiva político-estratégica en la óptica de las grandes potencias mundiales bajo el imperio del NOI- obliga a comparar la tibieza en la reacción de las grandes capitales del mundo frente a los ensayos de Francia, con la dureza, acompañada de la directa amenaza militar, con que los Estados Unidos se propusieron obligar a Corea del Norte a detener sus planes de desarrollo atómico.
La ONU avaló las presiones de Washington sobre Norcorea. Ya antes, tras la finalización de la Guerra del Golfo Pérsico, el organismo internacional había impuesto a Irak, mediante la Resolución 707, la obligación de interrumpir todas sus actividades nucleares (no sólo las relacionadas con fines militares), pese a que no existe ninguna norma de derecho internacional que obligue a los estados a renunciar a las armas de destrucción masiva. Y pese, fundamentalmente, al hecho conocido de que son precisamente las grandes potencias quienes poseen los mayores arsenales de la tierra en armamento atómico, químico y biológico (y las únicas que han hecho uso efectivo de él, en el caso de los Estados Unidos en la 2ª guerra mundial y luego en Vietnam).


Naciones Unidas: de "mantenimiento de la paz" a "imposición de la paz" y "construcción de naciones"

En el último período se ha sostenido, particularmente en relación a conflictos civiles y políticos y a la violación de derechos humanos en países del mundo periférico, la vigencia  no sólo de un "derecho de intervención", sino incluso de un "deber de injerencia" [39].
El "nuevo" discurso intervencionista ha retomado argumentos que fueron frecuentes en el lenguaje de las grandes potencias durante el período álgido de la competencia colonialista, entre ellos el de "proteger a sus ciudadanos" residentes en naciones periféricas alteradas por "disturbios" y movimientos revolucionarios. Ultimamente, esta razón fue esgrimida por los Estados Unidos para enviar tropas a Panamá -cuando ya estaba en marcha el operativo intervencionista[40]-, y también en ocasión del desembarco de fuerzas belgas y francesas en el Zaire a mediados de 1991.
En cuanto a los conflictos político-civiles y los originados en rivalidades étnicas, lo primero que se observa es una tendencia a "deshistorizar" los mismos,  velando las raíces y las fuerzas históricas -económicas, políticas y sociales- que intervinieron, y en muchos casos siguen aún interviniendo, en su gestación. Siendo la intervención un acto externo, una tendencia recurrente en su legitimación ha sido atribuir la responsabilidad de ella a causas internas del propio país intervenido.
Alegando la existencia del conflicto civil en Somalia y las dificultades que ello acarreaba para la provisión de asistencia alimentaria a la población, Butros Ghali, secretario general de las Naciones Unidas, sostuvo la legitimidad allí de la intervención auspiciada por la ONU sobre la base de la falta de autoridades estatales, identificando así la carencia de gobierno con la inexistencia de nación, y consiguientemente de sus atributos soberanos: "Si ha desaparecido el gobierno... ¿va a dejar que la población siga muriendo...? Un Estado está com­puesto de tres elementos: gobierno, población y territorio, y la combinación de los tres elementos crea la soberanía. Si uno de los tres desaparece no hay más soberanía. ¿Cómo puedo hablar con Somalía si no hay gobierno?" [41].
Este punto de vista, insistimos, no puede más que ocultar las causas históricas de los conflictos civiles, políticos y étnicos -atribuidos generalmente a factores irracionales- y el rol en ellos de la injerencia de intereses extranjeros y de la disputa entre potencias por esferas de influencia. Esto emerge con claridad en los casos de los países africanos: la historia de la Somalia independiente durante las últimas décadas se articuló fuertemente con la disputa hegemónica bipolar debido a su posición geográfica estratégica; en otros como Ruanda, la política de Bélgica y Francia se apoyó en, y exacerbó, viejas rivalidades tribales para consolidar su dominación y dirimir su competencia colonial[42]. Por el contrario, la lucha anticolonial e independentista de los pueblos africanos fue un factor de cohesión y atenuación de aquellas rivalidades.
Lo mismo se desprende del caso de los Balcanes, y en particular de Yugoslavia, tal como fue "resuelto" tras la primera guerra mundial y, en el último período, a partir de la secesión eslovena y croata -que contó con el auspicio de Bonn y la franca oposición de París-, hasta el acuerdo de setiembre de 1995 con aval estadounidense para la conformación de un estado bosnio estructurado nuevamente sobre la base de fronteras étnicas. Inversamente, la guerra antifascista primero, y luego la afirmación de la soberanía nacional y el no alineamiento, atemperaron las rivalidades étnicas y regionales que desbordarían tras la desintegración de la Federación Yugoslava.
El propio curso de los conflictos actuales demuestra que su resolución es ilusoria si se asienta en la intervención extranjera -aún bajo el manto del multilateralismo- con prescindencia de la soberanía nacional.
La concepción de que ciertos pueblos se hallan imposibilitados de autogobernarse debido a circunstancias internas, a su vez, conduce a formulaciones del estilo de la "construcción de naciones" (nation-building), mediante la cual se ha tratado de legitimar la imposición de gobiernos  "desde fuera". Así es como, a iniciativa del gobierno Clinton y bajo la presencia de tropas norteamericanas en Somalia, el Consejo de Seguridad adoptó en marzo de 1993 la Resolución 814 que asignaba al representante del Secretariado General de la ONU la responsabilidad de consolidar y extender el entorno de seguridad en todo el país africano, al tiempo que el Secretario General Butros Ghali se comprometía a buscar financiamiento para "la rehabilitación de las instituciones políticas y de la economía" del país. Madeleine Albright, representante permanente de los EE.UU. ante la ONU, subrayaba entonces: "Con esta resolución nos embarcaremos en una empresa sin precedentes, dirigida nada menos que a la restauración de todo un país como un orgulloso y viable miembro de la comunidad de las naciones" [43].
La política neo-intervencionista, por consiguiente, sólo puede encubrir una nueva forma de colonialismo, pero sin diferencias sustanciales respecto del "viejo", en el que fue norma disimular el interés económico y estratégico de las potencias tras supuestas preocupaciones "humanitarias" [44].
Sin sutilezas, ciertos teóricos del "nuevo orden" sostienen que en los países africanos cunde un senti­miento de "fracaso de la descolonización" que los lleva a re­clamar a sus ex colonizadores británicos, franceses o italianos "el orden y la se­guridad que nuestros propios líderes no pueden darnos". Y al mismo tiempo habría en Europa "una creciente sensación de que existen responsabilidades pendientes en Africa" [45]. De hecho, se sugiere la existencia de un clamor unánime en las sociedades africanas en favor de una "re-colonización" del continente negro por parte de las potencias occidentales, como único modo de superar el atraso y la miseria a que los estaría condenando no la dependencia y la opresión neo-colonialista sino su propia "desconexión" del sistema internacional: su "africanización".
Algunas corrientes del pensamiento político de los países africanos, sin embargo, interpretan de modo bien distinto las razones que se hallan en el trasfondo de la histórica marginación de sus naciones. Se habla, por ejemplo, de "somalización" del Zaire -el ex Congo belga-. "La somalización consiste en eliminar la soberanía formal que el Zaire pueda todavía tener en el plano internacional, y ponerlo bajo la directa tutela de Occidente. En respuesta a los irresponsables llamados de la Unión Sagrada a una ocupación militar del país por los ejércitos de Occidente, este proyecto puede ser concretado a favor de las masacres y sistemáticos pillajes organizados por Mobutu... Los gobiernos occidentales parecen deslizarse hacia esta solución. Esto explica su juego, que consiste en sostener simultáneamente a Mobutu y a la Unión Sagrada para llegar al doble poder estatal que pueda favorecer un caos generalizado, el cual será utilizado como justificativo del hecho consumado" [46].
