Europa Occidental en las relaciones internacionales argentinas del mundo bipolar, 1970-1990

Europa Occidental en las relaciones internacionales argentinas del mundo bipolar, 1970-1990

Rubén Laufer y Claudio Spiguel
En Revista Ciclos en la historia, la economía y la sociedad,
Nº 14-15, 1er. se­mestre de 1998.


RESUMEN

Los vínculos de la Argentina con los países de Europa Occidental tienen importantes raíces históricas, desde la conformación de la Argentina moderna. El presente trabajo enfoca el complejo curso de esas relaciones en el período comprendido entre la crisis de principios de la década del ‘70 y el fin del mundo bipolar.
Durante esos años, los países comunitarios se fueron transformando, en tanto bloque regional, en un actor económico y político con creciente protagonismo en el escenario internacional, al compás de la integración europea y en interacción con el curso de la rivalidad entre las dos superpotencias de la época: Estados Unidos y la Unión Soviética.
Ese protagonismo adquirió relevancia en las relaciones internacionales argentinas como consecuencia de la perduración de los tradicionales vínculos comerciales y financieros, reactivados luego de la reconstrucción europea de la posguerra, y de la gravitación del mercado europeo para las exportaciones argentinas y de actores económicos y políticos internos ligados a esas relaciones.
Estas, en las condiciones mundiales de la bipolaridad, se entrelazaron y condicionaron recíprocamente con la evolución de los vínculos económicos, políticos y estratégicos predominantes en la inserción internacional argentina, entre el apogeo de las relaciones argentino-norteamericanas y la “apertura al Este” y la conformación de nuevas “relaciones triangulares” argentinas durante la década del ‘70.



INTRODUCCIÓN

Los vínculos de la Argentina con los países de Europa occidental tienen importantes raíces históricas, desde la conformación de la Argentina moderna. El presente trabajo apunta algunas líneas de análisis sobre el complejo curso de esas relaciones en el período comprendido entre la crisis mundial de principios de la década del ‘70 y el fin del mundo bipolar.
Durante esos años los países comunitarios se fueron transformando en un actor económico y político con creciente protagonismo en el escenario internacional, al tiempo que, al compás de la integración europea y en interacción con el curso de la rivalidad entre las dos superpotencias de la época: Estados Unidos y la Unión Soviética, afirmaban su conformación como bloque regional.
Ese protagonismo adquirió relevancia en las relaciones internacionales argentinas como consecuencia de la perduración de antiguos vínculos comerciales y financieros -reactivados luego de la reconstrucción europea de la posguerra-, y de la gravitación de los mercados europeos para las exportaciones argentinas y de los actores económicos y políticos internos ligados a esos vínculos.
Las relaciones argentino-europeas, por eso, conservaron siempre un rol trascendente en la inserción internacional de la Argentina y, en las condiciones mundiales de la bipolaridad, se entrelazaron y condicionaron recíprocamente con la evolución de las relaciones económicas, políticas y estratégicas del país predominantes en cada período. En consecuencia, puntualizar los hechos y rasgos principales de las relaciones argentino-europeas en esos años puede contribuir a explicar las particularidades de la posición argentina en el escenario mundial desde el apogeo de las relaciones argentino-norteamericanas a fines de los '60, pasando por la llamada “apertura al Este” y la conformación de nuevas “relaciones triangulares” argentinas durante la década del ‘70, hasta los realineamientos operados a principios de los '90 en las relaciones internacionales del país y el reforzamiento de los vínculos con los Estados Unidos tras la crisis final del sistema bipolar y la conformación de un "nuevo orden mundial".



