Teoría y práctica del imperialismo “bueno”

Teoría y práctica del imperialismo “bueno”


Rubén Laufer
En Trabajo e identidad ante la invasión globalizadora.
Ed. Cinco/La Marea, Bs. As., octubre 2000.


El advenimiento del llamado "Nuevo Orden Internacional" trajo aparejado la generalización del intervencionismo imperialista. El ataque multinacional contra Irak en 1991 —y antes la ocupación norteamericana de Panamá—, así como los casos de Somalia, el Zaire, Haití y Bosnia, actualizaron el debate político, ideológico e histórico sobre la naturaleza de la acción intervencionista y, más en profundidad, sobre la vigencia o no, en el mundo "globalizado", del Estado-nación como sujeto central de las relaciones internacionales contemporáneas y de los principios que la lucha nacional y antimperialista de medio siglo había impuesto en el derecho internacional, como los de soberanía nacional, no intervención, no injerencia y autodeterminación de los pueblos.
Estudiosos y funcionarios argentinos y extranjeros teorizan hoy la necesidad de "flexibilizar" esos principios en aras de la defensa de "valores globales" que se consideran amenazados por estados "transgresores" de la legalidad internacional. En el "nuevo orden", la intervención estaría legitimada por su carácter "colectivo", es decir santificada por el aval de organismos como la ONU o la OEA. La política exterior del gobierno de Menem ha asumido a fondo los postulados del llamado realismo periférico, según el cual los países dependientes y oprimidos por el imperialismo deben adaptarse a la estructuración jerárquica del actual orden mundial como "seguidoras" de las naciones "líderes". El "derecho de intervención" ocupa un sitio natural entre las normas del nuevo orden jurídico internacional, para poner en vereda a quienes no se amolden a las reglas del "orden" fiscalizado por las grandes potencias.
Con el derrumbe del imperio soviético y el fin de la guerra fría el mundo dejó de ser teatro de la disputa hegemónica de sólo dos superpotencias: la bipolaridad dejó paso a un escenario multipolar. El fortalecimiento de la Unión Europea y del Japón se mide principalmente, hasta el momento, en términos económicos; los Estados Unidos, por su parte, se ven precisados a compensar los desafíos que en el campo económico, financiero y científico-tecnológico le plantean las nuevas potencias emergentes mediante su superioridad militar.
Al mismo tiempo, la "globalización" se da a través de una acelerada formación de espacios regionales orientados hacia la integración económica: Europa, el Area de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), Japón y su área de influencia en la región Asia-Pacífico. Se trata de un desarrollo por ahora limitado a la formación de megamercados, asociados, cada uno, a uno de los nuevos polos del poder económico mundial, pero por ello mismo también con evidentes connotaciones políticas y estratégicas.
Así, el concepto de globalización se ha revelado fundamentalmente un concepto ideológico, que unilateraliza el actual desarrollo de la internacionalización productiva, tecnológica, etc. en función de velar la pervivencia del fenómeno imperialista y la desigualdad esencial entre las naciones "centrales" y las "periféricas". Consiguientemente, también se manifiesta ideológico el discurso tendiente a desvalorizar la soberanía nacional en el caso de esos países periféricos. La búsqueda de legitimación del intervencionismo bajo el "nuevo orden" recurre a variadas argumentaciones, en la mayor parte de las cuales encontramos la huella de la vieja ideología imperialista.


