De crisis y de guerras


De crisis y de guerras
La economía mundial, antes y después 
de los atentados del 11 de septiembre de 2001

Mario Rapoport y Rubén Laufer [1]
En El viraje del siglo XXI. Deudas y desafíos en la Argentina, América Latina y el mundo, Mario Rapoport. Ed. Norma, Buenos Aires, 2006.



Un gigante enfermo

El vendaval de la crisis económica sigue azotando en ramalazos a toda la economía mundial. Desde que emergiera en 1997, sus principales episodios transcurrieron en los países de la periferia, pero su núcleo está en los tres grandes centros de la economía capitalista del planeta, particularmente en los Estados Unidos. Los atentados de setiembre de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono agravaron esa situación, pero no fueron la causa. Y la respuesta agresiva de la Casa Blanca, con la invasión a Irak, equivalió a una "fuga hacia delante", pero no revirtió la tendencia.
Recientemente, el Wall Street Journal reunió a 55 economistas ligados a los medios financieros, con la clara intención de calmar las ansiedades de los inversores. Dianne Swonk, principal economista del Bank One Corp., resumió así sus predicciones optimistas: "Récord en ganancias, récord en el flujo de efectivo, crecimiento del ingreso y muchas órdenes [de compra]. No se puede pedir más"[2]. El presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, corroboró esa visión: "La evidencia acumulada... indica que la producción continúa expandiéndose a paso sólido y las condiciones del mercado laboral han mejorado... con una inflación que se espera se mantenga relativamente baja". Tales afirmaciones siguieron a la decisión de la Reserva Federal de aumentar en un cuarto de punto la tasa de interés. "Al crecer la economía y crearse empleos... siempre se espera que un aumento en la tasa de interés sea parte del fortalecimiento de la economía", coincidió con cautela el New York Times[3].
Pero, no son pocos los analistas que señalan, por el contrario, la acelerada acumulación de elementos de recesión y avizoran un próximo colapso de la economía norteamericana. El derroche de optimismo antes mencionado se ligaba más bien a las necesidades de la campaña reeleccionista de Bush, y no hace más que acentuar el dramatismo de los índices económicos. El 6 de julio, el mismo Wall Street Journal titulaba: "El ascenso en la tasa de interés y la decadencia en la demanda agudizan preocupaciones en Wall Street". El artículo reportaba la abrupta caída en la venta de automóviles por parte de las grandes fábricas en el  mes anterior, y una baja pronunciada en las expectativas de ventas para la cadena de tiendas Wal-Mart. El aumento de la tasa de interés -después de la larga serie de rebajas por parte del jefe de la Reserva Federal, Alan Greenspan, que en un par de años llevó ese índice al nivel más bajo de la historia- no refleja tanto una reversión de la caída de demanda e inversión, sino más bien la urgencia de enfriar el crédito, y la necesidad cada vez más acuciante de Estados Unidos de atraer capitales del exterior. Algo parecido a lo que ocurrió a principio los años 80 bajo la presidencia de Ronald Reagan.

La deuda pública norteamericana alcanzó así  en julio la escalofriante cifra de 7 billones, 218.337 millones de dólares, siendo la superpotencia el país más endeudado de la tierra. Y no sólo en el exterior: la sistemática política de bajas tasas de interés de la "Fed" condujo a las familias estadounidenses a un endeudamiento récord -casas, automóviles y otros bienes marcaron durante varios años seguidos las pautas de la fiebre consumista-, creando una "recuperación virtual" financiada por los mismos consumidores.
El presupuesto de "país en guerra", proclamado por el presidente norteamericano para el 2005, prevé un déficit fiscal sin precedentes de 521 mil millones (un 5% del PBI). Casi el 80 por ciento (401 mil millones) está destinado a fines bélicos, y no incluye el costo de las operaciones militares de las fuerzas de ocupación en Irak y Afganistán, para las que la administración ya ha pedido varias asignaciones especiales por un total superior a 100 mil millones. A esto se agrega un sideral déficit comercial: 55.800 millones de dólares en junio, según el Departamento de Comercio, previendo que se supere este año la cifra récord de 496.508 millones de dólares alcanzada en 2003.
