De Irak en adelante

La ocupación colonial de Irak y el “fin de las soberanías nacionales”: un gigantesco proyecto de dominación mundial del imperialismo norteamericano
De Irak en adelante
Rubén Laufer
En La Marea, revista de cultura, arte e ideas, Nº 20, invierno 2003.

En las horas en que se cierra esta nota, se multiplican en Irak las acciones de la resistencia patriótica contra las fuerzas de ocupación de los Estados Unidos. En poco más de dos meses, los ataques armados a convoyes militares, puestos de guardia y soldados norteamericanos se han convertido en la pesadilla del ocupante. Los Estados Unidos se enfrentan a una verdadera “guerra de guerrillas”, admite el subjefe del Pentágono Paul Wolfowitz. Según el Washington Times (19/6/03), sectores del partido nacionalista Baas nucleados en el grupo Al Awda (“El Retorno”) y militantes islámicos tejen una alianza ¾pese a la ideología secular del baasismo y a la represión que los musulmanes chiítas padecieron durante el gobierno de Sadam Husein¾ con vistas a un levantamiento. Posiblemente se encuentren allí los cuadros de las fuerzas armadas y milicias iraquíes “desaparecidas” como por ensalmo en las horas previas a la caída de Bagdad. La agencia Al Yazira habló también de unas “Brigadas Iraquíes de Resistencia”, organización que deslinda campos con el régimen de Sadam Husein. La resistencia es una y a la vez múltiple.
También se multiplican las represalias norteamericanas: centenares de muertos son apenas una referencia en los grandes medios, bajo la fría carátula de “limpieza de campamentos de terroristas” o “de leales a Sadam”, mientras se generaliza la persecución política e ideológica contra quienes se oponen a los invasores. Los portavoces del Pentágono, con su habitual cinismo, caracterizaron las operaciones militares “Escorpión del desierto” como "una mezcla de combates y ayuda humanitaria".


La caída de Bagdad primero, y de todo Irak después, en manos de las tropas invasoras norteamericano—británicas, golpeó a los pueblos de todo el mundo. Se inició una brutal ocupación militar, y hasta hoy los “administradores” de Bush siguen intentando montar una administración colonial basada en una parodia de legitimidad "nacional" y de reconocimiento internacional.
Inmediatamente tras la ocupación, las amenazas de Washington a Siria, Irán, Corea del Norte y Cuba confirmaron que la invasión y ocupación colonialista de Irak es apenas un capítulo de la "guerra global" que los jefes del imperialismo norteamericano proclamaron a voz en cuello tras los atentados del 11 de setiembre de 2001 –pero cuyas bases doctrinarias son muy anteriores– en nombre de una pretendida lucha contra las nuevas "amenazas globales" del terrorismo, las armas de destrucción masiva y los “estados delincuentes”.
Los líderes del "G-8" (las potencias imperialistas más poderosas, incluidas las que como Francia, Alemania y Rusia cuestionaron, junto a China, la unilateralidad de la invasión norteamericana) avanzaron en restañar las fisuras provocadas por la ofensiva de Washington: en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas dieron su aval a la ocupación colonialista, reconociéndole a la dupla Washington-Londres el derecho de gobernar a los vencidos y a explotar sus inmensos recursos petroleros. Suscribieron, además, las advertencias del matón Bush a Norcorea y a Irán, a quienes acusan de violar la no proliferación nuclear.
París, Berlín y Moscú tomaron nota de la nueva relación de fuerzas. Sus desvelos no pasan por el bienestar de los iraquíes en su tierra devastada por los bombardeos, ni por la restitución de su soberanía y autodeterminación nacional, ni por la mayor o menor democracia de su régimen político: sólo los mueve la ambición de obtener del botín de conquista la parte que no tuvieron en la guerra, y tener voz en las decisiones sobre el destino de los grandes negocios petroleros y de la deuda que el régimen sadamista dejó pendientes. Antes, durante y después de la invasión Chirac, Schröder y Putin se limitaron a tratar de mantener las manos de Bush sujetas dentro de los carriles "multilaterales" del Consejo de Seguridad. Y ahora cierran los ojos ante la rapacidad yanqui y fingen no ver los peligros del rumbo irremediablemente agresivo y guerrerista puesto en marcha por los "tanques de ideas" de la claque petrolero-armamentista que dirige la Casa Blanca. Su ceguera evoca el Pacto de Munich de 1938, cuando Londres y París le regalaron a Hitler un pedazo de Checoslovaquia en la ilusión de que eso moderaría la voracidad expansionista de los monopolios siderúrgicos y bancarios de la Alemania hitleriana, con lo que sólo alimentaron a los perros de la guerra nazis. Hoy, de concesión en concesión, negociando con la potencia hegemónica soberanías ajenas, no hacen más que alentar el rumbo de “guerra permanente” emprendido por los monopolios norteamericanos.