"Seguidores" o "africanizados": un chantaje
A medida que la competencia y la rivalidad interimperialista se hacen más visibles, van perdiendo fuerza las teorizaciones en boga hasta hace poco acerca de una tendencia hacia la formación de un orden global supraestatal basado en la ONU, y adquiere renovado impulso el nacionalismo de las grandes potencias. Según el norteamericano Joseph Nye, la necesaria estructuración del nuevo orden deviene del papel rector de ciertas potencias "estructurantes", dotadas de "mayor poder de incorporación". Nye, claro, habla de los Estados Unidos.
Correlativamente en la Argentina, el punto de vista del realismo periférico de Carlos Escudé sostiene la necesidad de insertar a nuestro país en la jerarquía vigente de naciones "líderes" y naciones "seguidoras". Según Escudé nuestro país, debido a su escaso poder, se ve constreñido a encolumnarse detrás de las grandes potencias occidentales, "cuya visión global comparte"[1]. Una versión igualmente explícita de la tesitura de los "seguidores" es la que expresa el pensamiento de Menem: "Argentina se ha animado a romper con los tabúes de su política exterior. Estuvimos presentes en la coalición que se enfrentó a la demencia belicista de Saddam Hussein, no porque pensáramos en un mezquino rédito inmediato, sino porque la nueva dirección de la política exterior transforma a la Argentina en un actor plenamente integrado a un mundo que no permite ya el aislamiento... Los beneficios del Nuevo Orden Internacional en ciernes también nos alcanzarán en la medida que entendamos que el peor de los males que puede aquejarnos en esta década es el aislamiento de la fabulosa aventura de construir una civilización universal... Nosotros teníamos que estar en el Golfo. En la búsqueda de nuestro propio beneficio, porque de esa manera mejoramos decisivamente nuestra posición estratégica internacional, en una intensidad infinitamente superior a lo que hubiéramos logrado con miles de declaraciones públicas correctas e irreprochables"[2].
Así, el país que no consienta en alinearse tras la "visión global" de la o las grandes potencias, se condena a quedar "aislado", es decir, al margen de los supuestos beneficios que se atribuyen al nuevo "orden" globalizado. La clara connotación imperialista que guardan estas interpretaciones se condensa en el neologismo de africanización con que los teóricos del "nuevo orden" aluden a los riesgos que —desde la perspectiva imperialista— depara la tal "desconexión": "Si Sendero Luminoso tomara el poder en el Perú... simplemente romperíamos relaciones con el Perú... Lo mismo con Brasil: si quiere tomar una posición aislacionista, no romperíamos relaciones con este país, pero simplemente podría convertirse en nación africana, por así decirlo. El punto es que ahora podemos darnos el lujo de despedir países enteros... y el proceso se puede dar más orgánicamente, en términos de cuáles son las sociedades nacionales viables y cuáles no..."[3]. Una vez más toma la palabra en igual sentido el realismo periférico de C. Escudé, quien rotula de reaccionarios a quienes se oponen a las intervenciones "en defensa de la democracia" en Latinoamérica: "¿Cuál sería la consecuencia del triunfo de la reacción? Expresado crudamente, la africanización del continente. Africa ya se ha 'caído' de la historia mundial. No cuenta"[4].
Vistas así las cosas, el atraso del mundo "periférico" —es decir de la inmensa mayoría de la población del planeta— no sería el producto histórico de la opresión colonialista e imperialista sino, por el contrario, resultado de la lucha de las naciones coloniales y dependientes por su independencia y del "ejercicio irrestricto de la soberanía nacional" por parte de las naciones "periféricas", actitud que Menem descalifica con el mote de "soberanía del hambre": "No quieren darse cuenta de que el general Perón jamás aceptó para su patria la soberanía del hambre, de la miseria y de la marginación que adoptaron como propia esos países del llamado Tercer Mundo"[5].