Ambos déficits configuran un verdadero "agujero negro", que los EE.UU. sólo pueden financiar mediante constantes colocaciones de títulos públicos a inversores privados y estatales extranjeros (hoy principalmente japoneses y chinos). ¿Continuarán indefinidamente esos inversionistas sosteniendo con sus compras de acciones y bonos y sus préstamos bancarios la inmensa deuda norteamericana, especialmente en el contexto de la lenta pero constante desvalorización del dólar frente a monedas como el euro y el yen? Más bien esa baja, de mantenerse, presagia un frenazo en el ingreso de capitales y la consiguiente suba de las tasas de interés.
En este contexto se hace acuciante para Washington la necesidad de asegurar mercados exclusivos para sus industrias, servicios y capitales. Como señala Pinheiro Guimarães “la profunda interdependencia y dependencia de la economía americana con relación a la economía mundial y la idea de que el éxito económico americano se debe al capitalismo ‘libre’ son la base de la permanente y consistente estrategia económica externa americana”.[4] Por eso, las políticas estadounidenses hacia América Latina volvieron a centrarse -mediante presiones diplomáticas, financieras y otras- en la puesta en marcha del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Muy poco después del 11 de septiembre, ya lanzada la ofensiva "preventiva" de la "guerra contra el terrorismo", la administración Bush Jr. reforzó sus presiones sobre los gobiernos latinoamericanos con el argumento de que la firma de un tratado que consolide ese objetivo, y la autorización de la “vía rápida” para lograrlo, forman parte de esa “guerra”. Pero los cambios ocurridos en diversos países de la región, como Argentina, Brasil y Venezuela, que han cuestionado el ALCA como un mecanismo favorable a los intereses norteamericanos, especialmente en cuanto al tema de inversiones, propiedad intelectual y compras gubernamentales y las limitaciones internas de la propia economía del norte, que no puede prescindir de otorgar subsidios proteccionistas para muchos productos agrícolas de exportación que no pueden competir con los de nuestros países, significaron por ahora un freno a tales pretensiones aunque se avanza en el terreno de los acuerdos bilaterales.[5]
Los trágicos atentados del 11-S vinieron a sumar otras dificultades, particularmente en algunos rubros como aerolíneas y seguros, a un escenario que ya era crítico y donde la sombra de la recesión sobrevolaba las fábricas estadounidenses. La fiebre de consumo estimulada desde el Estado no fue suficiente para alentar una recuperación persistente, por eso a la caída de demanda sucedieron planes de "reestructuración" y despidos. "Hoy el problema económico es el exceso de capacidad en relación a la demanda -admitió un ex alto funcionario de la Casa Blanca-. Hay demasiadas fábricas ociosas, demasiados equipos sin usar, y demasiada gente sin trabajo. Y no hay suficientes compradores para todos los productos y servicios que puede producir la economía norteamericana"[6]. Un ejemplo reciente es el del consorcio alimentario Kraft Foods, que en los últimos días de enero de 2004 anunció el despido de 6.000 trabajadores y el cierre de 20 de sus plantas en el mundo, como parte de un fuerte redimensionamiento tras un año de ventas y beneficios por debajo de los cálculos. La planta laboral de la compañía comprende 50.000 trabajadores en Estados Unidos y más de 100.000 en el mundo. Un total de cerca de 3 millones de puestos de trabajo se perdieron desde que Bush llegó a la Casa Blanca; incluso quienes durante 2003 creyeron ver signos de recuperación de la economía norteamericana acuñaron luego la expresión "recuperación sin empleo"[7].