Tres décadas atrás, en pleno auge del movimiento independentista en el continente africano, ya era una verdad consabida que "los pueblos afroasiáticos que libraron su guerra de independencia sufrieron y siguen sufriendo los efectos de la intriga internacional, que explota las divisiones tribales, religiosas, culturales, históricas de estos pueblos para impedir que se unifiquen en la lucha anticolonial" [47].


Intervencionismo "humanitario"

En el último período, las consideraciones "humanitarias" se han traducido en iniciativas intervencionistas también en relación a la violación de derechos humanos y a la represión al propio pueblo por parte de sus gobiernos. Tales consideraciones han ido tornándose centrales en el discurso impulsor de la "flexibilización" del principio de soberanía nacional[48].
El punto de viraje en la legitimación del involucramiento de la ONU en conflictos internos de los países se produjo tras la guerra del Golfo Pérsico, con la Resolución 688 de abril de 1991, en la que por primera vez -con motivo de la represión a los levantamientos de kurdos y chiítas en Irak- el Consejo de Seguridad declaró que la represión de un gobierno miembro sobre su propio pueblo constituye una amenaza a la paz y seguridad internacionales. "Esta acción, sin embargo -admite el ex asistente de la administración Bush, John Bolton- constituyó una intervención de la ONU en un conflicto esencialmente doméstico, un área que el texto de la Carta de la ONU deja sin aclarar... el precedente establecido en Irak dejó al principio de no-intervención de la ONU sustancialmente debilitado" [49]. La creación de las llamadas "zonas de exclusión" controladas por las grandes potencias en territorio de Irak invocando la protección a la minoría kurda constituyó, en este sentido, una efectivización de ese precedente de "flexibilización" del principio de soberanía nacional por parte de la organización mundial.
Coincidentemente, el Secretario General de la ONU Butros Ghali ha afirmado que la afectación del "orden" mundial por conflictos internos en ciertos países ha hecho que las guerras civiles ya no sean de carácter "interno", y que los estados no deberían hacer un "uso erróneo" del principio de soberanía para impedir la acción "ordenadora" del "mundo". "La violación de la soberanía de los estados es, y seguirá siendo, un ataque contra el orden mundial. Pero su uso erróneo puede también socavar los derechos humanos y poner en peligro la paz del mundo. Las guerras civiles ya no son civiles, y no se puede permitir que el mundo permanezca indiferente ante las carnicerías que infligen" [50].
Pero ¿en qué medida las guerras civiles afectan la "seguridad internacional"? En verdad, lo que hace que los conflictos internos en las naciones periféricas conlleven implicancias internacionales es precisamente el involucramiento de opuestos intereses imperialistas en apoyo -o directamente instrumentación- de las facciones internas en lucha, y la posibilidad consiguiente de que el modo concreto en que se opere la "solución" del conflicto altere el grado de "influencia" de cada una de las potencias rivales, es decir la relación de fuerzas entre ellas en el plano local, regional o global. Como crudamente señala Chipman, "hoy la política exterior de un Estado se convierte en la política interior de otro Estado u otros Estados. Para poder tener una política exterior bien organizada y eficiente uno debe tener una capacidad casi subversiva de poder intervenir en la política doméstica de otros Estados" [51]. Obviamente Chipman omite señalar las diferencias entre estados poderosos y débiles, lo que se torna abierta justificación de la injerencia en los asuntos internos de otros Estados por parte de las potencias centrales, que detentan el monopolio de esa "capacidad subversiva".
La política "humanitaria" del NOI prueba también la clara vigencia de una "doble medida" en el juzgamiento de la conducta de los países poderosos y débiles. En nombre de la común pertenencia a la "aldea global", se ha apelado a valores humanitarios "globales" para promover el establecimiento a nivel internacional de un cuerpo de normas "exigibles" y garantizadas por instituciones (obviamente armadas) de carácter permanente, en las que inevitablemente gravitarían con peso principal las grandes potencias, legitimando así -a título de la "sociedad internacional"- su control de las áreas "conflictivas" [52].
Es preciso recordar que, poco tiempo después que la represión a los kurdos irakíes dio pie a una nueva intervención multinacional contra Irak y a la creación de "zonas protegidas" por tropas norteamericanas y británicas en el norte de ese país, nada parecido se arbitró con motivo de la nueva ofensiva represiva del ejército de Turquía contra su propia población kurda del sudeste, ni tampoco cuando las tropas turcas se internaron en territorio de Irak en abierta violación de la soberanía de este país.
El "doble patrón" que el "nuevo orden" ha consolidado en la doctrina y en la acción de los organismos multilaterales  se hace aún más visible cuando la responsabilidad de las violaciones al derecho humanitario recae directamente en una gran potencia, como demostró algunos meses atrás la tibieza de la reacción de la ONU y de las principales capitales del mundo frente al sangriento aplastamiento del independentismo checheno por Rusia.
El caso de la ex Yugoslavia comprueba, además -como antes el de Somalia- que el neo-intervencionismo "humanitario" es campo fértil para el apoyo o instrumentación de alguna de las facciones internas enfrentadas, en favor del mejor posicionamiento local o regional de una o varias potencias extranjeras y en función de intereses ajenos a los pueblos. En su informe sobre la misión cumplida en abril de 1992 el delegado norteamericano Cyrus Vance, representante del Secretario General de la ONU, señaló: "Ninguna parte en el conflicto está exenta de culpa"; "a todas ellas cabe una responsabilidad por el estallido del conflicto y su prolongación". Y Tadeusz Mazowiecki, informante especial designado por la Comisión de Derechos Humanos, reportó el 3/9/92 que "masivas y graves violaciones de los derechos humanos" estaban siendo "perpetradas en todo el territorio de Bosnia-Herzegovina por todas las partes en conflicto" [53]. (Estas observaciones fueron nuevamente confirmadas en ocasión del avance del ejército croata contra las posiciones de los serbios-bosnios en setiembre-octubre de 1995). ¿Cuál es entonces la razón de los reiterados bombardeos de la OTAN sólo sobre las posiciones serbias? ¿Cómo desligar tal parcialidad de las causas profundas de un conflicto con complejas motivaciones de orden histórico, que se desarrolla a las puertas de una Europa en vías de integración, y en el cual se ha denunciado en forma insistente la imbricación de intereses económicos y políticos alemanes, norteamericanos, franceses, británicos y rusos con los factores que llevaron al desmembramiento estatal de Yugoslavia y con las distintas facciones en lucha?
El argumento "humanitario" parece ser tan viejo como el propio intervencionismo imperialista. En 1875, durante la revolución anticolonialista en Cuba (1868-78), el presidente norteamericano Grant impulsó la intervención no sólo en prevención de las lesiones que pudieran sufrir los bienes e intereses comerciales de ciudadanos estadounidenses y por la proximidad de Cuba a los Estados Unidos, sino porque "el interés mismo de la humanidad exige la cesación de la lucha antes de que toda la isla quede destruida y se sacrifiquen más vidas" [54]. Cuando la revolución independentista estalló nuevamente en 1895, el presidente Mc Kinley nuevamente justificó la intervención norteamericana en Cuba "por la causa de la humanidad y para poner fin a la barbarie... hambre y horribles miserias que actualmente existen allí y que las partes en conflicto no pueden o no quieren terminar o mitigar" [55].