1.- EL ASCENDENTE ROL DE EUROPA EN UN MUNDO POLARIZADO


1.1.- Los ‘70: un nuevo escenario internacional

El derrumbe del sistema monetario originado en Bretton Woods y los acuerdos internacionales que requirió la "salida" de la crisis de 1971, reflejaron la profunda modificación de las relaciones de poder económico mundial durante el cuarto de siglo transcurrido desde el fin de la segunda gran guerra. Los nuevos equilibrios monetarios ya no podrían derivar de imposiciones unilaterales de los Estados Unidos: sólo podrían ser alcanzados mediante negociaciones entre las grandes potencias. El creciente poderío productivo y financiero de Europa y Japón había llevado al presidente Nixon a aseverar que, desde el punto de vista económico y político, existían ya cinco centros mundiales de poder: a ambas superpotencias -Estados Unidos y la Unión Soviética- se sumaban Europa occidental, Japón y China[1].
Pero esta situación no determinaba aún el paso a un mundo "multipolar". El cuestionamiento creciente que la hegemonía norteamericana recibía de otras potencias imperialistas en ascenso se inscribía notoriamente dentro del marco de la rivalidad central y determinante de la época entre las dos superpotencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética.
En base a la supremacía económica y militar adquirida en la guerra, la posesión de una moderna tecnología científica y nuclear, el montaje de una red de bloques militares bajo su control en varios continentes, y el establecimiento de un sistema monetario mundial con el dólar como núcleo, los Estados Unidos habían logrado una posición sin precedentes en el mundo capitalista, conservaban una absoluta superioridad militar en el "campo occidental" y, pese a sus dificultades, continuaban siendo comparativamente la economía más poderosa del planeta. Sin duda eran la potencia hegemónica en América Latina.
Ciertamente, el debilitamiento relativo de los Estados Unidos como consecuencia del creciente papel del movimiento de los países del Tercer Mundo por la independencia y contra el atraso económico, de una pronunciada crisis social interna (movimiento contra la guerra en Vietnam; movilización por los derechos civiles; activismo de negros, latinos y marginales), y de la perspectiva ya visible de su derrota militar y política en el sudeste asiático, facilitó la equiparación del poderío militar estratégico norteamericano por parte de la Unión Soviética. Como consecuencia de un complejo proceso, la economía otrora socialista y altamente concentrada de la URSS se convirtió en ese período en una forma particular de capitalismo monopolista de estado igualmente concentrado. Tales cambios se expresaron también en el plano de la política exterior: la URSS pasó a rivalizar con los Estados Unidos por esferas de influencia y por la hegemonía mundial, en una carrera expansionista que moldeó las relaciones económicas y militares de Moscú con otras potencias y con los países del Tercer Mundo. El concepto de superpotencia, aplicado a la Unión Soviética, alude precisamente a esta etapa de transformación.
La crisis monetaria mundial de 1971 se conectó en forma directa con el shock petrolero de 1973, con consecuencias negativas para muchos países exportadores de alimentos y de materias primas, agravando los efectos del proceso recesivo mundial ya en curso y reforzando las divergencias estratégicas entre Europa y los Estados Unidos. Los países europeos pusieron distancia respecto a la política norteamericana en varias áreas del globo -sudeste asiático, Oriente Medio, golpe de estado en Chile- y respecto a lo que Washington llamaba la "contribución" europea a la defensa occidental[2].
Los países del occidente europeo constituían un conjunto de países capitalistas desarrollados que, por un lado, mantenían vínculos económicos y políticos desiguales con países del Tercer Mundo -aunque ya no eran las potencias dominantes a nivel global-; y por el otro temían el "condominio" de las superpotencias y la amenaza a su seguridad que derivaba tanto de la rivalidad como de los circunstanciales acuerdos entre aquéllas, y resistían caer en situaciones de subordinación respecto de una u otra. En consecuencia, se preocuparon por fortalecer su defensa nacional y por mantener y reforzar su alianza en lo económico, en lo político, en el plano de la defensa y en sus políticas exteriores.
El notable grado de avance económico y tecnológico de esos países configuraba la base material de sus aspiraciones a un rol relevante y autónomo en el escenario internacional, lo que llevaba a primer plano la necesidad de consolidar y ampliar el proceso de integración. En 1972 se afirma la marcha hacia la unificación económica europea: en ese año, se suscribe  la incorporación de Gran Bretaña, Dinamarca e Irlanda al Mercado Común, y se estrechan los vínculos con los países del Area Europea de Libre Comercio (AELC). Diversos acuerdos comerciales liberaron el intercambio de productos industriales de trabas arancelarias y restricciones cuantitativas. Para entonces ya estaban en curso acuerdos preferenciales de la CEE con España. Al respecto hay que señalar, sin embargo, que la Política Agrícola Común (PAC) de la Comunidad Europea conllevaba una orientación inequívocamente proteccionista, lo que afectaba sus relaciones económicas con países agroexportadores como la Argentina y otros de América Latina.
En el plano monetario, el impulso integracionista había comenzado a manifestarse en la voluntad política de los países europeooccidentales de construir un Sistema Monetario Europeo, con cohesión y fuerza suficiente como para presionar a los Estados Unidos a equilibrar su balanza de pagos. Ello desembocaría en el establecimiento de la llamada "serpiente europea" (1972), la creación de la Unidad de Cuenta Europea (ECU) independiente del dólar norteamericano (1975), y la conformación de un Sistema Monetario Europeo (1979).
Frente a la consolidación del proceso integrador y la aspiración de los países comunitarios a un rol protagónico propio en el escenario internacional, los dirigentes norteamericanos deploraron lo que consideraban una actitud ambivalente de los gobiernos europeos, quienes -en palabras de un destacado protagonista de la política exterior norteamericana de entonces-
“en tiempos de tensión abogaban por la détente; en períodos de relajación, temían el condominio. Durante las crisis nos buscaban para mantener el equilibrio fuera de Europa y, bajo el paraguas de los riesgos que nosotros corríamos, ellos no vacilaban en buscar ventajas especiales para sí mismos..."[3].

Así, en la segunda mitad de los '70, el crecimiento individual y colectivo de los países de la CEE comprobaba que la desigualdad del desarrollo económico estaba conduciendo, más o menos rápidamente, a cambios de largo alcance en los equilibrios políticos y económicos mundiales, en el poder militar relativo y en la posición estratégica de los protagonistas centrales del sistema de Estados[4].


1.2.- Los ‘80: intensificación y desenlace de la “guerra fría”