Todo esto redunda en un grave deterioro de la situación social. Según un estudio de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Minnesota, alrededor de 44 millones de personas en Estados Unidos -entre ellas 20 millones de trabajadores- no tienen seguro médico. No es casual que el pasado 19 de junio, 10 mil personas desfilaran por el Golden Gate de San Francisco exigiendo el seguro médico universal.

No mas crisis "asiática", sino mundial

También en Europa la recesión mundial se ha traducido en una caída generalizada de los índices de crecimiento. En 2003 el Producto Bruto Interno (PBI) de la Unión Europea aumentó apenas un 0,7 %, por debajo del 1 % registrado en 2002.
Francia y Alemania, que representan aproximadamente la mitad del PBI del área del euro, se hallan embarcadas en intensas reformas económicas dirigidas a revertir la declinación de los beneficios de sus poderosas corporaciones y restablecer su "competitividad" en los mercados. Los recortes en el sistema de pensiones y la gradual flexibilización del mercado laboral son una de las vías a la que recurren los consorcios europeos. "Parece que la larga siesta de Europa ha llegado finalmente al límite, víctima del crónico estancamiento económico, del deterioro de las finanzas públicas y de la competencia de mano de obra barata en los nuevos países de la UE y en Asia", resume con dura ironía y escaso sentido autocrítico un periodista norteamericano[8].
Responsabilizando a la fuerza laboral, tanto activa como pasiva, de haberse vuelto un "insumo caro", durante los últimos meses poderosos grupos monopólicos como los alemanes del automóvil (Volkswagen, Daimler-Chrysler) y de la energía (Siemens) anunciaron planes de deslocalización, aumento de la jornada laboral con igual salario, y despidos masivos[9]. Como consecuencia, la tasa de desempleo en la Unión Europea (UE) alcanzó en junio el 9,1 % de la población activa (19,4 millones de personas), con valores extremos en Polonia (18,9%) y Eslovaquia (16,2%), de un lado, y Luxemburgo y Austria del otro (4,2%)[10].
En Francia, pese a la formal vigencia de la semana laboral de 35 horas, los grandes conglomerados industriales han implementado vías "laterales" para extender la jornada laboral, e invocan como ejemplo las reformas en curso en la vecina Alemania[11]. En esta última, el presidente de la Confederación de Cámaras de Industria y Comercio de Alemania (DIHK), Ludwig Georg Braun, llamó abiertamente a aprovechar la ampliación de la Unión Europea para trasladar parte de la industria alemana al extranjero en donde la producción es mucho más barata. En realidad la industria alemana hace tiempo que comenzó a "deslocalizar" su producción. Los grandes consorcios automovilísticos alemanes, por nombrar un sector, hace décadas que vienen desplazando sus plantas industriales a países asiáticos y, últimamente, de la ex Europa del Este.
Todo esto ha motivado el resurgimiento de movilizaciones multitudinarias en rechazo de esos planes y en defensa de las conquistas sociales obreras en Alemania, Francia e Italia, casi siempre por fuera y por encima de las conducciones sindicales comprometidas con las patronales reformadoras y el Estado[12]. El actual programa "Hartz IV" -núcleo de la llamada "Agenda 2010" impulsada por el gobierno socialdemócrata alemán- tiende a ahondar la brecha entre los trabajadores ocupados y desocupados, aumentando la presión a la baja salarial generalizada, eliminación de derechos sindicales, horarios laborales flexibles, extensión de la semana laboral, y establecimiento de "zonas económicas especiales" en el este de Alemania y en la cuenca del Ruhr[13].
La preocupación por el estancamiento dio alas a proyectos keynesianos: en octubre de 2003 una cumbre de "los Quince" debatió un vasto programa de grandes obras de infraestructura -concernientes al transporte ferroviario y marítimo- por un monto de 220 mil millones de euros hasta el 2020. Pero en la práctica Berlín y París ya han superado el supuestamente inviolable techo establecido por la Unión Europea para los déficits presupuestarios del 3% del PIB, de modo que no hay margen para estímulos fiscales.