Pero la alevosa agresión de los Estados Unidos a Irak deja una marca profunda en la conciencia de los pueblos del mundo. Una inmensa marea de indignación, angustia y odio al imperialismo movilizó a millones de personas en los cinco continentes. Aún antes de que la banda guerrerista de Bush iniciara los bombardeos, muchos percibieron que bajo el siniestro nombre de "Libertad para Irak" se escondía un brutal operativo de conquista y de rapiña. Que la barbarie desatada nada tenía que ver con lo que Sadam Husein hubiera hecho o dejado de hacer. Millones de personas en centenares de ciudades –incluidas las de Estados Unidos– batieron el asfalto al grito de: "¡No sangre por petróleo!", "¡No en nuestro nombre!".
Se desnudó el repugnante arsenal de mentiras y provocaciones que los imperialistas acumularon para legitimar su agresión. Los mayores fabricantes, almacenadores, mercaderes y usuarios de armamento nuclear, químico y biológico y de la más aterradora colección de armas "convencionales" de exterminio, acusaban a Irak ¾falsamente, como se comprueba ahora¾ de albergar "armas de destrucción masiva". Los terroristas planetarios señalaban con el dedo a Bagdad por supuesta "protección al terrorismo". Quienes desencadenaron esta guerra de conquista colonial pasando por encima de las Naciones Unidas, los mismos que durante décadas apadrinaron la ocupación y el genocidio de Palestina por Israel ¾que posee armas nucleares e ignora sistemáticamente las Resoluciones 242 y 338 de la ONU¾, clamaron que Irak incumplía resoluciones de la ONU. El imperialismo que a lo largo del siglo XX estranguló democracias y prohijó a tiranos opresores y entreguistas como los Somoza, Duvalier, Trujillo, Batista ¾a quienes los gobiernos yanquis reconocían cínicamente como "sus propios hijos de puta"¾, invocó la urgencia de eliminar a un dictador e instaurar en Irak una "democracia" que proyectara sus "principios" a todos los países de la región. En nombre de esa "democracia" allanan viviendas, fusilan a los sospechosos de integrar o apoyar la resistencia patriótica y, como era de esperar, ya ha comenzado a salir a luz la prostitución de jóvenes iraquíes a manos de los bravos conquistadores que otra vez son, naturalmente, "sus propios hijos de puta".


Dos clases de guerra
"La sorpresa ha sido la amplitud de la resistencia y el coraje...". The Guardian