"Problemas globales"
Una cantidad de "problemas globales" han sido esgrimidos como motivo y medio de legitimación del intervencionismo por parte de las que Nye denomina potencias "estructurantes". La experiencia reciente, así como la histórica, demuestra que detrás de esa argumentación radican siempre las prioridades estratégicas de esas potencias, en resguardo de las cuales se suele invocar los principios de la "seguridad internacional" o de la "legalidad internacional".
Las argumentaciones en favor de "flexibilizar" el principio de no intervención como vía para la supuesta resolución de esos "problemas globales", constituyen la resurrección más o menos "aggiornada" de aquéllas que legitimaron la acción intervencionista de las grandes potencias a lo largo de todo el "viejo orden" imperialista de nuestro siglo.
Por ejemplo, la justificación jurídica de la intervención multinacional en el Golfo —defensa de la "ley internacional" contra la violación de la soberanía kuwaití por parte de Irak— dejó crudamente paso a la simple motivación estratégica de las potencias, una de cuyas claves es el control de las reservas petroleras del Medio Oriente. Henry Kissinger, ex Secretario de Estado norteamericano, reconocía cínicamente: "Reducir el poderío militar de Saddam es esencial para recuperar el equilibrio político en el oriente medio... Esta oportunidad debe ser utilizada para restaurar la capacidad ofensiva [de los Estados Unidos] en el área"[6].
La cuestión ecológica —originada en la irracionalidad propia de la producción capitalista motorizada por el beneficio privado— se ha agravado en el mundo "desarrollado" en la misma medida en que se extrema la competencia monopolista. Los países centrales encaran ciertos efectos nocivos del presente estadio de la producción industrial mediante el simple recurso de derivarlos hacia los países "periféricos", como se ha probado en reiterados intentos de "exportación" de deshechos industriales, nucleares y, en el caso de Argentina, incluso cloacales.
En cuanto al narcotráfico, su ilegalidad teórica o jurídica va en todo el mundo de la mano de su real legalidad económica: por la enormidad de los capitales involucrados y por la intimidad de su imbricación con diversos ámbitos de la esfera estatal —política, militar, etc.— tanto en los países centrales como en los del tercer mundo, el tráfico de drogas no puede considerarse un fenómeno de "corrupción", sino uno más de los campos de inversión y rivalidad del capital monopolista y financiero internacional.
Tras el fin de la guerra fría, la "guerra" contra el narcotráfico desplazó a la lucha contra el comunismo dentro de la óptica estratégica norteamericana. La nueva estrategia de seguridad de Washington desde mediados de la década anterior dio pasos concretos en dirección al objetivo de consolidar la penetración militar estadounidense (en América Latina particularmente a través de la Drug Enforcement Agency, DEA), entre los que se destacan la implantación de la base militar de Santa Lucía en el valle peruano del Alto Huallaga, los acuerdos de "cooperación militar" in situ entre diversos ejércitos latinoamericanos (Bolivia, Perú, Colombia, Paraguay) y fuerzas especiales norteamericanas, y el impulso a la formación de un cuerpo militar interamericano para el combate al narcotráfico.
Parte de esta nueva estrategia de seguridad ha sido la proclamación por parte de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, en febrero de 1990, del derecho del gobierno norteamericano a allanar el mundo, es decir, de llevar a cabo acciones represivas dondequiera se produzcan situaciones que ese país considere lesivas para sus intereses. En ejercicio de esta auto-atribución, fuerzas militares o paramilitares estadounidenses han practicado la persecución, detención y entrega a la justicia norteamericana de supuestos o reales narcotraficantes, entre ellos el médico Alvarez Machaín —en territorio mexicano— y el propio presidente panameño Manuel Antonio Noriega, en clara violación a la soberanía de esos países.
En otros campos —comercio internacional, deuda externa— la política exterior norteamericana ha querido imponer el criterio de extraterritorialidad de la legislación estadounidense y consagrar la supremacía del interés nacional de esa potencia por sobre la "ley internacional". Tal lo sucedido con la sanción de la ley Helms-Burton destinada a acentuar los efectos del bloqueo económico norteamericano a Cuba aplicando sanciones comerciales a empresas de terceros países que efectúen intercambios con la isla. Nuestro país ha sido también directamente afectado en sus derechos soberanos por una similar pretensión de extraterritorialidad: el 12 de junio de 1992, la Corte Suprema de los Estados Unidos ratificó la jurisdicción de la Corte del distrito de Nueva York en el caso República Argentina vs. Weltover Inc., negando al Estado argentino inmunidad soberana para reprogramar el pago de bonos de su deuda externa pública.
Pero es tal vez la cuestión nuclear la que evidencia la "doble medida" que —en el "nuevo orden" como en el viejo— impera en las relaciones internacionales. Porque el Tratado de No Proliferación, entrado en vigor en 1970, ha sancionado una desigualdad legitimada legalmente: ni siquiera existe en este caso la igualdad ante la ley encubriendo la desigualdad real. El TNP tuvo como objetivo declarado prohibir la producción y difusión del armamento atómico a aquéllos países que no fueran ya miembros del "club nuclear", consagrando en el derecho internacional el monopolio nuclear de las grandes potencias: Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia. El hecho de que países como la India y China poseyeran algunas armas atómicas no altera esta situación. El TNP fue prorrogado por tiempo ilimitado en la Conferencia mundial de mayo de 1995 convocada por la ONU: allí, las potencias del "club atómico" lograron prolongar el monopolio que los países imperialistas se han atribuido en materia nuclear.
La reciente realización de pruebas atómicas en las posesiones coloniales francesas del Pacífico sur, a la vez que subraya la vigencia de la perspectiva político-estratégica en la óptica de las grandes potencias mundiales bajo el imperio del NOI, obliga a comparar la tibieza en la reacción de las grandes capitales del mundo frente a los ensayos de Francia, con la dureza, acompañada de directa amenaza militar, con que los Estados Unidos se propusieron obligar a Corea del Norte a detener sus planes de desarrollo atómico.
La ONU avaló las presiones de Washington sobre Norcorea. Ya antes, tras la finalización de la Guerra del Golfo Pérsico, el organismo internacional había impuesto a Irak, mediante la Resolución 707, la obligación de interrumpir todas sus actividades nucleares (no sólo las relacionadas con fines militares), pese a que no existe ninguna norma de derecho internacional que obligue a los estados a renunciar a las armas de destrucción masiva. Y pese, fundamentalmente, al hecho conocido de que son precisamente las grandes potencias quienes poseen los mayores arsenales de la tierra en armamento atómico, químico y biológico (y las únicas que han hecho uso efectivo de él, en el caso de los Estados Unidos en la 2ª guerra mundial y luego en Vietnam).