En la segunda mitad de los '70, en el marco del retroceso global relativo de los Estados Unidos, la superpotencia soviética experimentó un período de auge expansionista que cuestionaba la estrategia de distensión impulsada a comienzos de la década por los dirigentes norteamericanos y soviéticos con el respaldo de los países europeos. La economía mundial se conmocionó con la reiteración de la "crisis del petróleo" (1979) que conllevó serios efectos recesivos, y con el acelerado endeudamiento de los países del Tercer Mundo hacia la banca privada y los organismos financieros internacionales.
La estructura bipolar que caracterizaba al sistema internacional desde la segunda posguerra seguiría en vigencia durante la mayor parte de la década siguiente. La llegada de Ronald Reagan a la presidencia de los EE.UU. en 1981 anunció el abandono de la política de distensión, marcando la decisión del nuevo gobierno republicano de revertir el retroceso estratégico relativo de los Estados Unidos. Con Reagan, Washington descartó la política de "defensa de los derechos humanos" de Carter, respaldó a gobiernos dictatoriales en diversas partes del mundo, y multiplicó las tácticas destinadas a forzar el cambio interno en la URSS. En cuanto a su política europea, la administración de Reagan se orientó a reafirmar la unidad de "Occidente" como base y garantía de la seguridad en Europa. Con esa finalidad, entre otras, respaldó la posición colonialista de Gran Bretaña en la guerra de 1982 por las Islas Malvinas.
La década de los '80 señalaría, también, la culminación de la crisis interna de la Unión Soviética, centralmente en el plano económico y en el de las nacionalidades. El período que siguió a la desaparición de L. Brezhnev en la conducción del PCUS y del estado soviético, hasta 1985, se caracterizó por la emergencia de una  profunda crisis económica, así como de un duro cuestionamiento a la dominación soviética sobre sus satélites en Europa oriental y a la dominación rusa sobre el resto de las nacionalidades integrantes de la URSS. Las reformas económicas y políticas puestas en marcha por Mijaíl Gorbachov no recuperaron la economía ni aportaron estabilidad. La situación desembocaría en el frustrado golpe político-militar de agosto de 1991 y, finalmente, en el desplazamiento del propio Gorbachov y el retroceso de Rusia a un plano relativamente secundario en el concierto de las potencias tras la desintegración de la Unión Soviética como entidad estatal única.
En los años ‘80 se acrecentó el interés de la Comunidad Europea por reafirmar su individualidad política y defensiva tanto frente a Washington como frente a Moscú. Sobre el trasfondo de la rivalidad hegemónica entre las dos superpotencias, los países de la CE concedieron especial prioridad a la consolidación del proceso de integración comunitaria, de la distensión mundial y de las relaciones de Europa con el Tercer Mundo. Las aspiraciones a una mayor autonomía política y estratégica de la CE encontraban su principal respaldo en el enorme potencial económico acumulado en tres décadas de gradual integración productiva y comercial. Tras la incorporación de España y Portugal en 1985, la CE-12 reunía 320 millones de habitantes y constituía el mayor bloque comercial del mundo. Las cifras de su Producto Nacional Bruto de conjunto equiparaban a las de los Estados Unidos.
Sin embargo, hacia mediados de la década comenzaron a advertirse en los países comunitarios indicios de desaceleración del crecimiento, cuyos orígenes pueden remontarse a la brusca alza de precios de los combustibles tras la crisis petrolera de 1979 -con sus consiguientes efectos recesivos sobre la demanda mundial y sobre las balanzas de pagos europeas-, así como a los obstáculos derivados de la crisis mundial de la deuda (1982-84) para el comercio internacional. Uno de los indicadores de la desaceleración económica en el Continente fue el aumento del desempleo, situación que -en lenta pero constante progresión, que se extendería hasta nuestros días- obligaba a los estados europeos a derivar fondos crecientes hacia el gasto social, desviándolos de la inversión productiva[5]. Las políticas liberales implementadas por gobiernos europeos tanto conservadores como socialcristianos y socialdemócratas para afrontar la crisis recesiva mundial, así como el intenso proceso de fusiones y absorciones empresariales y de "relocalización" de inversiones a que daba lugar el proceso de "globalización" económica en curso, acrecentaron los índices de paro en la mayor parte de la Comunidad Europea. Estas dificultades económicas contribuirían durante la primera mitad de los '80 a reafirmar la rigidez de la posición comunitaria en las negociaciones sobre la deuda de América Latina, incluso en desmedro del interés estratégico de la CEE por consolidar y mejorar sus relaciones políticas con el subcontinente.
La integración europea avanzó al compás de la revitalización de las relaciones franco-alemanas a partir de los acuerdos entre el presidente Giscard D'Estaing y el canciller Helmut Schmidt. En un proceso no exento de contradicciones, el eje franco-alemán se fue afirmando como motor de la unidad europea. Europa occidental actuaba cada vez más como un bloque -en la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea (CSCE), en las Naciones Unidas-, y alentaba el rumbo distensionista. Pero Europa occidental, a pesar del aumento de su potencial económico relativo y de su margen de acción política frente a los Estados Unidos, seguía dependiendo de las garantías de seguridad norteamericanas y promoviendo, por ello mismo, las negociaciones de control armamentístico y la creación de una "estructura de paz" mundial. En relación a América Latina, el interés de la CE estaba centrado en conservar a los países del área fuera del conflicto Este-Oeste y en una posición de no alineamiento.
A todo lo largo de la década de los '80, el movimiento integracionista experimenta un avance marcado por la disyuntiva entre dos formas de "ver a Europa", correspondientes respectivamente al "eje" franco-alemán en gestación de un lado, y a Gran Bretaña, baluarte del “euroescepticismo”, del otro. Una coalición de gobiernos socialistas y democristianos (Francia, España, Italia y Alemania) impulsaba decididamente el ritmo de integración. El proceso que desembocaría en la reunificación alemana fortaleció aún más esta tendencia predominante, aunque hizo reaflorar viejas contradicciones: para los dirigentes alemanes, dada la notoria ventaja tecnológica, financiera y exportadora de ese país, la marcha hacia la unificación política aparecía como piedra de toque para una nueva hegemonía continental germana; para los líderes franceses y de otras naciones de Europa, representaba el medio de contrarrestar las aspiraciones de preponderancia de Bonn entrelazando sus intereses con los de la organización comunitaria.
De cualquier modo, más allá de las divergencias de óptica intracomunitarias sobre los destinos del proceso de integración, en las relaciones de sus países integrantes con los latinoamericanos seguía primando notoriamente el "espíritu de bloque", como lo demostraron por ejemplo las estipulaciones de los tratados de "asociación particular" firmados por varios de ellos con la Argentina.