Día y noche desde el 19 de marzo, las fuerzas imperialistas capitaneadas por el republicano Bush y el socialdemócrata Blair ¾con la complicidad del español Aznar y de un minúsculo puñado de gobiernos "aliados"¾ descargaron miles de bombas sobre Bagdad y otras ciudades iraquíes. Se apuntó y se redujo a escombros a edificios gubernamentales, centrales eléctricas y barrios de viviendas; se convirtió a ferias populares de Bagdad en cenizas y restos sangrientos; con bombas de fragmentación se pulverizó o desmembró a hombres, mujeres y niños.
Las potencias imperialistas más poderosas del planeta atacaron brutalmente a una nación soberana del tercer mundo; un país pequeño y debilitado por 12 años de bloqueo económico e "inspecciones", de división territorial en "zonas de exclusión" y de incesantes bombardeos ingleses y norteamericanos; una nación que se atrevió a plantarse frente a la prepotencia y a la planificada agresión de un poder que supera en arsenales de destrucción masiva a todo el resto del mundo junto. Un país ambicionado y disputado por su petróleo y por su posición estratégica de cara al Golfo Pérsico, al Oriente Medio y al centro de Asia. Un país y un pueblo con los mismos enemigos que la Argentina, los que la saquearon y siguen saqueándola, los mismos que ésta enfrenta cuando reclama recuperar sus tierras malvineras.
La bestial ofensiva llamada de "shock y pavor" intentó desmoralizar, quebrar, abortar cualquier voluntad de resistencia del pueblo iraquí y del gobierno sadamista, y volcar a la población para que responsabilizara por la agresión al gobierno nacional y saludara como "libertadores" a los invasores imperiales.
Sin embargo, frente a la gigantesca maquinaria de guerra norteamericana no se alzó en Irak el coro de aplausos que los cerebros norteamericanos vaticinaron, sino la lucha nacional de los iraquíes: la guerra justa de un pueblo y una nación que lleva décadas resistiendo su sometimiento por las grandes potencias. Fueron esos campesinos apenas pertrechados que celebraron el derribo de un sofisticado helicóptero de guerra norteamericano; las mujeres que se hicieron volar junto con soldados invasores: las que decían "No tenemos aviones ni misiles: entonces combatiremos con nuestros cuerpos"; los jefes de tribus pastoriles juramentados para la resistencia; los exiliados que volvieron a Irak desde Jordania y Siria ¾relegando su condición de opositores o aún de perseguidos por el régimen sadamista¾ para luchar contra la invasión angloyanqui y en defensa de su patria; la oprimida minoría chiíta del sur que resistió con fiereza en Um Qasr y Basora, la que siempre supo ¾durante la guerra y después¾ que el objetivo de la matanza anglonorteamericana era, más allá de Sadam, acabar con la independencia de su país. "La sorpresa ha sido la amplitud de la resistencia y el coraje de muchos combatientes que han enfrentado los tanques con rifles AK 47 y muriendo de a miles", dijo el diario inglés The Guardian (11/4/03).
La causa nacional de Irak removió en todo el mundo aguas profundas. En casi todos los países se repudió masivamente a los invasores norteamericanos y británicos y a sus cómplices. Toda la región del Medio Oriente y el Golfo ardió de odio antiyanqui. Millones de trabajadores, intelectuales progresistas, defensores de la libertad, la democracia, la soberanía y la autodeterminación de los pueblos, gente común, manifestaron en Washington, Londres, Madrid, Roma, en cientos de ciudades en las grandes potencias y en países del tercer mundo, y volvieron sus ojos con simpatía y admiración hacia la resistencia que los iraquíes libraban con uñas y dientes en condiciones tremendamente desiguales frente al más grande superpoder militar de la Tierra. Los facinerosos de la Casa Blanca podrían ganar la guerra, pero tenían perdida de inicio la batalla política.
Pese a los bombardeos masivos sobre Bagdad y a las dolorosas bajas civiles, no hubo "shock y pavor" en el gobierno y en la población. A pesar de la aplastante superioridad militar de los invasores, en las etapas iniciales de la guerra esas fuerzas relativamente mal armadas, muchas de las cuales ni siquiera eran soldados, golpearon y causaron serias bajas a los invasores, atacando sus líneas de abastecimiento y sus puntos débiles, evitando las batallas convencionales en terreno abierto donde dominaba la superior potencia de fuego estadounidense. Sobrevolaron las "sombras" de Corea, Vietnam, Somalía. Aunque los mandos norteamericanos regaron muerte y destrucción desde sus superaviones, y aunque los "tanques de ideas" que rodean a Bush machacaron que sus fuerzas armadas son invencibles, los propios jefes imperialistas llegaron a temer que su plan de guerra pudiera quedar desbaratado y prolongarse mucho más allá de lo calculado, con impredecibles pérdidas materiales y de vidas y un imprevisible costo político.