Hacia un nuevo tipo de universalismo
Funcionarios imperialistas y de organismos mundiales han teorizado la vigencia no sólo de un "derecho de intervención", sino incluso de un "deber de injerencia". La intencionalidad de esta argumentación ha sido puesta en claro hace ya muchos años: "Una práctica inveterada de siglos ha llevado a las grandes potencias a intervenir sistemáticamente en los asuntos de las pequeñas, invocando un supuesto derecho, cuando no un deber, de intervención"[7]. "A la larga, toda intervención se escuda en el derecho nacional. El interventor, cuyo triunfo se descarta por razones de superioridad bélica y económica, la expone como un deber y le confiere carácter de obligación impuesta por una necesidad indestituible"[8].
El "nuevo" discurso intervencionista ha retomado argumentos que fueron frecuentes en el lenguaje de las grandes potencias durante el período álgido de la competencia colonialista, entre ellos el de "proteger a sus ciudadanos" residentes en naciones periféricas alteradas por "disturbios" y movimientos revolucionarios, o el de la "defensa de la democracia" o la "protección de los derechos humanos".
El proceso denominado de "globalización" constituye una etapa particular en la internacionalización del capital monopolista. Persiste, bajo viejas y nuevas formas, la rivalidad entre grandes potencias, y persisten la dependencia, el atraso y la opresión económica y política de los países dependientes.
El paradigma intervencionista del "nuevo orden mundial" refleja cabalmente esta realidad contradictoria: la intención de legitimar la intervención externa en naciones del mundo "periférico" en nombre de supuestos "valores globales" pretende velar tras ellos las prioridades políticas y estratégicas de las grandes potencias imperialistas que rivalizan por la hegemonía del "nuevo orden". El recurso a organismos multilaterales, la invocación de las "amenazas globales" del narcotráfico y la proliferación nuclear, y la fundamentación "humanitaria" y "democrática" constituyen una versión apenas actualizada de los argumentos con que se intentó legitimar la acción intervencionista y los objetivos estratégicos de las grandes potencias durante todo el siglo XX.
El imperialismo, por su propia naturaleza, sigue motivando la existencia de países dominantes y países oprimidos, y si han podido relativamente imponerse los planteos dirigidos a "flexibilizar" los principios vinculados a la defensa de la soberanía nacional,  ello es signo de la actual correlación de fuerzas desfavorable al mundo "periférico", y no de la pretendida extinción de ese antagonismo.
Esta misma realidad es la que, en sentido contrario, genera la base objetiva de variadas formas de resistencia nacional al intervencionismo de las grandes potencias, independientemente de las formas específicas que éste asuma y de la envoltura ideológica con que se lo fundamente. Y constituye asimismo el punto de partida de un nuevo tipo de universalismo que, fundado en el pleno ejercicio de las soberanías nacionales y de la autodeterminación de los pueblos, sienta las bases para la efectiva eliminación de toda opresión nacional.