Luego Estados Unidos reconoció la "independencia" de Cuba, pero obligó al Congreso cubano a aceptar en 1903 -bajo ocupación de tropas estadounidenses y como condición para su retiro- la introducción en la Constitución de la isla de la famosa Enmienda Platt, por la cual el gobierno de Cuba "consiente a Estados Unidos el derecho a intervenir para la preservación de la independencia cubana, el mantenimiento de un gobierno apto para la protección de la vida, la propiedad y la libertad individual...". Cuba, convertida así en una especie de protectorado, se comprometía además a vender o arrendar zonas de su territorio para estaciones navales o de aprovisionamiento norteamericanas. El Secretario de Estado Root aseguró también el vital interés de los Estados Unidos en la preservación de la "independencia" cubana y su defensa "de la dominación y el control de cualquier otra potencia extranjera".
Como puede verse, el discurso "humanitario" del "nuevo orden" constituye, en esencia, una prolongación histórica del que acostumbraba el "viejo orden". No se trata por lo tanto de una innovación y un progreso en el Derecho Internacional, sino de una causal lo suficientemente genérica como para resultar utilizable en función de intereses de potencias capaces de imponer sus criterios en el Consejo de Seguridad y otros organismos internacionales y capaces, en última instancia, de ejercer la fuerza contra una nación más débil, desconociendo la soberanía de ésta y la autodeterminación de su pueblo. En este sentido, Somalia volvió a sentar precedente.


Intervención y "defensa de la democracia" en América Latina

Como es conocido, desde la década del '30, con la política del "nuevo trato" de Franklin D. Roosevelt, los Estados Unidos, al tiempo que buscaron atemperar la oposición latinoamericana a la política del "big stick", buscaron rearticular su hegemonía hemisférica promoviendo la adopción de mecanismos de intervención ahora legitimados por su carácter colectivo, en función ya sea de la "seguridad continental", ya de la "defensa de la democracia".
En la inmediata posguerra, esta política fue promovida como freno a la "expansión del comunismo", definido éste como factor "extracontinental". Las sucesivas conferencias interamericanas reflejaron esas iniciativas, así como variadas formas de oposición de los países latinoamericanos a la modificación de los principios jurídicos de soberanía nacional y no intervención.
Después de la intervención norteamericana en la República Dominicana (1965), se promovió nuevamente, a impulso de los Estados Unidos en la OEA la institucionalización del derecho de intervención colectiva ("multilateral") en los asuntos internos de los países latinoamericanos a través de un cuerpo armado multinacional de la OEA -una "policía interamericana"-, con el argumento de que ello permitiría prevenir futuras intervenciones norteamericanas[56]. Considerando el papel ampliamente hegemónico que los Estados Unidos desempeñaban entonces en nuestro subcontinente, esa decisión hubiera constituido en la práctica una legalización de la intervención norteamericana en la política interna de las naciones de América Latina. La evidencia de este hecho suscitó la oposición de los países latinoamericanos a la iniciativa e impidió su aprobación en la OEA.
Fue el advenimiento del "nuevo orden internacional" el que dio paso en Latinoamérica a la alteración, por primera vez en su propia letra, del principio de no-intervención, en el llamado "Compromiso de Santiago" de junio de 1991, firmado por los cancilleres de la región con motivo del derrocamiento militar del presidente Aristide en Haití. Ese acuerdo dispuso incorporar al "derecho americano" la "acción colectiva en defensa de la democracia", legitimando -ahora frente a los golpes de Estado- la "doctrina Rodríguez Larreta" que los mismos países latinoamericanos rechazaron medio siglo atrás por sus graves implicancias para la soberanía de sus  naciones[57].
Hay que observar, en primer lugar, que también el intervencionismo "democrático" ha evidenciado una "doble medida". Las violaciones de los derechos humanos han tenido manifestaciones reiteradas y masivas en Perú y Guatemala, países en los que, además, la "democracia representativa" ha sido simplemente cercenada hace pocos años como consecuencia de los "autogolpes" de estado de los presidentes Fujimori y Serrano. En ninguno de los dos casos, sin embargo, consideró necesario la OEA defender la democracia y los derechos humanos mediante la intervención armada multilateral.
En Perú, la acción de Fujimori en abril de 1992 dio paso a la masacre de presos políticos en la cárcel de Canto Grande (mayo del mismo año) y al secuestro y asesinato de 9 estudiantes de la Universidad de La Cantuta. En Guatemala, los bombardeos y fusilamientos en poblados indígenas y campesinos sospechados de colaborar con la guerrilla se han sucedido sistemáticamente, antes y después del golpe de Serrano. Restablecidas las "instituciones" con la designación de Ramiro de León Carpio como presidente interino por el Congreso guatemalteco, la OEA dio por clausurado el caso. Es lícito pensar que, tanto en el caso peruano como en el guatemalteco, pesaron en la OEA consideraciones derivadas de la distinta gravitación geopolítica de ambos países y del complejo de intereses externos involucrados en cada uno. Es lo que claramente se desprende de las palabras del canciller argentino Guido Di Tella: "Alguno se puede preguntar si nuestra actitud en todos los casos presentes o futuros van a ser iguales. Si va a ser de un principismo ciego a las diferencias geopolíticas de dimensión, de viabilidad. Obviamente, la respuesta es que no es así... la política que se puede hacer en Haití no es lo mismo que se puede hacer con Venezuela o Perú, y no hablemos con los más grandes..." [58].
Nuevamente se evidencia que el respeto por parte de los gobiernos hacia el principio democrático -como hacia el humanitario- no son nunca medidos según un patrón universal, sino en términos de los intereses de las potencias hegemónicas.
En segundo lugar, lejos de sentar las bases para la afirmación de la autodeterminación popular, el intervencionismo sólo puede constituir el cimiento o la consolidación de la dependencia y la subordinación política, es decir de la negación misma de la autodeterminación. En el caso de Haití, ni la OEA ni sus países miembros juzgaron que correspondiese respaldar solidariamente y en todos los terrenos la sacrificada lucha del pueblo haitiano por liberarse de la opresión dictatorial. Por el contrario, la vía elegida fue avalar "multilateralmente" la acción intervencionista de los Estados Unidos, sobre la cual se apoyó la gestión negociadora de un representante conjunto de la ONU y la OEA. De la convergencia de ambas acciones surgió el Acuerdo de Isla de los Gobernadores (3/7/93), que establecía el retorno a la presidencia de Jean B. Aristide sobre la base de una amnistía general para los militares golpistas, de una amplia "presencia internacional" por un período indeterminado destinada a monitorear la situación de los derechos humanos en el país, y de "profesionalizar" una nueva fuerza policial constituida por personas que servían en el ejército y la policía en oportunidad del golpe de estado contra el propio Aristide. Saludado por algunos como ejemplo de reposición de un gobierno democrático mediante la intervención colectiva, el acuerdo en realidad convirtió al gobierno respuesto en una especie de títere, totalmente dependiente del respaldo económico y de las decisiones políticas de Washington[59]. Algo similar puede decirse del gobierno de Endara en Panamá, asumido en una base militar norteamericana bajo ocupación del país por tropas de los Estados Unidos.
En cuanto a Haití, la cláusula referida a la "presencia internacional" abriría el camino, en mayo de 1994, a la ocupación del país por fuerzas norteamericanas -corolario de la tradicional política intervencionista de los Estados Unidos en la isla, iniciada en 1915 y llegada a su punto culminante con el apoyo a la larga y feroz dictadura de los Duvalier-; ocupación prolongada luego en la presencia de tropas de las Naciones Unidas, bajo la cual se llevó a cabo más tarde la campaña electoral que desembocó en las elecciones municipales y presidenciales de fines de 1995. "Dominada por los gobiernos más estrechamente cómplices de los actores financieros mundiales -afirma Monique Chemillier-Gendreau- las Naciones Unidas no han podido oponerles ningún contrapoder. Durante los años '70 había emergido un discurso favorable al encuadramiento de la economía mundial, pero el nuevo orden económico internacional entonces entrevisto se ha esfumado. La moda está ahora en las operaciones de asistencia electoral llave en mano"  [60].