El final, un comienzo

"Los focos de resistencia continúan... Confiar en el pueblo podría ser un gran error".
Kenneth M. Pollack, Brookings Institution (uno de los "tanques de ideas" de Bush)

La "cuestión iraquí" no es capítulo cerrado. Los estrategas de Washington lograron la victoria militar, pero están lejos de alcanzar sus objetivos más generales en Irak o en el Medio Oriente. Estados Unidos ocupa Irak con más de 140.000 soldados; 50.000 sólo en Bagdad. Terminada la guerra, derrocado el gobierno de Sadam y puesto el país bajo la bota de los imperialistas norteamericanos y británicos, comenzó una nueva etapa: la de la lucha de la nación iraquí contra la ocupación colonialista, por su independencia y autodeterminación.
Se suceden las emboscadas a las tropas de ocupación en Bagdad. Mientras el nuevo administrador colonial, Paul Bremer, anunciaba el comienzo de una nueva fase de la "reconstrucción", en Faluja, al oeste de Bagdad, soldados norteamericanos del 3er. Regimiento de Caballería Armada eran atacados con lanzagranadas. En esa localidad soldados norteamericanos abrieron fuego contra manifestantes que exigían el fin de la ocupación, matando a 18 iraquíes e hiriendo a casi 80. En Bagdad, 50.000 musulmanes chiítas y sunitas se lanzaron a la calle juntos el 18 de abril coreando "Bush no, Saddam no, Islam sí" y "Váyanse de nuestro país, queremos la paz". A fines de mayo, violentas manifestaciones estallaron en la ciudad de Hit, en la provincia de Al-Anbar unos 130 km al oeste de Bagdad: los iraquíes –según la cadena de televisión Al Jazira— protestaban contra los rastrillajes que las tropas norteamericanas realizan en sus casas en busca de armas. En los primeros días de junio, varios miles de soldados del disuelto ejército nacional iraquí marcharon en Bagdad proclamando: "Por ti, patria, damos la vida". Manos anónimas volaron un tramo del oleoducto que une el norte de Irak con Turquía.
Decenas de "incidentes" como éstos apenas trascienden la letra chica de los grandes medios, pero alarman a los ocupantes. Los alarma porque saben que son el emergente de una causa profundamente popular. Cientos de miles marcharon en los dos meses siguientes a la caída de Bagdad reclamando independencia y gobierno propio, y repudiando las fantochadas neocolonialistas que los delegados de Bush pretenden montar apoyándose en los servicios de iraquíes colaboracionistas alimentados desde hace años por la CIA. De igual modo que en otros países islámicos, múltiples sectores se atrincheran en su identidad religiosa, tribal y nacional procurando la cohesión necesaria para enfrentar al ocupante imperialista.
Se trata ya de una guerra de resistencia. Diversos trascendidos dan cuenta de la formación de uno o más Frentes de Liberación. Frente a las fuerzas mercenarias ¾instrumentos más o menos directos de la ocupación imperialista¾ se alza un heterogéneo conglomerado de grupos que desde 1991 convergieron en la Alianza Nacional Iraquí (ANI) conformando una "oposición patriótica" al gobierno sadamista, compuesta por baasistas disidentes y organizaciones y personalidades independientes, marxistas, comunistas, naseristas, nacionalistas e islámicas reformadoras. La ANI se opuso al embargo y a la invasión, y hoy se opone a la ocupación. Antes de la guerra planteó al gobierno de Sadam Husein una apertura democrática que facilitara su retorno al país para contribuir a su defensa frente a los agresores.
La prensa imperialista y sus corifeos dicen que se trata de los "restos" del viejo régimen sadamista; pero eso se parece mucho a lo que dijeron sobre los "restos" del talibán y de Al Qaeda en Afganistán, donde el régimen títere prácticamente no puede salir de la capital Kabul. En Irak, a juzgar por las multitudinarias manifestaciones populares en repudio a la ocupación ¾canalizadas en parte por el liderazgo religioso chiíta, pero en algunos casos coordinadas unitariamente con sunitas, kurdos y nacionalistas¾  la ficción de "democracia" concebida por Rumsfeld, Perle y demás ideólogos del nuevo colonialismo norteamericano sólo existe en los informes militares y de los periodistas "empotrados" en los batallones yanquis.
La comandancia imperial implementó también la destrucción y saqueo del patrimonio cultural y artístico en los museos de Bagdad, meticulosamente apañado por las tropas de ocupación, como forma de quebrar la identidad nacional y debilitar la voluntad patriótica. Pero eso no hizo más que avivar el fuego de la resistencia popular a la ocupación extranjera.
La conquista de Irak no es capítulo cerrado, tampoco, porque subsisten y se agravarán ¾por la propia ocupación¾ la opresión nacional y religiosa. Ahora los mismos norteamericanos tratan de contener y aplastar las aspiraciones nacionales de los nacionalistas kurdos ¾que fueron aliados de la invasión¾, ya que si se hacen fuertes en las ciudades del norte cobrará fuerza también el movimiento de independencia de los kurdos de Turquía, miembro de la OTAN y aliado principal de Washington en la región. Lo mismo sucede con los musulmanes chiítas en el sur, a quienes los norteamericanos advierten que “no tolerarán” un “régimen islámico”, que ellos consideran exclusivamente resultado de la “influencia iraní” en Irak.
No es capítulo cerrado, en definitiva, porque sigue vigente aquella aseveración maoísta que resume: "los pueblos quieren la liberación, los países independencia, y las naciones, soberanía".