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RECUADRO

“Africanizando” a África... y a América latina


Revista La Marea, febrero 2006



Los cinco años transcurridos desde la publicación de nuestro artículo[9] han aportado mayores —y terribles— comprobaciones sobre la verdadera naturaleza de los llamados "nuevos problemas globales", y de su instrumentación en beneficio del interés estratégico de las potencias en pugna por el predominio en el escenario internacional de la pos-guerra fría.
Promediando agosto de 1999, el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) denunciaba una nueva "limpieza étnica" en la provincia yugoslava de Kosovo; ya no de las milicias serbias contra los civiles albaneses, sino de milicianos de etnia albanesa contra la población serbia y gitana. Una "brutal y repugnante" oleada de asesinatos y expulsiones que el funcionario equiparaba a la que los serbios habían llevado a cabo contra los albaneses en febrero y marzo de aquel año, bajo los bombardeos de la OTAN a Yugoslavia. Pero ahora sucedía bajo la ocupación militar de la provincia por las tropas norteamericanas, inglesas, francesas, alemanas, italianas y rusas.

"Humanitarismo" armado

La "protección" a los albanokosovares fue el argumento "humanitario" que los Estados Unidos y las otras potencias usaron como pretexto para desatar en marzo la bestial guerra de agresión contra Yugoslavia. En marzo del '99, noche y día durante casi tres meses, la OTAN descargó 21.000 toneladas de bombas —equivalentes a cuatro veces el poder de la bomba atómica lanzada por los Estados Unidos sobre Hiroshima en 1945— sobre la población yugoslava, sobre sus hospitales, fábricas, rutas, ferrocarriles, refinerías, estaciones de radio y de TV. La agresión de la multinacional imperialista catalizó el sentimiento nacional de los serbios en defensa de lo que quedaba de Yugoslavia.
La intervención "humanitaria" norteamericana incluyó bombas de racimo, bombas de uranio empobrecido y otras prohibidas por las normas internacionales como las de pulso electromagnético y las de grafito. Más tarde se sumaría el argumento "democrático": "liberar" a los yugoslavos de la dictadura de Milosevic. Otra vez los matones mundiales esgrimiendo la espada de la "justicia global": "democracia" de misiles imperialistas  contra la "dictadura" nacionalista de un pequeño país.
La continua intervención de la OTAN en los Balcanes por lo menos desde 1994 agravó hasta lo indecible la opresión nacional y los odios nacionales y étnicos, acumulados en varios siglos de dominación colonial: primero, atizando las enemistades nacionales de serbios, bosnios, croatas y eslovenos y alentando el "estallido" de la Federación yugoslava. Luego, pretextando el odio étnico de serbios y albaneses para promover la imposición de un "protectorado internacional" y repartirse la provincia de Kosovo en "zonas de influencia" de las grandes potencias.
El hecho de haber sido desencadenada por la organización atlántica bajo la batuta estadounidense, echando descaradamente a un lado el antifaz de las Naciones Unidas, volvió a mostrar que esas potencias ya han tomado la determinación de intervenir en cualquier lugar de la tierra donde necesiten proteger o promover sus intereses imperialistas.
A comienzos de la década, la agresión multinacional a Irak había necesitado todavía legitimarse con la bandera de la "comunidad internacional". En cambio, el cónclave celebratorio del cincuentenario de la OTAN —realizado en Washington a mediados de abril, sobre el telón de fondo de los masivos bombardeos a Yugoslavia y Kosovo— amplió los estatutos de la organización, antaño sólo "defensivos", arrogándose el derecho de intervenir militarmente en cualquier parte del mundo, dentro o fuera del Atlántico Norte. La OTAN se vistió abiertamente el uniforme de gendarme del "nuevo orden" imperial.
La guerra de agresión contra Yugoslavia significó, por eso, un cambio cualitativo en la situación mundial. Tiñó con nubarrones de guerra los cielos del nuevo mapamundi.