Así, de acuerdo al "modelo" haitiano, la política intervencionista y de "construcción de naciones" (nation-building) instaurada en los organismos internacionales a impulso de las grandes potencias puede llegar a consumarse en procesos electorales capaces de satisfacer sólo los aspectos formales de la legalidad democrática, pero condicionando inevitablemente a ésta a la sumisión política del régimen así "construido". Así, esos procesos parecen más bien orientados a impedir que las situaciones de descontento desemboquen en revoluciones populares, mientras que no aseguran una auténtica democracia sobre la base de la autodeterminación y soberanía nacional.



CONCLUSION


La expansión imperialista europea de fines del siglo XIX se llevó a cabo en nombre de "valores universales", que aparecían como herencia de la Ilustración burguesa: el "deber de civilización" de las razas superiores hacia las inferiores, en la famosa formulación de Jules Ferry (1885); la "carga" atribuida por Kipling al hombre blanco en la promoción del progreso y la protección de "pueblos agitados y salvajes", etc. La "realización" de estos valores en el expansionismo colonial marcó los límites -y la primera guerra mundial el fracaso- de aquella pretensión universalista, que encubría los intereses particulares del nacionalismo imperialista. En el mismo año 1885, el Congreso de Berlín declaraba suprimida la esclavitud y su trata en nombre de aquéllos valores al mismo tiempo que arreglaba el reparto de Africa, en un escenario europeo en el que el "equilibrio" era el principio regulador del sistema interestatal. Así culminaba en el plano político-jurídico el ideal nacionalista de las grandes potencias.
Hemos visto anteriormente cómo la Sociedad de Naciones atribuyó también, en 1919, a las potencias la "misión sagrada de civilización" de garantizar el bienestar y el desarrollo de los "pueblos bajo tutela". Más tarde, mientras se postulaba el no reconocimiento de los territorios adquiridos por conquista, la SDN, para "preservar la paz y la seguridad colectiva", toleraba la ocupación de Manchuria por el imperialismo japonés y se acomodaba a la anexión italiana de Etiopía en función del precario frente anglo-francés con Mussolini frente a las ambiciones hitlerianas.
La propia Carta de la ONU, en la que se reflejaron los requerimientos del proceso de descolonización, establecía en el art. 33 de su cap. 9 sobre territorios no autónomos, la obligación de las potencias coloniales de aceptar el "deber sagrado" de "favorecer en todo lo posible la prosperidad de sus posesiones y asegurar su progreso político, económico y social" [61]. La Corte Internacional de Justicia de La Haya, por su parte, ha asignado un particular rol a "las naciones civilizadas" en la elaboración de los principios generales del derecho internacional.
Sólo en las décadas posteriores a la segunda guerra mundial, al calor de nuevas mayorías en la Asamblea General de la ONU y como producto de la lucha anticolonial y antimperialista, fue abriéndose paso, como contracorriente, un nuevo esquema de referencias universalistas, basado en la autodeterminación de los pueblos y la independencia nacional de los países periféricos. Soberanía nacional, desarrollo económico autónomo y antirracismo se conjugaban con una fuerte influencia del marxismo en la oposición al imperialismo capitalista. Surgían nuevas formas de solidaridad transnacional, en las que se afirmaban las jóvenes soberanías de las naciones débiles (regional: afroasiática, panárabe, panafricana, latinoamericana; cultural: indigenismo, negritud; política: tercermundismo, no-alineamiento).
Actualmente, y como en 1918 y 1945, el "paradigma democrático" frecuentemente encubre la lógica de poder de las grandes potencias, al contraponer la democracia a la soberanía nacional de los países periféricos. Como es sabido, este paradigma ha sido un tópico fundamental en la tradición ideológica "misional" de la política exterior norteamericana a lo largo del siglo[62].
*   *   *

El proceso denominado de "globalización" constituye una etapa particular en la internacionalización del capital monopolista. La creciente interdependencia de la economía mundial no se ha manifestado en la conformación de una "comunidad internacional" indiferenciada: persiste, bajo viejas y nuevas formas, la rivalidad entre grandes potencias, rivalidad que se sustenta en intereses estratégicos efectivos y que se manifiesta en la tendencia a la conformación de bloques regionales; y persisten la dependencia, el atraso y la opresión económica y política de los países del mundo periférico. Ello se refleja, en el plano político, en un debilitamiento generalizado de las tendencias autonomistas y nacionalistas de estos países: el proceso globalizador ha aparejado una notoria disminución en el grado de poder y de autonomía de decisión política de sus estados nacionales.
Pero, según hemos visto, las tendencias imperantes en las relaciones internacionales bajo el "nuevo orden mundial" de ningún modo permiten concluir que el Estado nacional mismo se halle en vías de extinción. Las grandes potencias siguen sustentando políticas y estrategias acordes a sus propios intereses nacionales, recurren al poder de sus estados para promoverlos mundial y regionalmente, y rivalizan o acuerdan en función de esos intereses[63].
El paradigma intervencionista del "nuevo orden mundial" refleja cabalmente esta realidad contradictoria: la intención de legitimar la intervención externa en naciones del mundo periférico en nombre de supuestos "valores globales" no alcanza a ocultar tras ellos las prioridades políticas y estratégicas de las grandes potencias imperialistas que rivalizan por la hegemonía del "nuevo orden". El recurso al multilateralismo, la invocación de las "amenazas globales" del narcotráfico y la proliferación nuclear y la fundamentación "humanitaria" y "democrática" constituyen una versión apenas actualizada de los argumentos con que se intentó legitimar la acción intervencionista y los objetivos estratégicos de las grandes potencias durante todo el siglo XX.
La idea de que la "globalización" supone el debilitamiento del Estado-nación en general, se ha demostrado no sólo falsa, sino también interesada: una concepción ideológica que -como hemos sostenido en este trabajo- oculta la desigualdad esencial entre las naciones centrales y las periféricas, con lo que sólo puede oscurecer nuestra comprensión de los fenómenos efectivamente nuevos en el plano internacional.
El imperialismo, por su propia naturaleza, sigue motivando la existencia de países dominantes y países oprimidos, y si han podido relativamente imponerse los planteos dirigidos a "flexibilizar" los principios vinculados a la defensa de la soberanía nacional,  ello es signo de la actual correlación de fuerzas desfavorable al mundo periférico, y no de la pretendida extinción de ese antagonismo.
Esta misma realidad es la que, en sentido contrario, genera la base objetiva (histórica pero también presente) de variadas formas de resistencia nacional al intervencionismo de las grandes potencias, independientemente de las formas específicas que éste asuma y de la envoltura ideológica con que se lo fundamente. Y constituye asimismo el punto de partida de un nuevo tipo de universalismo que, fundado en el pleno ejercicio de las soberanías nacionales y de la autodeterminación de los pueblos, sienta las bases para la efectiva eliminación de toda opresión nacional.



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[1].- Con la desintegración del bloque del Este y la conformación de la alianza multinacional contra Irak en 1990 renació con fuerza una visión "idealista" del proceso globalizador, que tocó su punto culminante con la conocida formulación de Francis Fukuyama acerca del definitivo triunfo del capitalismo liberal y el "fin de la Historia" y que, al parecer, se encuentra hoy en franca declinación. Desde una perspectiva diferente, se esboza una interpretación según la cual, en virtud de la expansión del capital transnacional, los "actores" nacionales no perseguirían ya la maximización de seguridad mediante la acumulación de recursos de poder, sino beneficiarse de la complementación de esfuerzos mediante una nueva división internacional del trabajo que acentúa la interdependencia entre las naciones. Como consecuencia de ello, la rivalidad entre las potencias se habría desplazado crecientemente del plano político-estratégico hacia el industrial y tecnológico, y la "proclividad al conflicto" tendería a ser reemplazada por la búsqueda de la complementación orientada hacia la "maximización del bienestar" (Ver Tomassini, Luciano, compil.: Transnacionalización y desarrollo nacional en América Latina. Buenos Aires, 1984).