2.- ARGENTINA Y EUROPA


2.1.- El mercado europeo y la recomposición de la antigua "relación triangular"

Hasta entrada la década de los '60, la incontestada hegemonía mundial y continental de los Estados Unidos condicionó fuertemente el modo de vinculación de la Argentina con el sistema internacional. La apertura "desarrollista" al capital extranjero motivó, a partir de finales de los ´50, el arribo de algunos de los más importantes consorcios norteamericanos, que fueron protagonistas del intenso proceso de industrialización sustitutiva que tuvo lugar en esos años.
Pero, al mismo tiempo, los países europeos tomados en conjunto seguían siendo el principal socio comercial de la Argentina, crecía su gravitación en el sector secundario con la instalación de filiales o subsidiarias de los principales grupos industriales de la CEE, y ocupaban una posición relevante en la estructura financiera del país, en estrecha vinculación con sectores de fuerte inserción en la economía interna y en la estructura del Estado.
Se reconstituyó así, en forma original, la "relación triangular" que caracterizó la posición internacional de la Argentina durante la década de 1920, ahora con el conjunto de los países europeos ocupando en uno de los vértices el lugar que antes había desempeñado el Reino Unido como fundamental comprador de la producción exportable nacional.
Sin embargo, la persistencia del perfil productivo y comercial de la Argentina como un país esencialmente agroexportador y centrado en los rubros alimentarios, chocó con la orientación  proteccionista de la Política Agrícola Común (PAC) de la CEE, contribuyendo a acentuar las recurrentes dificultades estructurales del país en el sector externo.
La política "eficientista" practicada en sus primeros tramos por el gobierno militar de la llamada "Revolución Argentina" (1966-1973) acrecentó el peso del capital externo, fundamentalmente norteamericano, en la infraestructura industrial argentina. Pero durante los últimos años del régimen militar, ya bajo la presidencia del gral. Lanusse, el relativo debilitamiento de la economía estadounidense a consecuencia del acentuado déficit de su balanza de pagos y de los efectos de la larga guerra del sudeste asiático, y la crítica situación mundial originada en la crisis monetaria mundial de 1971 y la crisis petrolera de 1973, facilitaron en la Argentina la emergencia de sectores económicos y políticos que impulsaban la modificación de los patrones de inserción internacional vigentes, postulando la diversificación de las relaciones económicas exteriores del país, con objetivos diversos y a veces encontrados, como el estrechamiento de las relaciones comerciales y diplomáticas con la URSS y los países del Este, o el fortalecimiento de la vinculación económica y política con los países de la CE; o bien la intensificación del intercambio y la integración económica en el ámbito latinoamericano en procura de un mayor margen de autonomía económica.
Estas disyuntivas programáticas tuvieron fuerte incidencia dentro de la heterogénea coalición que llevó al general Perón a su tercera presidencia, y signaron de aguda inestabilidad al gobierno del FREJULI y todo el proceso político que desembocaría en el golpe militar de 1976.




2.2.- El nuevo triángulo: cambio de la posición de Europa en las relaciones económicas internacionales de la Argentina