Rediseñando el mapa

En esta oportunidad, el disfraz "humanitario" fue apenas un arlequín de andrajos, incapaz de ocultar los objetivos de largo plazo que abriga la Casa Blanca. Si bien fracasaron en su intento de reducir a toda Yugoslavia a un mero "protectorado", otra vez se evidenció que, al igual que anteriormente al Golfo, sus soldados y tanques fueron a los Balcanes para quedarse.
La guerra volvió a mostrar, en el marco multipolar del "nuevo orden" y tras la hipócrita hoja de parra de la intervención "humanitaria", la carrera de las grandes potencias en la conquista de posiciones con vistas al escenario mundial del siglo XXI.
La guerra de los Balcanes siguió a la expansión de la OTAN a Polonia, la República Checa y Hungría, que ubicó la frontera oriental de la organización en pleno vientre del oso ruso, aprovechando la coyuntural debilidad relativa de éste. El desemboque de la intervención instaló las tropas norteamericanas en la península balcánica, un área con proyecciones estratégicas hacia el Medio Oriente, el Golfo Pérsico y el "flanco sur" europeo: un dispositivo de cerco que desde el inicio preocupó a Moscú, y de potencial amenaza al corazón petrolero regional (el Mar Caspio), que está en el trasfondo de la bárbara guerra rusa de exterminio contra Chechenia.
Kosovo fue convertido en un protectorado “internacional” –es decir de las grandes potencias- bajo la "cobertura" de la ONU. De hecho Albania quedó bajo control norteamericano y, en buena medida, también Macedonia. Con el pretexto de “mantener el orden”, “luchar contra las mafias” y reconstruir su economía, ambos Estados balcánicos fueron reducidos a una condición absolutamente dependiente de la ayuda “internacional” masiva, en la que asumieron un papel preponderante los imperialismos europeos regidos por gobiernos socialdemócratas.
La sorpresiva ocupación del aeropuerto de Pristina (Kosovo) por las tropas de Moscú, sacándoles la delantera a los ingleses, lo mismo que antes la dura respuesta china al bombardeo yanqui a su embajada en Belgrado, develaron a los ojos del mundo lo que para las grandes potencias era el "caso" yugoslavo: un mero tablero donde se jugaba el siniestro ajedrez de sus aspiraciones hegemónicas y sus relaciones de fuerzas a nivel regional y mundial. También puso sobre el tapete que, pese a ser hoy los Estados Unidos el único país que merece el nombre de superpotencia global, pasaron los tiempos en que podían hacer y deshacer en el mundo a su antojo.
En el curso del conflicto se perfilaron los lineamientos de las nuevas alianzas del futuro próximo: los que unen a Londres y Washington alrededor del petróleo, los que confrontan a los Estados Unidos con la ascendente "asociación estratégica" ruso-china, y los que dentro de la OTAN dividen aguas entre EE.UU. y un potencial eje franco-alemán con aspiraciones de autonomía militar.