[2].- "Esos macroespacios, en cuyo seno existen un conjunto de reglas propias tendientes a proteger o favorecer a los países involucrados, pueden transformarse en obstáculos al multilateralismo, ahogando el nuevo ideario económico liberal. En todo caso, el globalismo parece pasar más por el desarrollo y la articulación de esos bloques económicos regionales que por una apertura irrestricta de mercados". Rapoport, Mario (compil.): Globalización, integración e identidad nacional. Análisis comparado Argentina-Canadá (Introducción). Buenos Aires, 1994, pp. 9-10.
[3].- El periodista O. R. Cardoso cita un libro de Michael T. Klare sobre tales "estados delincuentes", donde se señala que la OTAN ya ha abierto un "frente sur" -abarcando desde Europa hasta el Norte africano- "y que incluso está diseñando un sistema de misiles antibalísticos (MEADS: Sistema Extendido Mediano de Defensa Aérea), a un costo de 20.000 millones de dólares", haciendo del Mediterráneo un potencial teatro de operaciones, para afrontar el fundamentalismo islámico (Clarín, 3/6/95, pp. 10-1).
[4].- Cuadernos de Japón, vol. VIII, nº 2, 1995, p. 4.
[5].- Nobuo, Noda: "El peligroso ascenso del asianismo". En Cuadernos de Japón, vol. VIII, nº 2. Barcelona, 1995, pp. 9-10.
[6].- Gerd Langguth, Presidente Ejecutivo de la Fundación Konrad Adenauer: El rol de Alemania frente a los nuevos desafíos de la política europea e internacional. Conferencia en Buenos Aires, 26/7/1993.
[7].- Carrizo, Jorge Hugo: "Construcción de la identidad nacional y proceso histórico en la Argentina". En Globalización, integración e identidad nacional. Análisis comparado Argentina-Canadá, Buenos Aires, 1994. "A los 500 años del comienzo de la Europa moderna, leemos en 'Informe sobre el desarrollo humano 1992' de las Naciones Unidas que el 20% más rico de la humanidad (principalmente Europa occidental, Estados Unidos y Japón) consume el 82% de los bienes de la tierra, y el 60% más pobre (la periferia 'histórica' del 'Sistema-mundial') consume el 5,8% de dichos bienes. ¡Una concentración jamás observada en la historia de la humanidad!" (Dussel, Enrique: "Europa, modernidad y eurocentrismo". En Ciclos en la historia, la economía y la sociedad, Nº 8, 1er. semestre de 1995).
[8].- Kennedy, Paul: Hacia el siglo XXI. Barcelona, 1993, p. 165-172.
[9].- "Naturalmente que un país no se convierte en miembro del primer mundo así nomás, mandando dos barcos al Golfo, pero difícilmente pueda incorporarse a ese mundo si no está dispuesto a aceptar algunas de las responsabilidades que emergen de lo que se considera el 'bien común internacional'". Falcoff, Mark: "Argentina es uno de los países claves de América Latina". Actualización Política Nº 5, Buenos Aires, abril-mayo 1992, p. 109.
[10].- El propio Secretario General de la ONU se muestra escéptico sobre la verdadera relevancia de la institución. Admitiendo que "durante la guerra fría hubo una crisis de credibilidad acerca de las Naciones Unidas", señala que pasado ese período "hubo una nueva crisis: demasiada credibilidad en la organización" (Ghali, Butros: reportaje durante su visita a Buenos Aires. Clarín, 13/3/94). Es decir: Ghali no confía en que la ONU pueda arreglar los "desajustes" internacionales sin intervención directa de las grandes potencias.
[11].- Nye(h), Joseph S.: El nuevo poder mundial. Actualización Política Nº 1, Buenos Aires, noviembre 1991, p. 46.
[12].- Escudé, Carlos: "La redefinición del estado-nación. Comentarios sobre el trabajo del Alte. Molina Pico". Actualización Política Nº 17, Buenos Aires, diciembre 1993, p. 75.
[13].- Baizán, Mario: "Del aislamiento a la conexión. Conversaciones con Carlos Saúl Menem". Actualización Política Nº 5, Buenos Aires, abril-mayo 1992, pp. 4-10, y Baizán, Mario: "Aliados para construir un mundo más justo. Conversaciones con Carlos Saúl Menem". Actualización Política Nº 17, Buenos Aires, diciembre 1993, pp. 4-10. Es fácil comprender que semejante concepción acerca de la conveniencia del "seguidismo" (incluso si éste no es "correcto" e "irreprochable") puede derivar en una suerte de "intervencionismo periférico", funcional a los requerimientos estratégicos de las potencias "estructurantes". De hecho es lo que sucedió en el caso de muchos de los países que -como la Argentina- participaron en la coalición multinacional contra Irak.
[14].- "Nuestra ubicación geográfica en el centro del continente y la importancia económica de nuestro país, que produce la cuarta parte del producto económico en Europa Occidental, nos asigna un papel pero también una responsabilidad protagónica... Como alemanes tenemos una doble misión que cumplir. Tenemos que completar la unidad interna del país y simultáneamente asumir y desarrollar una mayor responsabilidad internacional". Rühe, Volker (ministro de Defensa de la República Federal de Alemania): La Alemania reunificada y su política exterior y de defensa. Disertación en Buenos Aires, 23/2/1993.
[15].- Es preciso insistir en la asimetría de los efectos que la "conexión" a la economía internacional apareja a los países centrales y a los dependientes en el mundo "globalizado". "La economía rural de Chiapas se ha deteriorado gravemente en los últimos cinco años debido a la caída de los precios de varios cultivos (entre ellos café, cacao, plátanos y caña de azúcar) y de los productos pecuarios como resultado de la apertura comercial y de la globalización..." (Castaños, L. J.: "La rebelión indígena en los bosques de Chiapas, México: efectos del ajuste estructural y la reforma forestal". En Unasylva 179, Vol. 45, 1994).
El 1º de enero de 1994, el mismo día en que entraba en vigencia el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) que según el gobierno mexicano plasmaría el ingreso del país al llamado "primer mundo", emergía el levantamiento campesino-indígena de Chiapas. Los rebeldes zapatistas expusieron crudamente los efectos que la inserción dependiente de México conlleva para las mayorías populares y para la nación mexicana. En la Declaración de la Selva Lacandona, que el diario La Jornada publicó con fecha diciembre de 1993, señalaban: "...se nos ha negado la preparación más elemental para así poder utilizarnos como carne de cañón y saquear las riquezas de nuestra patria sin importarles que estemos muriendo de hambre y enfermedades curables, sin importarles que no tengamos... ni un techo digno, ni tierra, ni trabajo, ni salud, ni alimentación, ni educación, sin tener derecho a elegir libre y democráticamente a nuestras autoridades, sin independencia de los extranjeros...". Concluyendo: "Como nuestra última esperanza, después de haber intentado todo por poner en práctica la legalidad basada en nuestra Carta Magna, recurrimos a ella, nuestra Constitución, para aplicar el art. 39 constitucional que a la letra dice: 'La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo... El pueblo tiene, en todo tiempo, el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno...'".
[16].- Falcoff, Mark: Argentina..., p. 112.