Mucho más que petróleo
"¿Por qué el petróleo nuestro está bajo las arenas de ellos?".
Cartel en una manifestación pacifista en Estados Unidos.

La agresión a Irak mostró que los monopolios norteamericanos han tomado la decisión política de marchar ¾aún con pocos aliados o ninguno¾ a imponer por la violencia un nuevo reparto del mundo bajo su hegemonía, y desde allí redefinir las relaciones de fuerzas y las "áreas de influencia" con sus rivales imperialistas. Detrás de esa necesidad está la profunda crisis que estremece a la economía norteamericana.
Las escandalosas matufias que los “mascarones de proa” del “poscapitalismo” como Enron y WorldCom utilizaron para hacer pasar sus pérdidas por ganancias revelaron que, aunque la crisis económica mundial se manifiesta en países y regiones periféricos, tiene su epicentro en los Estados Unidos. Las sucesivas bajas de tasas de interés y los recortes de impuestos a favor de la inversión empresarial han resultado impotentes para motorizar la reactivación, porque lo que cae es el consumo y el empleo, y crece el endeudamiento. Desde la segunda Guerra Mundial, el imperialismo norteamericano confió en la guerra para reimpulsar su complejo militar-industrial, y desde allí al resto de sus grandes trusts y al conjunto de su economía.
Ahora, al igual que los nazis cuando se lanzaban a ocupar Polonia, los monopolios petroleros y armamentistas que encarna la banda de Bush ¾además de algunos de la electrónica y del automotor— reclaman su “espacio vital”. Son ellos los que buscan febrilmente fuentes de “reactivación” fogoneando rabiosamente la agresión contra Irak. Aún antes de "estabilizar" su dominio, ya se repartían los grandes negocios obtenidos a costa de la sangre y la dominación del pueblo iraquí. Lockheed Martin, United Defense Industries, Boeing, Raytheon Systems, Starmet, Textron Defense Systems, Bechtel y Halliburton son algunas de las compañías que ya han comenzado a embolsarse la parte del león del formidable presupuesto de Defensa de 400.000 millones de dólares aprobado por el Congreso, y para el que Bush reclamó luego 80.000 millones adicionales. La designación del ex general Jay Garner, ejecutivo de la industria de armamentos especializada en la fabricación de misiles, como primer administrador del Irak ocupado, es una manifestación cínica de ello. La petrolera Halliburton –de la que el vicepresidente Cheney sigue como empleado a sueldo–, es la que administró los aeropuertos tras la invasión a Yugoslavia y construyó el campo de concentración en Guantánamo para los prisioneros afganos.
Sin duda el Irak ocupado es para los monopolios yanquis una "tierra de oportunidades". Según The Independent, las calles de Bagdad volvieron a poblarse de traficantes de heroína y cocaína. "No es nada extraño que allá donde vayan los americanos florezcan los narcóticos ¾escribió el diario londinense¾. Los talibanes habían tenido gran éxito en la erradicación de drogas de Afganistán, pero desde que las fuerzas de EE.UU. se hicieron con el control, Afganistán es de nuevo el mayor productor de heroína en el mundo".
El estado norteamericano es una desnuda expresión de los intereses monopolistas. Impelido por la crisis, busca nuevamente "huir hacia delante", asentando cada vez más su condición de superpotencia en la expansión y en el control de los recursos mundiales. Y para eso la supremacía militar indiscutida y el creciente fascismo interno.