Las empresas europeas encaran también la notoria caída de sus beneficios mediante un intenso proceso de fusiones y adquisiciones protagonizadas por sus principales consorcios. En abril, la Comisión Europea aprobó la fusión de dos aerolíneas emblemáticas: la semiestatal Alitalia -acosada por la crisis financiera que la tenía al borde de la quiebra- y Air France.
El Japón, que sólo promediando el 2003 ha comenzado a emerger de la larga recesión que aquejaba a su economía desde inicios de los '90, también se resiente de similares índices negativos. A fines de 2003, el gigante electrónico Sony anunció la eliminación en tres años de 20.000 puestos de trabajo -el 13% de sus 154 mil trabajadores en todo el mundo-, como parte de una reestructuración a gran escala a fin de detener la caída de la tasa de ganancia. En el tercer trimestre de ese año los beneficios de la corporación habían sumado 304 millones de dólares: una declinación del 25% respecto a igual período del año anterior[14].
China ha sido, en estos últimos años, la única de las potencias con índices positivos de crecimiento económico. Sin embargo, el ascendente capitalismo chino muestra ya claros indicios de desaceleración, y cifras conservadoras dan cuenta de una desocupación creciente que ya afecta a 15 millones de personas sólo en centros urbanos, sin contar las sobrepobladas áreas rurales[15]. Los dirigentes chinos también se muestran, desde la invasión estadounidense a Irak, preocupados por los efectos de la política belicista del gobierno de Washington y la consiguiente inestabilidad mundial en los negocios[16]. En el último período, el significativo ascenso de los precios del petróleo, motivado tanto por la creciente demanda china como por la inestabilidad de la ocupación de Irak y el resurgimiento de reclamos nacionalistas en países productores, augura nuevas conmociones.
Así, el fantasma de la crisis agita sus alas negras sobre los cinco continentes. Las economías de Europa y Japón dan muestras de estancamiento, y los Estados Unidos ya no son desde hace tiempo la locomotora capaz de impulsar decisivamente la economía mundial. Las exportaciones norteamericanas no despegan ni siquiera con la notable desvalorización de su moneda, y este mismo dato llena de zozobra a los inversores extranjeros con tenencias en dólares[17]. La generalizada caída de la actividad económica a nivel mundial expulsa ingentes masas de trabajadores de la producción. "A pesar de la recuperación económica experimentada en el segundo semestre de 2003 -señala un informe de la OIT de marzo de 2004-, continuó el ascenso incesante del desempleo en el mundo, que alcanzó una nueva cifra sin precedentes de 185,9 millones de hombres y mujeres en paro"[18].

No fue "un rayo en un día de sol"

Los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono significaron un golpe indudable a la economía mundial en su conjunto. El FMI señaló entonces el debilitamiento global de la confianza del consumidor y de los negocios, el retiro generalizado de activos riesgosos tanto en los mercados maduros como en los emergentes, un impacto significativo en la demanda y en la actividad económica en EE.UU. y otros países industriales, e indicios de aumento del desempleo[19]. Pero el impacto económico de los atentados no fue "un rayo en un día de sol": más bien acentuó tendencias preexistentes, ratificando la presencia de fuertes elementos de continuidad entre la actual situación y el escenario previo al 11 de septiembre.
Esas tendencias apuntaban, ya desde el 2000, a una clara disminución del dinamismo económico global, y particularmente del de la economía norteamericana. Durante el mismo año 2001 se hicieron públicas fuertes “correcciones a la baja” en las proyecciones económicas. Entre octubre de 2000 y los días previos al 11-S, las estimaciones del FMI sobre el crecimiento de la producción mundial se modificaron del 4,2% a un 2,6%; para el G7, de un 2,9% a un 0,6%; en tanto que para el caso de los "nuevos países industrializados" la estimación para el año 2001 se redujo de un 6,6 a un 1%, y para América Latina de 4,5 a 1,7 %. En el mismo sentido se inscribieron entonces las proyecciones del Banco Mundial, del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU y de la UNCTAD[20]. Al mismo tiempo, la burbuja especulativa había alcanzado dimensiones colosales: las transacciones cambiarias llegaban a 1.500 billones de dólares diarios, contra 18 mil millones en los años '70 y 200 mil millones a mediados de los '80, es decir, más de 50 veces el monto de intercambios de bienes y servicios[21].