A comienzos de los '70 la Argentina experimentaba profundas transformaciones en el marco político interno y en sus relaciones económicas y políticas exteriores. En 1973, el peronismo volvía al gobierno en el apogeo de la marea nacionalista en América Latina y en todo el Tercer Mundo. En las dirigencias políticas y a nivel popular predominaba el rechazo a las prácticas de dominación impuestas por las potencias imperialistas y por las empresas "transnacionales" -fundamentalmente las norteamericanas-, y tenían gran peso las ideas favorables al desarrollo autónomo, al control nacional de los resortes económicos básicos y al consiguiente papel del Estado en la economía[6].
Dentro del nuevo gobierno, un sector, afín al pensamiento del gral. Perón, confiaba en la posibilidad de estrechar los vínculos económicos con Europa y con América Latina para contrarrestar, desde una perspectiva de "Tercera posición", las presiones originadas en la dependencia de las importaciones y de los recursos financieros del país respecto de los Estados Unidos -y de los organismos mundiales donde era decisiva la gravitación de esa superpotencia-; pero también para contrapesar la creciente fuerza de los sectores del "establishment" que procuraban aumentar las exportaciones agropecuarias mediante su reorientación hacia el mercado soviético. Otro sector político, con peso significativo dentro del Partido Justicialista y de la coalición de gobierno, representado por el sector empresarial que conducía la Confederación General Económica (CGE) y con fuerte presencia en la estructura económica estatal, subrayaba la necesidad de lograr la "transformación del aparato productivo" y de "reorientar el destino de nuestras exportaciones y la fuente de nuestras importaciones"[7], en la dirección que al año siguiente plasmarían los acuerdos comerciales firmados por el ministro Gelbard con la URSS y otros países de su bloque, que ubicarían posteriormente a la Unión Soviética en el primer lugar como socio comercial individual de la Argentina.
Ambas vertientes se hicieron notorias con el resurgimiento del proteccionismo norteamericano, ya que a partir de la crisis de 1971 los Estados Unidos venían aumentando su presión exportadora, lo que afectaba seriamente los mercados de exportación agropecuarios de la Argentina. Subsistía la no complementariedad entre ambas economías en el terreno de las producciones agropecuarias argentinas, lo que durante décadas había constituido una base objetiva para la perduración de corrientes anti-norteamericanas en el seno de las clases dirigentes del país, particularmente entre sectores terratenientes exportadores[8].
Así, mientras el intercambio comercial de los Estados Unidos con América Latina en su conjunto se había incrementado notoriamente, llegando en 1973 al nivel más alto alcanzado en diez años[9], se agudizaba al máximo la competencia norteamericana con las producciones argentinas en el mercado mundial.
Estos hechos suscitaron en el país un fuerte temor por los mercados externos, e hicieron resurgir en sectores terratenientes e intermediarios ligados a la exportación agropecuaria dos tendencias, promotoras de lineamientos distintos pero no necesariamente divergentes: por un lado, volver a afirmar la "tradicional" vinculación económica con Europa; por el otro, impulsar un mayor acercamiento comercial con la superpotencia soviética y el bloque del Este, que aparecían como potenciales grandes compradores de cereales y carnes. En junio y noviembre de 1971 se firmaron sendos convenios comerciales y de cooperación, de alcance trienal, entre la Argentina y la URSS y entre la Argentina y la CEE respectivamente -siendo, este último, el primero suscripto con un país latinoamericano[10].
A partir de la formación del Mercado Común y hasta fines de los '60 se había verificado un rápido crecimiento de las exportaciones argentinas hacia Europa. En ese período crecieron también las importaciones de origen europeo, aunque su gravitación era ya notoria desde el segundo gobierno del gral. Perón, cuando habían comenzado a competir con las provenientes de EE.UU.[11]. Y desde fines de la década de los '50 se aceleraba -paralelamente a las de origen norteamericano- la afluencia de empresas provenientes de los países de la Comunidad Económica Europea[12].
Sobre esta base creció y se consolidó en la Argentina un poderoso sector de terratenientes y de gran burguesía industrial de ya antiguo arraigo en el país y con fuertes vínculos comerciales y financieros con entidades empresariales y bancarias europeas; un sector que ahora se fortalecía en la misma medida en que se debilitaban la posición internacional de los Estados Unidos y los lazos económicos y políticos del país con esa superpotencia, y que promovía la "reorientación hacia Europa" de nuestras relaciones económicas internacionales como vía de superación de la crisis del sector externo.
A comienzos de los '70 se preveía mundialmente y a breve plazo una situación crítica de las reservas alimentarias globales. Por entonces, como hemos señalado, los países europeos tomados en conjunto seguían siendo el destino del grueso de las exportaciones argentinas. Sobre estas consideraciones se apoyó la estrategia que el general Perón formuló, antes y durante su última presidencia, de aprovechar la “guerra de las proteínas” para aumentar la exportación de alimentos y reactivar la antigua "relación especial" con Europa. Este sería uno de los basamentos claves sobre los que Perón se proponía erigir la "Argentina potencia", objetivo que ocupó lugar central entre las consignas programáticas del líder a partir de su retorno al país.
A mediados de 1973, el MCE aparecía como mercado seguro y duradero para las carnes argentinas (también para las de Brasil y Uruguay). En momentos en que se auguraba un período de privaciones y hambre en los países subdesarrollados como consecuencia de la insuficiencia de los recursos alimentarios, el notable aumento de las exportaciones agropecuarias argentinas en ese año alentó en el gral. Perón expectativas acerca de un papel relevante del país en el abastecimiento mundial de alimentos. En los hechos, y pese al relativo estímulo al desarrollo manufacturero nacional que significaron las leyes de promoción industrial y de radicación de capitales extranjeros dictadas a fines de 1973, aquellos lineamientos reflejaban los límites de la estrategia industrialista que había animado a los primeros gobiernos peronistas entre 1945 y 1952: Perón intentaba adaptar el desarrollo económico del país a la nueva situación internacional impulsando un nuevo auge de las exportaciones primarias como fuente de divisas y, consiguientemente, como base para la hipotética reconstitución de los antiguos objetivos peronistas de desarrollo autónomo y redistribución social.
Sin embargo, dada la notoria reactivación de la producción ganadera en los países de la CEE, esas expectativas serían de difícil realización. Efectivamente, durante 1974 el comercio argentino de carnes -uno de los principales rubros tradicionales de las exportaciones argentinas- descendió significativamente en volumen y valor, a raíz principalmente de la política impuesta por la CEE, que primero estableció restricciones a las importaciones de carne vacuna y luego las suspendió por completo. De modo similar al conjunto de los países latinoamericanos, entre 1971 y 1974 el comercio exterior argentino adquiere signo negativo (Cuadro 1 y Gráfico 1).


En consecuencia, promediando los ‘70 se hacía notoria una situación paradójica en la posición económica internacional del país: la apuesta de una parte de los grandes terratenientes argentinos por una nueva "relación privilegiada" con Europa, y las expectativas de Perón en el mismo sentido, se producían en el mismo momento en que la crisis monetaria y petrolera mundial imponía a las naciones europeas la retracción de compras e inversiones, y en que la Política Agrícola Común de la CEE priorizaba sus producciones nacionales, cerrando parcialmente a Europa como mercado para los productos argentinos.
La caída de las exportaciones agrícolas se agravó en 1975. Aunque se preveía llegar para 1976 a 400.000 toneladas en base a la demanda europea y norteamericana, esas exportaciones descendieron en un 10% respecto a las 289.000 tn de 1974 (debido, en parte, al aumento de la  demanda interna)[13].
En el marco conflictivo del comercio exterior argentino entre 1974 y 1975, determinado por la abrupta caída tanto en el volumen como en el valor de las exportaciones totales del país, es preciso subrayar nuevamente que la Comunidad Europea en su conjunto seguía siendo por lejos el principal destino de los envíos globales de la Argentina al exterior. Tomando los países individualmente, los principales receptores de productos argentinos eran Italia, los Países Bajos, España y Japón; pero la consolidación de la integración europea obligaba a considerar el intercambio comercial -así como las potencialidades desde el punto de vista financiero- desde un punto de vista regional, y en este sentido los países europeos superaban ampliamente a Japón, los EE.UU. y la Unión Soviética (Cuadro 2 y Gráfico 2).