Más allá de la obsesión guerrerista y de los delirios de grandeza de Bush y sus "tanques de ideas" ¾e incluso más allá de su necesidad inmediata de zafar de la crisis económica¾, lo de Irak es parte de algo mucho más grande. Es la segunda fase ¾la primera fue la guerra y conquista de Afganistán hace poco más de un año¾ de un vasto proyecto de hegemonía y de dominación regional y mundial para todo el siglo XXI.
Los líderes yanquis buscan controlar el grifo petrolero, no sólo para satisfacer sus enormes necesidades de importación, sino para tener a ración a sus competidores europeos y al Japón. Pero este es apenas parte de un plan mayor. Sus ambiciones van más lejos: aspiran a reformular en su conjunto las relaciones mundiales de poder. El arrasamiento de Irak debe servirles para poner en caja a "imprevisibles" del tercer mundo como Siria, Irán, desde luego Cuba, y hasta Arabia Saudita; y para prevenir cualquier interferencia de potencias rivales (Francia, Rusia, China) o de las molestas derivaciones del derecho internacional y de las Naciones Unidas. Por eso los jefes del Pentágono y de la banda de Bush atiborraron sus declaraciones en los días siguientes a la caída de Bagdad de términos como el "ejemplo" y la "lección" de Irak.
Su plan es moldear la vida política y económica de toda la región del Medio Oriente y el Golfo Pérsico, y en esa dirección apunta también la llamada "Hoja de ruta" ¾negociada con Rusia y la Unión Europea¾ que pretende terminar definitivamente con la Intifada palestina e imponer un "nuevo orden regional" sobre la base de un nuevo reparto de "zonas de influencia" de las grandes potencias.
Con la ocupación de Afganistán, Estados Unidos logró establecer bases militares permanentes en ese y otros países centroasiáticos. El Irak ocupado y el acceso a bases propias o "amigas" en Pakistán, Filipinas, Japón y Corea del Sur ¾y la anhelada eliminación de la "amenaza" de Corea del Norte¾ completarían el amplio cerco que los estrategas norteamericanos pergeñaron en los últimos años, buscando adelantarse a la inevitable confrontación que prevén con la China nuevamente capitalista, que proclama abiertamente su aspiración a convertirse en superpotencia, y que por algo acaba de reafirmar su alianza estratégica con Rusia.
Es también en nombre de este proyecto de dominación global que Bush y su jauría lanzaron su estrategia de “guerra permanente”, contenida en la “Doctrina de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América” proclamada en setiembre de 2002. Allí se define al “enemigo” ¾el “terrorismo” y los países que posean “armas de destrucción masiva”¾ de un modo que por su vaguedad permite convertir en blanco de sus propias “armas de destrucción masiva” a cualquier nación que, como Irak, pueda constituirse en obstáculo para sus fines planetarios. La “Doctrina Bush” reconoce a los países que no sean los propios Estados Unidos ¾y en particular a los del tercer mundo¾ apenas una "soberanía limitada". Con el pretexto de la “Seguridad Nacional" pretende legitimar el derecho de intervención política y militar yanqui en “cualquier oscuro rincón del planeta”, ya no en defensa frente a un ataque extranjero sino invocando la legitimidad de una “guerra preventiva” que, como sistemáticamente han hecho los imperialistas norteamericanos desde las guerras de Corea y Vietnam hasta la reciente contra Irak, ellos mismos se encargarán de justificar mediante todo tipo de provocaciones y mentiras.