El largo período de crecimiento ininterrumpido que se inició en 1991 llegó a su fin bastante antes del 11-S. Para el segundo trimestre de 2000 la recesión estaba instalada en Estados Unidos, lo que se reflejaba en la caída del PBI, del volumen de ganancias de las corporaciones, de la inversión fija y de la producción industrial, y en el crecimiento sostenido de la desocupación. En lo que se refiere al PBI, durante el primer trimestre de 1998 había crecido el 6,1%; en el mismo período de 1999, el 3,1%; en el primer trimestre del 2000, sólo el 2,3%; y en el mismo lapso de 2001 fue negativo: -0,6%.
Los escándalos corporativos vinculados a la formulación de balances falsos con la complicidad de los más altos niveles del gobierno norteamericano, pusieron en evidencia la intención de hacer pasar como ganancias lo que en realidad eran pérdidas. A mediados de 2002, la masividad de esos fraudes -que complicaban por miles de millones de dólares a grupos como el Citigroup, Duke Energy, Enron, Global Crossing, Halliburton, J. P. Morgan Chase, Laboratorios Merck, Merrill Lynch y WorldCom- daba la pauta de que no se trataba de males circunstanciales sino estructurales. Entre otras cosas porque la crisis golpeaba al núcleo de la tan pregonada "Nueva Economía", las compañías informáticas con centro en Silicon Valley, que tuvieron su auge entre 1995 y el 2000.
Las acciones tecnológicas constituyeron un inmenso "globo", completamente desproporcionado al valor real de las compañías. El colapso de las punto com derrumbó el mito de la productividad indefinidamente ascendente gracias a la tecnología de la información, y las ilusiones de un capitalismo sin crisis gracias a la globalización de los mercados. Mitos que hace pocos años eran fundados en la sobreexpansión de los "tigres" asiáticos, y que hoy abrevan en similares espejismos inspirados en las perspectivas pretendidamente ilimitadas del mercado chino.[22]

Una continuación de la política por otros medios

Las sucesivas oleadas de la crisis iniciada en 1997 -primero el sudeste asiático; luego Rusia, Turquía, Brasil y Argentina; finalmente Estados Unidos, Europa, Japón- golpearon a miles de millones de personas con sus secuelas de hambre, desocupación, explotación laboral, guerra. El escenario mundial continúa oscurecido por densos nubarrones.
Los trágicos atentados del 11-S dieron impulso al rumbo militarista de la política exterior norteamericana; rumbo que en verdad se había entronizado con la misma llegada a la Casa Blanca del equipo de Bush-Cheney-Rumsfeld-Rice, encarnando los intereses del “complejo petrolero-militar”. En nombre de la “lucha contra el terrorismo”, la dirigencia norteamericana encaró una ofensiva belicista  que conmueve al mundo.
A impulso de esos intereses, el gobierno norteamericano se arrogó el derecho a efectuar ataques “preventivos”, enarboló razones indemostrables y puso proa a una campaña dirigida a  adecuar el mapa político de la región del Golfo Pérsico a sus propios fines mediante la imposición de un régimen seudo colonial en Irak, la consolidación regional de la supremacía militar de su aliado israelí, y la obtención de una serie de bases militares en los países ex soviéticos del centro de Asia tras la ocupación de Afganistán. Con ello no sólo asentó sus reales sobre uno de los mayores reservorios petroleros de la tierra, sino que lo hizo en el “entorno” mismo de China y Rusia. El vasto dispositivo estratégico en marcha incluye los extremos de un vastísimo arco que une el Cáucaso con Filipinas. Estos desmesurados empeños se corresponden con el sideral presupuesto militar aprobado por el Congreso estadounidense.