Considerando el valor de las importaciones argentinas según su origen, el área comunitaria representaba asimismo el principal socio comercial del país (Cuadro 2bis y Gráfico 2bis), si bien la Argentina no constituía, a su vez, el principal partenaire de la CEE en Latinoamérica, siendo superada en ese carácter por Brasil, fundamentalmente a partir del auge del cultivo de la soja a fines de los '60[14] (Cuadro 3 y Gráfico 3).






Para algunos países comunitarios, de todos modos, nuestro país significaba un socio comercial nada desdeñable: el intercambio ítalo-argentino había alcanzado en 1972 a U$S 38 millones, nada menos que un 26% del total de U$S 145 millones del comercio italiano con toda América Latina[15].
Comparando el intercambio argentino con la Europa comunitaria y los Estados Unidos durante el quinquenio 1971-1975, surge otra característica notable: mientras las importaciones provenientes de los EE.UU. superaban notoriamente a las originadas en Europa en cuanto a volumen, éstas últimas registraban índices marcadamente superiores a aquéllas en valor[16]. Indicio, probablemente, de que ya hacia fines de los '60 los países de la CEE -y particularmente la República Federal Alemana- se habían convertido para la Argentina en fuente primordial de aprovisionamiento de productos tecnológicamente avanzados.
La presencia del capital europeo en la infraestructura industrial argentina también era significativa: sobre las cien mayores empresas industriales del país (tomando como criterio sus ventas anuales) 10 eran de propiedad estatal -entre ellas YPF, con mucho la de mayor facturación, y SOMISA, en el segundo lugar-; otras 17 eran estatales o de capital privado nacional asociadas en distinto grado al capital extranjero (principalmente estadounidense, alemán e italiano); 21 eran norteamericanas, 3 canadienses y otras 18 europeas (3 italianas, 5 inglesas o anglo-holandesas, 4 francesas, 3 alemanas, 2 suizas y 1 holandesa)[17].
La política de “apertura hacia el Este”, que recibió impulso en esos años, debe ser considerada dentro de este marco. Internamente era propiciada por los intereses de negocios comerciales, agrarios, industriales y financieros relacionados con los intereses soviéticos en la Argentina, favorecidos por la retracción de los mercados tradicionales europeos para la carne -y también la de los capitales de ese origen- debido a la recesión de las economías centrales en la crítica coyuntura mundial. De modo similar a los pactos con Gran Bretaña en la década del '30, los convenios firmados con Moscú por el ministro Gelbard en 1974 tendrían a la carne como uno de sus rubros principales.
Sin embargo, la restricción temporaria del mercado europeo a las exportaciones argentinas, aunque pudiera haber desencadenado entre los grandes terratenientes pampeanos un temor similar al originado por la famosa Conferencia de Ottawa de 1932 que desembocaría en el Tratado Roca-Runciman, fue sólo una causa parcial, o adicional, entre las que indujeron la mencionada "apertura hacia el Este" por parte del equipo económico de Gelbard.
Considerando la gravitación comercial, industrial y financiera de Europa en nuestra economía, la reorientación de nuestras relaciones económicas internacionales hacia los países de la órbita soviética emergía, en realidad, no tanto de una necesidad impuesta por las circunstancias de la economía mundial[18], sino como resultado de una estrategia de largo plazo, que reflejaba una divergencia sustancial con el proyecto del gral. Perón. Para éste, el "eje europeo" seguía siendo vertebral en el marco de una estrategia de diversificación que -sobre el trasfondo de la agudizada rivalidad hegemónica de las dos superpotencias- intentaba sustentarse nuevamente en el viejo principio doctrinario de la "Tercera posición". En cambio, para el equipo que formuló la política exterior durante el breve interregno de Cámpora, y para el grupo económico encabezado por el ministro Gelbard, la aproximación a Europa occidental constituía un elemento secundario dentro de una creciente reorientación del rumbo principal de la política económica exterior argentina hacia el bloque soviético, como se comprobaría posteriormente bajo la dictadura militar del general Videla.
El predominio de esta estrategia reflejó la fuerza que habían alcanzado en el Estado y en la economía los sectores terratenientes, financieros y militares que venían siendo impulsores de la misma desde hacía muchos años y con mayor fuerza desde comienzos de los '70[19]. La incertidumbre respecto de los mercados de exportación, y la necesidad de ampliarlos, actuaron, en realidad, como catalizador de este desarrollo. En el marco de esa reorientación, la existencia en la estructura económica argentina de poderosos sectores vinculados a intereses europeos -con fuerte influencia en las más altas esferas del Estado y de la política nacional- constituyó la base de una alianza de hecho que posibilitó el profundo redireccionamiento de las relaciones económicas internacionales argentinas de aquellos años.
Esa reorientación apuntaba -como señalamos al comienzo- a una versión modificada de la estructura "triangular" que había caracterizado a las relaciones internacionales del país, donde la Unión Soviética ocuparía ahora el vértice que anteriormente había correspondido a Gran Bretaña primero, y a Europa en su conjunto luego, como principal mercado para las exportaciones argentinas[20].
Por todo lo dicho, habida cuenta del peso decisivo que el capital europeo poseía en la estructura económica del país, la estrategia de "apertura al Este" implicó la convergencia de esa política con los intereses de sectores pro-europeos, para quienes el vuelco comercial hacia el mercado soviético aparecía como una vía posible para superar las dificultades -que se estimaban temporales- del intercambio de la Argentina con la CEE[21]. En la práctica esa política coincidía, también, con los propios intereses exportadores de las empresas cerealeras de origen europeo radicados en nuestro país, como Bunge y Born, y con los de grupos industriales y financieros del mismo origen preocupados por la “estabilidad” de la antigua vinculación económica con Europa.