Irak es la segunda fase, pero no la última, de este "rediseño del mapa" mundial. Nuestra América Latina está lejos del Golfo Pérsico, pero dentro de los planes estratégicos norteamericanos (también de los de sus rivales). Aparentemente, como consecuencia de la impresionante oleada de luchas antiprivatistas y antiimperialistas que recorre América del Sur, el imperialismo estadounidense ha decretado el fin de su política de apoyo a los regímenes democrático-parlamentarios, pasando a promover activamente el golpismo cívico-militar y dictaduras más encubiertas o menos como la que inspiran a través del golpismo perpetuo y los paros empresariales y “cívicos” contra Chávez. A eso hay que sumar la militarización en Colombia para acabar con la lucha armada, la desembozada injerencia política en las elecciones brasileñas y bolivianas contra las candidaturas de Lula y de Evo Morales, el “castigo infinito” y las presiones políticas y económicas sobre la Argentina para terminar con el proceso abierto por el Argentinazo.
La unidad y la convergencia de nuestros pueblos contra esos planes de dominación y en defensa de nuestras soberanías nacionales no sólo es necesaria sino que, como esas mismas luchas muestran, más allá de sus vueltas y revueltas, también es posible. El ejemplo del pueblo iraquí en su resistencia frente al monstruo imperialista es en ese sentido ejemplo y fuente de inspiración.

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RECUADRO 1

¿Un siglo yanqui?

No hay aún un mundo unipolar, ya que la condición de superpotencia se define no sólo en términos militares sino también económicos y políticos, y en estos planos los capos yanquis aún no pueden decidir en los problemas importantes sin contar con la opinión de los europeos y la de China, Rusia y Japón. No hay un mundo unipolar, pero aspiran a imponerlo impidiendo, mediante un descomunal rearme militar, la emergencia de potenciales competidores políticos, económicos y militares. Y no reparan en medios.
El rumbo expansionista que esto supone teñirá la marcha del mundo por muchos años, oscureciendo el horizonte con negros nubarrones de intervencionismo militar y guerra. Sin tapujos, los “tanques de ideas” de la claque bushista lo bautizaron reveladoramente "Proyecto para el Nuevo Siglo Norteamericano" (PNAC, en su sigla en inglés).
Este engendro ¾financiado por tres fundaciones vinculadas a las industrias armamentística y petrolera estadounidenses en Medio Oriente¾ cobija a los actuales ideólogos de la Casa Blanca: el hoy jefe del Pentágono Donald Rumsfeld y su ex jefe de asesores Richard Perle; el vicepresidente Dick Cheney; John Bolton, subsecretario de Estado para control de armamentos y seguridad internacional; y el gobernador de Florida y hermano del actual presidente, Jeb Bush. Sus documentos y artículos revelan que, en sus trazos gruesos, los planes norteamericanos actualmente en curso llevan mucho tiempo de gestación. Operaron durante varios años en secreto, y salieron recientemente a luz, después de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
Desde 1998 por lo menos, vienen elaborando la doctrina del superpoderío norteamericano basado en nociones como las de "liderazgo único", relegamiento de la "vieja Europa", desafío a los "regímenes hostiles" y derecho de Estados Unidos a la "guerra preventiva" contra el "eje del mal". El objetivo, formulado abiertamente, era y sigue siendo forjar el liderazgo indiscutido del imperialismo norteamericano en un escenario unipolar, sustentado en su abrumadora supremacía militar. Estados Unidos por encima de Europa; Washington ¾con o sin la pantalla "multilateral" de la OTAN¾ por encima de la ONU. En suma: "pax norteamericana global" mediante la "guerra global".
"Esto es la guerra total ¾dice Richard Perle, presidente del Panel de Política de Defensa y uno de los padres del PNAC¾. Estamos luchando con muchos enemigos diferentes. Hay montones de ellos ahí fuera. Toda esta discusión sobre si primero nos ocuparemos de Afganistán, luego de Irak... es un planteamiento totalmente equivocado. Si dejásemos que nuestra visión del mundo prevaleciera, y la abrazáramos enteramente y dejásemos de hacer bordados diplomáticos, y en lugar de eso nos lanzásemos a la guerra total... nuestros hijos cantarían himnos por nosotros hasta dentro de muchos años".
La propia invasión a Irak era ya entonces un objetivo explícito de los inspiradores de la nueva política exterior yanqui. Durante meses machacaron al oído de los jefes entonces demócratas de la Casa Blanca que Sadam amenazaba "la seguridad y los intereses norteamericanos", subrayando el peligro de que "una significativa porción de las fuentes mundiales de petróleo" estuviera en manos enemigas. Pero para ellos Clinton daba muestras de "falta de liderazgo" en política exterior, y llamaban a potenciar aún más el poder militar estadounidense aumentando sustancialmente el presupuesto de defensa.
"El proceso de transformación, aunque sea revolucionaria, será probablemente largo ¾señala un documento del PNAC publicado en setiembre de 2000¾, salvo que ocurra un suceso catalizador catastrófico, como un nuevo Pearl Harbor". Este suceso ocurrió en setiembre de 2001, y tras él las ideas del PNAC tuvieron vía libre para su puesta en práctica. Sea como sea que hayan sucedido, los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono vinieron como anillo al dedo para —ya con Bush hecho presidente¾ convertir en políticas de estado y echar a andar, casi palabra por palabra, los planes promovidos por esa banda de facinerosos imperialistas.
Ahora todo el mundo se pregunta quién será el siguiente: ¿Irán, Siria, Corea del Norte, Cuba? Los cerebros de la Casa Blanca lo debaten a cara descubierta. El ex jefe de la CIA James Woolsey afirmó que Irak es el comienzo de "una cuarta guerra mundial", mencionando explícitamente a los gobiernos de Damasco y Teherán entre los potenciales objetivos.