Nuestra región no está al margen de este escenario. Invocando la “lucha contra el narcotráfico” y contra el "terrorismo", asesores y tropas norteamericanas forman parte del Plan Colombia, ahora reconvertido en “Iniciativa Regional Andina”, una red de “defensa” regional en cuyo marco Washington aspira a la posesión de bases militares en todo el subcontinente; ya las tiene en Manta (Ecuador), Santa María (Perú) y Alcántara (Brasil), y es pública su exigencia de algún tipo de posibilidad de intervención en la “triple frontera” y otras partes.
Como lo ha hecho recurrentemente desde las crisis de fines de los años 60 y principios de los 70, Washington busca superar el trance económico conquistando posiciones geopolíticas de largo plazo en base a su indiscutible superioridad militar, y reactivando su economía con inmensas inversiones en el complejo militar-industrial. Todo esto ha convertido el mundo en un lugar cada vez más inestable.
Sin embargo, los objetivos de Washington chocaron con realidades más duras que las previstas. Las resistencias nacionales en Irak y Afganistán resultaron hasta ahora insurmontables; el reciente referéndum venezolano ratificó el mandato de Hugo Chávez y la continuidad de un proceso de cambios de sentido nacionalista y los movimientos de oposición a las privatizaciones y demás preceptos neoliberales al uso siguen creciendo en buena parte de los países sudamericanos. Todos estos hechos contribuyen a demorar y dificultar los planes estratégicos de EE.UU.
Al mismo tiempo, su soledad actual revela la gran distancia que separa la posición que Estados Unidos ocupa en el mundo de comienzos del siglo XXI de aquélla que detentaba en los años de la segunda posguerra, y ratifica el carácter multipolar del mundo de hoy. El gobierno de Washington se ve cada vez más precisado a recurrir a su incuestionable superioridad militar para compensar los desafíos que en el campo económico, financiero y científico-tecnológico le plantean las potencias competidoras. Pero, pese a la enorme superioridad militar y tecnológica que lo constituye en única superpotencia, prácticamente ninguno de los grandes problemas del mundo actual puede ser encarado sin la intervención en mayor o menor grado de los otros poderes del globo que en distintos aspectos parciales -militares, económicos o políticos- rivalizan con la superpotencia[23].
Para las mayorías del mundo, la “globalización” significa enajenación de recursos, destrucción de los mercados internos, recortes salariales, desocupación, pobreza, guerra, crisis. Más aún en la medida en que siguen prevaleciendo las políticas acordadas por los poderosos de la tierra, que se traducen en las “recomendaciones” e imposiciones del FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio a través de “programas de ajuste” que fuerzan a las naciones pobres y endeudadas a practicar medidas de “austeridad” perjudiciales para su desarrollo independiente y autosostenido. Y más también porque Europa y EE.UU. siguen cerrando sus fronteras y levantando trabas insuperables al comercio de aquéllas.
En este contexto, el ALCA asume una proyección mucho más amplia que sus alcances económicos. Frente a él, el Mercosur se constituye en un eje alterno a los proyectos de Washington y juega, al mismo tiempo, con el interés de los países europeos, que intentan levantar su propio proyecto de asociación interregional. Sobre el trasfondo de la gran vulnerabilidad de nuestras economías, tal “triangularidad”, ante la debilidad de instituciones y políticas comunes, no garantiza por si sola que nuestro subcontinente deje de ser un escenario particular de la crisis global.
El fortalecimiento de las economías nacionales mediante políticas de desarrollo económico independiente y autosostenido y la complementación solidaria en lo regional, deben combinarse para hacernos más fuertes frente a los vendavales que sin duda seguirán soplando.