2.3.- Las relaciones económicas con Europa occidental bajo el gobierno militar (1976-83)

A diferencia del lugar preponderante que las relaciones económicas y políticas con los países de Europa occidental, y en particular con los de la Comunidad Europea, habían ocupado en el diseño global de la política exterior del gral. Perón durante su tercera presidencia, bajo el llamado "Proceso de Reorganización Nacional" las naciones europeas disminuyeron su gravitación en las relaciones internacionales de la Argentina, como consecuencia de la intensificación de la pugna hegemónica en casi todo el Cono Sur entre las dos superpotencias -ambas con importante vinculación en la estructura económica y en la sociedad política del país-, del carácter represivo y antidemocrático del régimen militar y, posteriormente, del conflicto bélico con el Reino Unido por el intento argentino de recuperación de las Islas Malvinas (abril-junio de 1982).
El gobierno militar puso en práctica un plan económico caracterizado en lo esencial como de desindustrialización y de retorno -en nuevas condiciones históricas- a las líneas básicas del "modelo agroexportador"[22].
Durante el período inicial del gobierno militar, la coyuntura del comercio internacional favoreció la implementación de este proyecto. Pero la apertura importadora significó un brusco incremento en la introducción de bienes de consumo entre 1976 y 1979[23], y revertiría ya en 1980 el signo hasta entonces positivo de la balanza comercial argentina[24]. Ello, sumado a los efectos de la desregulación del mercado financiero, contribuyó a la gestación de un endeudamiento externo sin precedentes, que al culminar el período dictatorial comprometía, sólo en el pago de intereses, el 58% del valor de las exportaciones argentinas, y cuyo capital más que cuadruplicaba ese valor[25].
El año 1982 significó, en más de un sentido, un punto de viraje en la posición internacional del país. El conflicto del Atlántico Sur vino a coincidir con una dura coyuntura externa que, en una economía como la argentina, dependiente de sus exportaciones agropecuarias y del ingreso de capital extranjero, no podía más que agravar la crisis económica interna. La aceleración del ritmo inflacionario, el alto nivel de endeudamiento exterior y la producción récord de cereales en el país se potenciaban -en un contexto internacional signado por las tendencias recesivas que hemos señalado- contribuyendo a provocar una fuerte caída de los precios de exportación. En el caso de las carnes, la baja fue principalmente inducida por los altos excedentes de la CEE, ofrecidos en el mercado mundial a precios subsidiados, lo que convirtió a la Comunidad en exportadora neta y fuerte competidora de nuestro país[26]. A ello se sumó la pronunciada disminución de la oferta de fondos en el mercado internacional a partir de la “crisis de la deuda” latinoamericana, situación que para la Argentina se agravó durante y después del conflicto bélico con Gran Bretaña.
El proceso de concentración industrial operado por la política del gobierno militar conllevó el crecimiento -entre otras- de "empresas trasnacionales” originarias de países integrantes de la CE como la italiana Techint, la alemana Siemens y la francesa Renault, y de Suiza como la Brown Boveri[27]. Pero por otro lado, la reformulación agroexportadora de la economía argentina implicó un replanteamiento de las relaciones económicas del país con las grandes potencias mundiales. En este sentido, la orientación externa del gobierno militar consolidó la tendencia que terminaría afianzando al mercado soviético como principal destino individual de las exportaciones agropecuarias argentinas[28]. La URSS ocupaba el primer lugar (y la República Popular China el segundo) en las exportaciones argentinas, y habían desplazado a la Comunidad Europea, cuya participación, que en 1960 había alcanzado el 60%, descendió al 32,7% a fines de 1979[29]. La Comunidad Europea siguió siendo el origen de una proporción significativa de las importaciones argentinas; pero en cuanto a las exportaciones, en 1980, mientras la URSS absorbió el 33,7% del valor de los embarques de nuestro país, los nueve países de la CEE adquirieron el 27,1% y los países integrantes de la ALALC el 24,8%[30]. A su vez, Estados Unidos seguía siendo la fuente principal de créditos y préstamos, así como del mayor porcentaje de las importaciones argentinas.