"Africanizar"... a Africa

En mayo del 2000, el escenario intervencionista tuvo epicentro en el continente africano.
Con el pretexto de defender a sus connacionales y proteger al gobierno “amigo” de Ahmad Tejan Kabbah del “caos” —esto es, del movimiento rebelde del Frente Revolucionario Unido—, y más tarde de salvar a los "cascos azules" prisioneros del FRU, varias grandes potencias metieron la mano a fondo en la situación de Sierra Leona, en la costa atlántica del continente. Tropas “de paz” de las Naciones Unidas, y flotas de guerra de Inglaterra y de Estados Unidos se alistaron en territorio de ese país y frente a las costas del vecino Senegal. Hasta los jefes rusos —humeantes todavía las ruinas de la carnicería sobre la nación chechena— enarbolaron una pretendida vocación “humanitaria”, dispuestos a sumarse a la intervención. Desde Londres se dejaron oír voces de preocupación por el control del grupo rebelde sobre las regiones diamantíferas, dejando ver las uñas de su propio interés colonialista.
El "humanitarismo" armado de las potencias gestó así el clima propicio para una intervención militar —velada o no bajo la máscara “multilateral” de la ONU—, creando con ello las condiciones de un verdadero polvorín en pleno corazón del continente africano.
Por esos mismos días, los imperialistas ingleses levantaron una gritería "democrática" contra las ocupaciones de granjas de propietarios blancos por campesinos negros en Zimbabwe, alentadas desde el gobierno de Robert Mugabe. En la ex-Rhodesia, tras 20 años de independencia de la dominación colonialista británica, 4.000 terratenientes blancos descendientes de los viejos colonialistas de origen inglés y de otros países europeos —menos del 0,5 por ciento de la población de Zimbabwe— siguen siendo dueños de 12 millones de hectáreas de tierras cultivables. Las grandes cadenas internacionales de prensa contribuyeron a crear clima para justificar una nueva intervención armada.
Así, la descarada injerencia de las potencias imperialistas, sumada a la herencia aún vigente de la antigua opresión colonialista, sigue “africanizando” a Africa: tal es el término con el que cínicamente aluden los imperialistas —ocultando su propia responsabilidad histórica— a la supuesta “inviabilidad” de esos países.

"Plan Colombia": ¿plan América Latina?

En los días que corren, la sombra del intervencionismo imperialista sobrevuela tierra latinoamericana. Clinton lanzó oficialmente en Cartagena el "Plan Colombia". Un plan que bajo el pretexto de la "lucha contra el narcotráfico" llevará a fondo la represión al movimiento campesino y popular y a la guerrilla con una descomunal inyección de dólares, "asesores" de la CIA y helicópteros de combate.
La "ayuda" yanqui apenas disimula el objetivo de "colombianizar" y "regionalizar" el conflicto interno, haciendo que el Ejército de Colombia, más la policía, más los paramilitares de las "Autodefensas Unidas de Colombia" organizadas por el propio Ejército, con el potencial apoyo de gobiernos sudamericanos proclives a la genuflexión, lleven a cabo la ofensiva general contra los narcos que rivalizan con las bandas propias que controla la DEA norteamericana, y contra las bases militares de las FARC. "El pretexto es la guerra contra las drogas, pero... los paramilitares, al igual que los militares, están metidos hasta las narices en el narcotráfico, y la guerra no se dirige contra ellos"[10].
El presidente venezolano Chávez advirtió sobre el peligro de que la escalada bélica provoque la "vietnamización" de toda la región. Las bases norteamericanas instaladas en Ecuador, Perú y la propia Colombia, y la reticencia de las fuerzas y gobiernos próximos a Europa y a Moscú a avalar la campaña colombiana, instalan en nuestro subcontinente el cuadro dramático de la rivalidad interimperialista.
Está en marcha un nuevo reparto mundial. Tras la máscara de la "justicia global" los poderosos del planeta recortan con cuchillo y tenedor los trozos del mapa a los que aspiran. La "justicia" que se arrogan el derecho de administrar a los países y pueblos oprimidos no es la misma que se reservan para enmarcar sus circunstanciales acuerdos y zanjar sus disputas hegemónicas.
Sólo con el cese de toda intervención —incluida la que disfraza tras la máscara "humanitaria" o "democrática" los intereses inmediatos o mediatos de las grandes potencias—, y sólo sobre el principio de la plena soberanía nacional y la autodeterminación de los pueblos, podrán éstos avanzar hacia terminar con el imperialismo, y construir así las bases de un futuro conjunto y fraterno.