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La ceguera de los economistas en los umbrales de la crisis del 30

El 28 de septiembre de 1928 Richard Whitney, vicepresidente del Stock Exchange (Bolsa de Valores) de Nueva York expresaba en conferencia de prensa su confianza en la "prosperidad" de la economía norteamericana. Salía, de hecho, al cruce de las formulaciones  referidas a la inevitabilidad de las crisis económicas cíclicas en el capitalismo elaboradas por prestigiosos economistas, como Joseph Schumpeter.
Por entonces, magnates de los grandes consorcios norteamericanos como los Ford, Mellon y Rockefeller insistían en el carácter ilimitado de la expansión económica, en los Estados Unidos y en todo el mundo. En los dos años anteriores, los monopolios siderúrgicos franceses, belgas, alemanes y luxemburgueses habían constituido el Cártel del Acero; y el Cártel del Petróleo reunía a la norteamericana Standard Oil, la anglo-holandesa Royal Dutch Shell, y la británica Anglo-Iranian. Se creía que los acuerdos de reparto de los mercados internacionales entre las grandes firmas daba por superadas las guerras económicas que habían conducido a la Guerra Mundial de 1914-1918. De los 15.000 millones de dólares norteamericanos colocados en el exterior, 5.000 estaban invertidos en Europa, y habían sido la base de la rápida recuperación de países como Alemania, Polonia y Checoslovaquia tras la guerra. La industria automotriz estaba en su apogeo: 4 millones de asalariados dependían de ella. En el mundo circulaban 18 millones de "Ford T".
"Muchas personas todavía no comprendieron que se han terminado los ciclos económicos tal como los hemos conocido" -expresó entonces Whitney-. "Por mi parte, estoy convencido de la esencial y fundamental solidez de la prosperidad norteamericana. Tal es, por otra parte, la opinión de la inmensa mayoría de los hombres de negocios de los Estados Unidos y, sin duda, del mundo entero".
Esto era dicho apenas un año antes del "jueves negro" de la Bolsa de Wall Street en octubre de 1929, y de la Gran Depresión de 1929-1933, cuyos tremendos efectos -dislocación del comercio mundial, quiebras, millones de desocupados, ascenso del nazifascismo- se prolongarían en todo el mundo hasta desembocar en 1939 en una nueva Guerra Mundial.
No todos los analistas mostraban semejante ceguera. Dos meses después de las estimaciones de Whitney, el economista Roger Babson planteaba su preocupación ante el auge alcista del mercado de valores: "Un estudio afinado del mercado demuestra que las acciones más importantes bajarán -advirtió-. Va a llegar el día en que el mercado comenzará a deslizarse por la pendiente: habrá más vendedores que compradores y los beneficios de papel desaparecerán. Entonces será un 'sálvese quien pueda', y la crisis que sobrevendrá será terrible". Otro grupo de economistas subrayaba que la economía norteamericana se hallaba al borde del abismo de la superproducción: "Los ingresos están mal repartidos y la demanda es insuficiente, frente a una producción que crece sin cesar. El aumento promedio de los salarios es del 8%, mientras que los beneficios industriales son del orden del 70%. Todo esto marca una desigualdad muy peligrosa en la distribución del ingreso".
Hoy, esa ceguera dramática retorna travestida en farsa. Gurúes económicos ligados a organismos financieros internacionales y a grupos de interés de distintas potencias vuelven a ignorar análisis de la dinámica del capitalismo formulados hace mucho tiempo y a los que la realidad, siempre tan testaruda, les dio oportunamente la razón.



[1] Mario Rapoport es Director del Instituto de Investigaciones de Historia Económica y Social de la UBA (IIHES), Investigador Principal del Conicet, Profesor Titular en las Facultades de Ciencias Económicas y Ciencias Sociales de la UBA y autor o coautor de varios libros, entre los cuales Historia económica, política y social de la Argentina, 1880-2000 (Ed. Macchi, 2000), Tiempos de crisis, vientos de cambio. La Argentina y el poder global (Ed. Norma, 2002) y Crónicas de la Argentina sobreviviente (Ed. Norma, 2004). Rubén Laufer es investigador del IIHES, Profesor Adjunto en la FCE de la UBA y autor de diversos trabajos sobre historia económica y relaciones internacionales.