[17].- Escudé, Carlos: "La utopía que nos faltaba". Actualización Política Nº 5, Buenos Aires, abril-mayo 1992, p. 84.
[18].- Escudé, Carlos: "La redefinición...", p. 74. Igualmente Galbraith, quien reduce el concepto de imperialismo a colonialismo directo, afirma que después de 1945 la soberanía nacional fue un criterio respetado y aceptado en todo el mundo, a lo sumo condicionado por el "seudoimperialismo" propio de las dos superpotencias durante la guerra fría (Galbraith, John K.: Conferencia en la Facultad de Ciencias Económicas de Buenos Aires, 27/6/95).
[19].- Según John Chipman, director del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, "el problema más grave de Africa es que, porque sus conflictos son tan complejos y violentos y porque los países centrales no pueden iden­tificar en ellos intereses acuciantes, el continente pueda llegar a convertirse en un gueto estratégico mundial". Chipman, John: reportaje en Clarín, 14/5/95. El periodista O. R. Cardoso interpreta que la supuesta indiferencia occidental ante el sangriento conflicto étnico en Bosnia obedece a que "no hay allí intereses occidentales estratégicos en juego" (Clarín, 3/6/95, pp. 10-1).
[20].- "No quieren darse cuenta de que el general Perón jamás aceptó para su patria la soberanía del hambre, de la miseria y de la marginación que adoptaron como propia esos países del llamado Tercer Mundo". Baizán, Mario: "Del aislamiento a la conexión. Conversaciones con Carlos Saúl Menem". Actualización Política Nº 5, Buenos Aires, abril-mayo 1992, p. 9. Hasta qué punto estas ideas coinciden con las posiciones de ciertos pensadores de los países dominantes puede verse al compararlas con aseveraciones recientes de John K. Galbraith: "No siempre... la independencia trajo estabilidad política ni bienestar económico. Con frecuencia la liberación del imperialismo trajo lo contrario". Ahora, "enterrado el imperialismo", debemos afrontar "las consecuencias para las gentes pobres que se vieron liberadas del imperialismo hacia la pobreza... En muchos de los estados recientemente independizados la soberanía protege una triste situación inhumana, una situación de pobreza" (Galbraith, John K.: Conferencia..., 27/6/95).
[21].- Para Chipman, el "cansancio estratégico" de las potencias mundiales (esto es, su "voluntad de retirarse de la obligación de utilizar la fuerza y la disuasión en el escenario mundial") tras la desaparición de la URSS y el fin de la guerra fría, hizo que las "pe­queñas potencias" (¿Irak, Irán, Corea del Norte, Serbia?) creyeran que "era mucho lo que podían hacer sin es­tar condicionadas por una respuesta disuasoria inmediata de las grandes potencias" (Chipman, John: reportaje en Clarín, 14/5/95).
[22].- La multipolaridad no es un fenómeno novedoso en la historia contemporánea. Los comienzos del siglo estuvieron signados por el "concierto europeo" y sus políticas de equilibrio basadas en las alianzas y la diplomacia secreta; estos rasgos reflejaban la competencia entre diversos polos -resultante de la declinación británica- que conduciría a la primera guerra mundial. Igualmente, el período de entreguerras fue una etapa multipolar, en la que coexistían las potencias europeas vencedoras y las vencidas en el conflicto mundial, y los Estados Unidos -apartados del juego diplomático de la SDN-, en un proceso cuya evolución condujo finalmente a la conformación de dos bloques antagónicos en la Segunda Guerra.
[23].- Cf. Roche, Jean-Jacques: Ordre, puissance et democratie après la guerre froide. Institut d'Etudes Politiques, Grenoble, 1996. Esta situación -que algunos califican de "desorden mundial"- impulsa a muchos analistas a diagnosticar la necesidad de reconstituir un nuevo orden de equilibrio sobre bases "racionales".
[24].- Según Nye, a fin de lograr la coordinación necesaria para que los "grandes gobiernos" puedan recuperar el poder perdido a manos de los agentes privados que trabajan a través de las fronteras nacionales, "Estados Unidos tendrá que invertir más en una variedad de instituciones multilaterales de lo que lo ha hecho en la década pasada" (Nye, Joseph S.: La naturaleza cambiante del poder norteamericano. Buenos Aires, 1991, p. 237). Tratándose de una potencia imperialista, el recurso a la persuasión y a la multilateralidad no excluye, lógicamente, la amenaza de la utilización unilateral de la fuerza en la conservación del "orden": "Con el Tratado de Río en desuso y la no previsión del uso de la fuerza en la Carta de la OEA, la falta de normas cooperativas regionales de compromiso en el uso de la fuerza dejará las actividades armadas de mantenimiento de la paz ya sea a las Naciones Unidas, ya sea a una acción unilateral de los Estados Unidos" (Einaudi, Luigi -Representante permanente de los EE.UU. ante la OEA desde 1989 hasta 1993-: "Security and Democracy in the Western Hemisphere". En AA. VV.: Advancing democracy and human rights in the Americas: what role for the OAS? Inter-American Dialogue. Conference report. Washington, 1994). Nuevamente, el realismo periférico revela una convergencia casi textual con los parámetros predicados desde las potencias dominantes: "...debemos estar agudamente conscientes de que un fracaso de América Latina en la construcción de instituciones para la defensa efectiva (y no meramente declamatoria) de la democracia no significará un fortalecimiento del derecho de no intervención, sino todo lo contrario. Estados Unidos seguirá interviniendo en los asuntos de América Latina, con la diferencia de que sin instituciones latinoamericanas para la defensa de la democracia lo hará como quiera y cuando quiera... La construcción de este tipo de instituciones puede, por el contrario, encauzar y humanizar el poderío yanqui" (Escudé, Carlos: "La utopía...", p. 83).
[25].- Kirkpatrick, Jane: "Una lección necesaria para Butros Ghali". El Cronista, 13/12/92.
[26].- Precisamente de este modo naufragaron las pretensiones universalistas de la Sociedad de las Naciones, que desde su misma fundación, como instrumento de las potencias vencedoras en la primera guerra mundial, se convirtió en languideciente expresión del bloque anglofrancés en retroceso frente al avance nazifascista.
[27].- Esta "doble medida" se traduce a veces crudamente en el "doble discurso" de los líderes de las grandes potencias: "Ningún orden internacional pacífico resulta viable si los estados más fuertes pueden devorar a sus vecinos más débiles...", enfatizaba en setiembre de 1990 la declaración conjunta emitida tras la reunión "cumbre" de los presidentes Bush y Gorbachov en Helsinki (Clarín, 9/9/90). En esos mismos días las tropas de Moscú ocupaban Vilna, capital de Lituania, y otras eran enviadas a los demás países bálticos y a Georgia, Moldavia y Armenia. Nueve meses antes los marines norteamericanos habían invadido Panamá, consagrando la sustitución del gobierno local por otro asumido en una base de los Estados Unidos.
[28].- Esto fue señalado claramente en la XI Reunión de los Países No Alineados realizada en Cartagena (Colombia) en octubre de 1995. El borrador de su documento final denuncia la tendencia de las grandes potencias a utilizar el Consejo de Seguridad de la ONU "para defender sus intereses políticos y estratégicos". "El intervencionismo no ha desaparecido de la arena internacional -subraya-, y las tendencias hegemónicas se han manifestado con nuevas prácticas", de las que los países del Movimiento son "víctimas cada vez más", con injerencias en sus asuntos internos "bajo el pretexto de actuar en defensa de los derechos humanos o contra el tráfico de drogas" (Clarín, 16/10/95).