[1] Escudé, Carlos: "La redefinición del estado-nación. Comentarios sobre el trabajo del Alte. Molina Pico". Actualización Política N§ 17, Buenos Aires, diciembre 1993, p. 75.
[2] Baizán, Mario: "Del aislamiento a la conexión. Conversaciones con Carlos Saúl Menem". Actualización Política Nº 5, Bs. As., abr.-mayo 1992, pp. 4-10, y Baizán, Mario: "Aliados para construir un mundo más justo. Conversaciones con Carlos Saúl Menem". Actualización Política Nº 17, Bs. As., dic. 1993, pp. 4-10. Es fácil comprender que semejante concepción acerca de la conveniencia del "seguidismo" (incluso si éste no es "correcto" e "irreprochable") puede derivar en una suerte de "intervencionismo periférico", funcional a los requerimientos estratégicos de las potencias "estructurantes". De hecho es lo que sucedió en el caso de muchos de los países que —como la Argentina— participaron en la coalición multinacional contra Irak.
[3] Falcoff, Mark: "Argentina es uno de los países claves de América Latina". Actualización Política Nº 5, Bs. As., abr.-mayo 1992, p. 112.
[4] Escudé, Carlos: "La utopía que nos faltaba". Actualización Política Nº 5, Bs. As., abr.-mayo 1992, p. 84.
[5] En Baizán, Mario: "Del aislamiento a la conexión. Conversaciones con Carlos Saúl Menem". Actualización Política Nº 5, Bs. A.s, abr.-mayo 1992, p. 9. Hasta qué punto estas ideas coinciden con las posiciones de ciertos pensadores de los países dominantes puede verse al compararlas con aseveraciones recientes de John K. Galbraith: "No siempre... la independencia trajo estabilidad política ni bienestar económico. Con frecuencia la liberación del imperialismo trajo lo contrario". Ahora, "enterrado el imperialismo", debemos afrontar "las consecuencias para las gentes pobres que se vieron liberadas del imperialismo hacia la pobreza... En muchos de los estados recientemente independizados la soberanía protege una triste situación inhumana, una situación de pobreza" (Galbraith, John K.: Conferencia en la Facultad de Ciencias Económicas de Buenos Aires, 27/6/95).
[6] Clarín, 25/10/90.
[7] Lucio M. Moreno Quintana y Carlos  M. Bollini Shaw: Derecho internacional público, Buenos Aires, 1950, p. 89.
[8] Juan Antonio Madrazo, Valoración jurídica del principio de no-intervención, Buenos Aires, c.1955, Fac. de Derecho, U.B.A., p. 24.
[9] “Teoría y práctica del imperialismo ‘bueno’”. Revista La Marea, octubre 2000.
[10] Noam Chomsky, declaraciones a La Jornada, México, 3/9/2000.