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RECUADRO 2

El colonialismo, ¿otra vez en el derecho internacional?

Las potencias ocupantes siguen matando iraquíes. Sin embargo, las grandes potencias que llevan la voz cantante en la ONU ya se abocan a restablecer el "orden". En nombre de la reafirmación de "la soberanía y la integridad territorial de Irak", la reciente resolución 1483 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas convalidó y legitimó el establecimiento de un protectorado norteamericano en el Irak ocupado, y anuló el programa "Petróleo por Alimentos" con el que la ONU había liberado parte de las exportaciones petroleras iraquíes para poder satisfacer necesidades básicas de la población.
Ahora, la anulación de ese programa permitirá no sólo que el gobierno colonial negocie sin obstáculos la principal riqueza del país, sino también inducir una drástica redistribución de los contratos petroleros, en beneficio de los consorcios estadounidenses y a costa de los países compradores (la mayoría de los europeos), de los integrantes de la OPEP, y de las potencias que ¾como Francia y Rusia— habían firmado importantes contratos con Sadam.
Después de la votación, el canciller francés Dominique de Villepin se encogió de hombros: "La guerra ya sucedió —dijo— y ahora es tiempo de restaurar la unidad de la comunidad internacional".
Esa Resolución colonialista servirá como precedente a futuras extensiones de la "soberanía imperial" de Washington. Las potencias que llevan la voz cantante en el Consejo de Seguridad bajan la cabeza ante el poder norteamericano en Irak. Se hacen cómplices del hecho consumado y lo convierten en parte del derecho público internacional. Y junto con ello le regalan al imperialismo norteamericano el control de una de las mayores reservas petroleras del mundo, sobre las que —levantadas las sanciones que regían sobre Irak desde 1991—, caerán ahora "legítimamente" los monopolios petroleros a los que responde el grupo que dirige la Casa Blanca.