De hecho, la mayor parte de los teorizadores del "nuevo orden" reconocen la primacía del interés nacional de las potencias por sobre los de la "comunidad internacional": "Estados Unidos va a seguir teniendo unas fuerzas armadas de un tipo u otro, y no descarto intervenciones militares del tipo de expediciones punitivas para proteger ciudadanos. El caso de Irak [es] un caso muy especial, porque si Kuwait hubiese sido Uruguay, que no tiene petróleo, seguramente nosotros no hubiésemos intervenido para nada" (Falcoff, Mark: "Argentina...", p. 113).
"No siempre se encuentra una circunstancia en la cual, como en la guerra del Golfo, coinci­dan en forma tan precisa el interés estratégico de una nación -los Estados Unidos- y la necesidad de defender un principio del derecho internacional" (Chipman, John: reportaje en Clarín, 14/5/95).
[29].- Sin embargo, como ya hemos observado, la misma rivalidad interimperialista ha provocado la "crisis de credibilidad" respecto de las Naciones Unidas y del intervencionismo "multilateral" en general. Para el ex funcionario norteamericano Bolton, la experiencia de los EE.UU. en Somalia demuestra "la dura verdad de que la ONU funciona sólo cuando los Estados Unidos lideran la organización hacia una conclusión final. No hay sistema multilateral con vida y voluntad por sí mismo. Sólo hay liderazgo por una o más naciones así consideradas que convencen a los demás miembros de la ONU a seguirlos" (Bolton, John R.: "Wrong turn in Somalia". Foreign Affairs, v. 73 [nº 1]. Jan.-Feb. 1994).
[30].- Ver al respecto el artículo de Monique Chemillier-Gendreau en Manière de voir Nº 29: Conflits fin de siècle (París, febrero 1996), sugestivamente titulado "Les Nations Unies confisquées".
[31].- La concepción de una "interdependencia" en términos de reciprocidad e igualdad jurídica entre los países ha servido para justificar el "derecho de intervención": "No se puede hablar de obligación de no-intervención, porque la vida entre las naciones está tan completamente entrelazada como el derecho...", fundamentaba a comienzos de los '30 el jurista francés Ernest Hentunen, teórico del intervencionismo (Hentunen, Ernest: L'immixtion. Etude de droit international. Séparation de l'intervention et de l'immixtion. Paris, 1934, p. 105).
[32].- Bernal-Meza, Raúl: Claves del nuevo orden mundial. Buenos Aires, 1991, p. 23.
[33].- Vilar, Pierre: Economía, derecho, historia. Barcelona, 1983, p. 227.
[34].- La legitimación del intervencionismo mediante la multilateralidad reconoce notorios antecedentes. Incluso admitiendo que el "derecho de intervención" tropezaba con el grave obstáculo jurídico de la igualdad y la soberanía de los Estados, el ya citado Hentunen consideraba a comienzos de los '30 que "avanzamos hacia un orden internacional que tiene como garantía un derecho de intervención reconocido y organizado, ejercido ya no aisladamente, sino por un organismo colectivo, del que la actual Sociedad de las Naciones habrá sido el prototipo" (Hentunen, Ernest: L'immixtion. Etude de droit international. Séparation de l'intervention et de l'immixtion. Paris, 1934, p. 118).
En cuanto a la "interdependencia" que derivaría de la "universalización" económica, un artículo de William Rogers, ex Secretario de Estado norteamericano, referido al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), revela hasta qué punto tal "interdependencia" supone un considerable grado de subordinación política: "Las perspectivas de internacionalización de la seguridad jurídica revisten importancia. El tratado de libre comercio es justamente una de estas medidas. Su máximo logro, en mi opinión, no será la liberalización del comercio en América del Norte, sino el hecho de que dicho tratado incorpora apertura y negociaciones justas con el inversionista extranjero, todo eso dentro de un  tratado multilateral que no puede ser modificado unilateralmente por el Congreso mexicano" (Rogers, William: "La problemática de la seguridad jurídica en Argentina y Estados Unidos". Actualización Política Nº 17, Buenos Aires, diciembre 1993, p. 23).
[35].- Clarín, 25/10/90.
[36].- Merle, Marcel: Sociología de las relaciones internacionales. Madrid, 1984, pp. 56-57.
[37].- En el Congreso de Compatibilización de Leyes de Lucha contra la Narcocriminalidad, realizado en Buenos Aires entre el 2 y el 4 de agosto de 1993, presidido por el diputado argentino Eduardo Varela Cid, se debatió un proyecto de ley presentado por la delegación argentina donde entre otras cosas se lee: "Art. 18: Crear una fuerza internacional con urgencia en toda América o América Latina para cooperar con los organismos de represión internacionales".
[38].- Torres del Río, César: "Democracia, derechos humanos y narcotráfico, 1945-2000. ¿Hacia el fin de la soberanía estatal?". En Cerro A. L. y Döpcke W.: Relaçoes internacionais dos paises americanos. Vertentes da historia. Brasilia, 1994.
[39].- La intencionalidad de esta argumentación ha sido puesta en claro hace ya muchos años: "Una práctica inveterada de siglos ha llevado a las grandes potencias a intervenir sistemáticamente en los asuntos de las pequeñas, invocando un supuesto derecho, cuando no un deber, de intervención" (Lucio M. Moreno Quintana y Carlos  M. Bollini Shaw: Derecho internacional público, Buenos Aires, 1950, p. 89). "A la larga, toda intervención se escuda en el derecho nacional. El interventor, cuyo triunfo se descarta por razones de superioridad bélica y económica, la expone como un deber y le confiere carácter de obligación impuesta por una necesidad indestituible" (Juan Antonio Madrazo, Valoración jurídica del principio de no-intervención, Buenos Aires, c.1955, Fac. de Derecho, U.B.A., p. 24).
[40].- "...la razón del presidente Bush no fue capturar a Noriega sino la protección de los más de 20.000 norteamericanos. Bush no quería esperar para ver cuándo iban a matarlos los Batallones de la Dignidad" (Falcoff, Mark: "Argentina...", p. 113).
[41].- Clarín, 13/3/94. Este concepto de soberanía -y por lo tanto de nación- escamotea el proceso histórico real: los pueblos coloniales desarrollaron su lucha nacional por el derrocamiento del gobierno colonial precisamente para poder constituir su propio estado.
[42].- En el presente, es notoria la actividad diplomática, económica y militar de varias potencias europeas en el continente africano, así como las denuncias sobre la complicidad de la dirigencia francesa con el gobierno hutu y el genocidio ruandés. Ver Conflits fin de siècle, Manière de voir 29, Paris, febrero de 1996.
[43].- Bolton, John R.: "Wrong turn in Somalia...".
[44].- Los mandatos, incorporados en el art. 22 del Pacto de la Sociedad de las Naciones y mediante los cuales Gran Bretaña, Francia y Bélgica se repartieron posesiones coloniales y protectorados en Asia y Africa tras la derrota de Alemania en la primera guerra mundial, se aplicaban "a pueblos no capaces aún de conducirse por sí mismos en las condiciones particularmente difíciles del mundo moderno". En función del "desarrollo y bienestar" de esos pueblos -objetivo definido como "misión sagrada de la civilización"- se confiaba su tutela a naciones desarrolladas que "en razón de sus recursos, de su experiencia o de su posición geográfica están en mejores condiciones de asumir esa responsabilidad, y que consienten en aceptarla" (En Courcel, Geoffroy de: L'influence de la Conference de Berlin de 1885 sur le droit colonial international. Paris, 1935).
[45].- Chipman, John: reportaje en Clarín, 14/5/95.
[46].- Union de la Mouvance Progressiste - Zaire. Declaración, 2/2/93.
[47].- Odena, Isidro J.: La intervención ilegal en Santo Domingo. Buenos Aires, 1965, p. 52.