[2] Wall Street Journal, 1/7/04.
[3] "Estados Unidos, ¿va esta superpotencia hacia un colapso?". Milt Neidenberg, Workers World Service, 24/07/2004.
[4] Samuel Pinheiro Guimarães, El papel político del Mercosur, su particpación y la de América del Sur en la evolución del sistema mundial, político y económico, multipolar y conflictivo”, 10/8/04, en Internet. Pinheiro Guimarães es actualmente Vicecanciller de Brasil.
[5] Mario Rapoport, “Entre le Mercosur el l’ALCA. L’Argentine et le protectionnisme des États-Unis”, en Alternatives Sud, Vol. X (2003) 1, Louvain-La Neuve,  pp. 101-121; Jaime Estay, “El ALCA después de Miami: la conquista continúa”, en Ana Esther Ceceña (comp.), Hegemonías y emancipaciones en el siglo XXI, CLACSO, Buenos Aires, 2004, pp. 74-75.
[6] Robert Reich, ex secretario de Trabajo de EE.UU. durante la presidencia de Clinton. Clarín, 8/1/03.
[7] Samuelson, Paul: "Estados Unidos: recuperación sin empleo". Clarín Económico, 1/2/2004.
[8] Mark Lander: "Adiós a la siesta de los europeos: se extiende la jornada laboral". New York Times, 8/7/04.
[9] Nubarrones sobre Wolfsburgo: Volkswagen extraña los viejos tiempos...". Deutsche Welle, 9/3/2004.
[10] Datos de la oficina de estadísticas Eurostat. Argenpress, 3/8/2004.
[11] Le  Courrier International, 30/7/04.
[12] "Toma fuerza ola de paros en Alemania". Deutsche Welle, 29/1/04.
[13] En Internet: www.mlpd.de
[14] "Despidos masivos en Japón", BBC, 29/10/03; "Sony eliminará 20.000 empleos", ANS-PSI, 29/10/03.
[15] The Economist, en La Nación, Economía & Negocios, 21/8/04.
[16] Diario del Pueblo, 11/4/03.
[17] http://www.liberalismo.org/foros/6/0/7739/
[18] "Comisión Mundial sobre la Dimensión Social de la Globalización". En Trabajo, Revista de la OIT, Nº 50, marzo 2004. "El actual proceso de globalización -se señala también allí- genera resultados desiguales entre los países y dentro de ellos. Se está creando riqueza, pero son demasiados los países y las personas que no participan de los beneficios".
[19] “An Initial Assessment of Prospects for the Global Economy Following the Events of September 11”, noviembre 2001, en Internet.
[20] Jaime Estay: La economía mundial y América Latina después del 11 de septiembre: notas para la discusión. 2001. http://www.redem.buap.mx
[21] Mario Rapoport, Tiempos de crisis, vientos de cambio. Argentina y el poder global. Bs. As., Norma, 2002, pp. 97-111.
[22] Sobre los mitos de la globalización todavía son válidas las ideas expresadas en un dossier sobre el tema publicado en la revista Ciclos en la historia, la economía y la sociedad, N°  12, 1er. Semestre de 1997, con artículos de Jocelyn Letourneau, Pierre Salama, Edmundo Heredia, Luis Roninger, Eduardo Grüner y Mario Rapoport.
[23] Cf. Mario Rapoport y Ruben Laufer, “El poder global”, en Encrucijadas, Revista de la Universidad de Buenos Aires, octubre de 2002; Atilio A. Borón (comp.), Nueva Hegemonía Mundial. Alternativas de cambio y movimientos sociales, CLACSO, Buenos Aires, 2004.