[48].- Coherentemente con las concepciones que identifican la "globalización" con el "fin del imperialismo", se ha generalizado una corriente de pensamiento que tiende a diluir las manifestaciones sociales de opresión y explotación dentro de la categoría genérica de "derechos humanos": las condiciones laborales, de vivienda, educación y salud, el desempleo, la represión a los reclamos populares o a las minorías étnicas, la autodeterminación de los pueblos, etc. pasarían de este modo a formar parte de los "derechos humanos". Estos son así transformados en un concepto ideológico que oscurece las contradicciones entre clases sociales y entre países "centrales" y "periféricos" -dominantes y dominados-, que constituyen la base objetiva de la explotación y la opresión, incluida la violación de los derechos democráticos e individuales.
[49].- Bolton, John R.: "Wrong turn in Somalia...".
[50].- Ghali, Butros: declaraciones a la agencia France Presse. Clarín, 11/12/92.
[51].- Chipman, John: reportaje en Clarín, 14/5/95.
[52].- "Si el mundo es ahora realmente serio en el sostenimiento de los valores humanitarios internacionales, tarde o temprano deberá ponerse en práctica un sistema legal exigible, con responsabilidad individual y sanciones personales... [ la sociedad internacional ] debe instalar en el lugar estructuras efectivas permanentes... Yugoslavia ha proporcionado un importante test para el 'nuevo humanitarismo', el noble ideal que se ha desarrollado tras la Guerra Fría, según el cual todos pertenecemos a la misma aldea global" (Thornberry, Cedric (United Nations Protection Force, UNPROFOR): "Peacekeeping, war, humanitarian action, and human rights: the former Yugoslavia". Princeton University, 1993).
[53].- Documentos de la Asamblea General de las Naciones Unidas y del Consejo de Seguridad reproducidos en Cardón, Raúl Luis: La crisis del Golfo Pérsico y las Naciones Unidas. Agosto de 1990 - Mayo de 1993. Buenos Aires, 1993, p. 578.
[54].- Mensaje anual, 7/12/1875. En Thomas, Ann van Wynen, y Thomas, A. J.: La no-intervención; sus normas y su significado en las Américas. Buenos Aires, 1959, p. 25.
[55].- Mensaje 11/4/1898. En Thomas, Ann van Wynen, y Thomas, A. J.: La no-intervención..., p. 26.
[56].- Hemos mencionado anteriormente la versión actualizada que Einaudi y Escudé hacen de este argumento.
[57].- Sobre la "doctrina Rodríguez Larreta" ver, entre otros: Torres del Río, César: Democracia..., p. 282.
[58].- Di Tella, Guido: "La política exterior de la nueva Argentina". Actualización Política Nº 5, Buenos Aires, abril-mayo 1992, pp. 19-20.
[59].- "Mucho más que las elecciones -puede leerse en la edición del 14 al 20/9/95 de Le Monde hébdomadaire, p. 5-, el gran debate que agita a Haití desde hace varias semanas radica en las privatizaciones. Durante las negociaciones realizadas con los norteamericanos acerca de su retorno, el presidente Aristide se comprometió a poner en práctica un programa económico liberal y a privatizar siete empresas públicas. En el curso de una reciente visita a Washington, el primer ministro Smarck Michel recordó que la importante ayuda internacional que recibe Haití dependía del respeto de esos compromisos".
[60].- Chemillier-Gendreau, Monique: "Les Nations Unies confisquées". En Manière de voir Nº 29: Conflits fin de siècle. París, febrero 1996. La historia haitiana de nuestro siglo revela que los mecanismos dictatoriales y los "institucionales" no han sido para el caso más que diferentes metodologías de la dominación imperialista.
Aunque hacia comienzos de la segunda década del siglo Francia y Alemania eran las potencias que dominaban la isla, ya estaban afincados en ella poderosos intereses ferroviarios y bancarios norteamericanos. La decisión estadounidense de invadir y ocupar a Haití, sin embargo, respondió principalmente a razones militares y estratégicas: desencadenada la 1ª guerra mundial, la protección de sus considerables intereses económicos en Cuba y de su acceso al Canal de Panamá de la amenaza de otras potencias rivales (Inglaterra, Alemania, Francia) requería el control del Caribe, al que patrullaba desde su base militar de Guantánamo en Cuba. Alemania había tenido mucho que ver con el derrocamiento y/o asesinato de 7 presidentes haitianos entre 1911 y 1915, y la rivalidad norteamericano-alemana se agudizó con el estallido de la guerra mundial: EE.UU. aspiraba a impedir que Alemania pudiera apoyarse en su influencia en Haití para amenazar los intereses estadounidenses en el Caribe.
Finalmente, la invasión se operó con el pretexto de la rebelión popular que derrocó al dictador Guillaume Sam, y con el argumento de "proteger las vidas y propiedades norteamericanas". Estados Unidos estableció la ley marcial permanente, instaló un presidente títere y dictó una nueva constitución. En las fuerzas de ocupación tuvo un papel relevante Franklin D. Roosevelt (subsecretario de Marina entre 1913 y 1920), impulsor en los años '30 de la diplomacia de "buena vecindad", fundamentada entonces como una política destinada a asegurar la vigencia de la soberanía nacional y los derechos humanos, pero dirigida en realidad a asentar el control norteamericano de su "patio trasero" en instituciones más duraderas y estables que el mero estacionamiento de tropas. Pese a que en 1934 las fuerzas militares norteamericanas se retiraron de Haití, funcionarios de EE.UU. siguieron controlando hasta 1947 las finanzas y las fuerzas armadas del país. Tropas norteamericanas controlaron desde cerca el fin de las dictaduras de François Duvalier en 1963 -poco antes de la intervención militar en la vecina Santo Domingo- y de "Baby Doc" Duvalier en 1986.
[61].- Naciones Unidas, Depto. de Información Pública: Por los territorios no autónomos. La obra de las Naciones Unidas. 1948.
[62].- En su famoso mensaje de 1904, el presidente Theodore Roosevelt fundamentaba así su conocido Corolario a la Doctrina Monroe: "El mal proceder crónico, o una impotencia que dé por resultado el aflojamiento general de los lazos de la sociedad civilizada, pueden, en América como en cualquier parte, hacer necesaria en última instancia la intervención por alguna  nación civilizada... El derecho a tal independencia [de los países americanos] no puede ser separada de la responsabilidad de hacer buen uso de ella. Al afirmar la Doctrina Monroe, al dar los pasos que hemos adoptado en relación a Cuba, Venezuela y Panamá, y... asegurar las 'puertas abiertas' en China, hemos actuado en nuestro propio interés así como en el de la Humanidad en su conjunto".
Henry Kissinger ha afirmado: "Por ser la única nación explícitamente creada para reivindicar la idea de libertad, los Estados Unidos siempre creyeron que sus valores eran relevantes para el resto de la Humanidad. (Por eso) el impulso de una obligación misionaria para transformar el mundo a nuestra imagen". Por su parte, el asesor de Seguridad Nacional del presidente Clinton, sostiene que: "Debemos promover la democracia y la economía de mercado en el mundo, porque eso protege nuestros intereses y nuestra seguridad, y refleja los valores que son, a la vez, americanos y universales... Nuestros intereses ideales nos obligan no sólo a involucrarnos sino también a dirigir". (En Brieger, Pedro: "¿Cómo serán las guerras del siglo XXI?". Reencuentro,  mayo-junio 1995).
[63].- Ver un análisis de la vigencia actual de la lógica del sistema interestatal en las relaciones internacionales en Bernal-Meza, Raúl: "La globalización: ¿un proceso o una ideología?". En Realidad Económica Nº 139, Buenos Aires, 1995.