2.4.- Malvinas: la Argentina frente a un bloque

La Guerra por las Islas Malvinas en 1982 vino a sumar el compo­nente mi­litar-estratégico a otros planos en donde la posición externa de la Ar­gentina estaba experimentando notables transformacio­nes desde comienzos de la década anterior, e implicó a su vez un cambio significativo en las relaciones internacionales del país y particularmente en sus relaciones con los países comunitarios.
En el marco de un mundo fuertemente bipolar, una parte sustancial de las relaciones económicas externas de la Argentina se hallaba concentrada en las dos superpotencias que se disputaban la hegemonía mundial. Sobre este trasfondo, más allá del carácter dictatorial del gobierno argentino de entonces, y de sus motivaciones y cálculos en relación a la recuperación de las Islas, el hecho puso en primer plano la reivindicación nacional de un país dependiente y perteneciente al tercer mundo frente a la perduración de una situa­ción colonial. En el polo opuesto del conflicto se hallaba Gran Bretaña, un país que reunía en sí las condiciones de gran potencia militar, miem­bro de la Comunidad Europea y principal aliado de una de las dos superpotencias que se disputaban el liderazgo mundial.
Como hemos visto en la primera sección de este trabajo, los países europeos habían dado repetidas muestras de sus aspiraciones a un papel más independiente en los asuntos internacionales -principalmente respecto de los Estados Unidos, de cuyo "paraguas" militar dependía la defensa de Europa-. Sin embargo, de cara a un conflicto en el que -en la percepción de aquellos gobiernos- por sobre la confrontación Este-Oeste primaba el clivaje Norte-Sur; y ante circunstancias que ponían en juego la fuerza de los vín­culos que unían a la Comunidad Europea con la alianza atlán­tica y afec­taban el presente y las perspecti­vas futuras de la integración polí­tica de Europa, los países de la CE terminaron conver­giendo, tras sus vacilaciones iniciales, en respaldo al socio comunitario y en la vereda opuesta a los reclamos de sobe­ranía de la Argentina, respaldados diplomáticamente por los demás países latinoamericanos. Ello tomó cuerpo en el embargo comercial impuesto por la CE a la Argentina entre el 16 de abril y el 22 de junio de 1982.
En consecuencia, la naturaleza de las relaciones europeo-latinoamerica­nas, tal como se reveló a raíz del conflicto del Atlántico Sur, no se apartó esencialmente del patrón tradicional de las relaciones externas de los países centrales respecto de los países periféricos. En la acti­tud de los países europeos no prevalecieron los la­zos históricos ni los importantes inte­reses económicos que muchos de ellos tenían -en vías de rea­lización o en proyecto- en la Argentina y en otros países de Latinoaméri­ca, ni aún la preocupación política de conservar y acre­centar la solidez de esos vínculos con las naciones de América Latina y del Tercer Mundo en general. Prevaleció, por el contrario, la solidaridad de los inte­reses intraeuropeos que, aún enfrentándose a aspiraciones caras a las naciones de nuestra región, resultaba más trascen­dente para el objetivo político del bloque comunitario, centrado en consolidar una posición que le permitiera terciar en la pugna estraté­gica global en el mundo bipolar.
A todo lo largo del nuevo período constitucional que sucedió al régimen militar, también en el plano de las relaciones económicas se hizo sentir la perduración de los efectos del conflicto argentino-británico de 1982, particularmente a través del tácito respaldo a la decisión del Reino Unido de imponer en 1987 (y ampliar en 1990) una zona marítima “de exclusión" alrededor de las Islas.


2.5.- Después del '83: una reaproximación conflictiva

La década de los '80 constituyó para América Latina lo que se dio en llamar la "década perdida", esto es, un período de serio retroceso en su desarrollo económico y social. El PBI per cápita era, en 1990, menor que el de diez años antes, y la Argentina mostraba, entre los países latinoamericanos, la caída más pronunciada[31]. A comienzos del período, las situaciones económicas latinoamericanas se caracterizaban por altos niveles de inflación y déficit fiscal -con el consiguiente deterioro de la educación, la salud y los servicios públicos en general-, al tiempo que la deuda externa ascendía a límites nunca conocidos y se reducía abruptamente la participación regional en el comercio mundial[32].
Las relaciones globales entre la Europa comunitaria y la región latinoamericana padecían de fuertes limitaciones, derivadas del gravoso endeudamiento de los países de la región, de la existencia en varios de ellos de regímenes dictatoriales, y de las prioridades estratégicas expresadas a través de las políticas comunes de la CE.
Ya antes de la suscripción del tratado de integración argentino-brasileño en 1986, se evidenciaron indicios de un vuelco del interés de la Comunidad hacia el nuevo eje Argentina-Brasil, tendencia que se acentuó después de la firma del acuerdo. Algunos dirigentes comunitarios asignaban un valor estratégico al fortalecimiento de esas relaciones en un escenario mundial en transición[33]. El Brasil y la Argentina eran además (en particular el primero), los principales receptores latinoamericanos de inversiones directas de origen comunitario (Cuadro 4) y la gravitación del capital europeo se acrecentaría a comienzos de los '90 -particularmente en la Argentina- como consecuencia del proceso de privatización de empresas estatales.


Tras el retorno al régimen constitucional en diciembre de 1983, el gobierno de Raúl Alfonsín evaluó que el proceso de institucionalización argentino constituía un marco favorable para la reconstitución de los vínculos con los países comunitarios, y -en el marco de una política económica que ratificaba el eje agroexportador[34]- dirigió parte de sus esfuerzos a recomponer y desarrollar las relaciones políticas y económicas bilaterales con los gobiernos europeos, particularmente los de Italia, España, Francia y Alemania. Las miras estaban puestas en conseguir apoyo económico, una actitud favorable al tratamiento político y no meramente comercial de la deuda externa argentina, y una reducción significativa de las restricciones que dificultaban el intercambio comercial bilateral.
Por entonces, la Comunidad Europea concentraba alrededor de la cuarta parte del comercio exterior argentino y, dentro de ella, Italia ocupaba el segundo lugar como importadora (después de los Países Bajos) y como proveedora (detrás de la RFA)[35].
Sin embargo, el apoyo político de esos gobiernos al retorno de Argentina al régimen institucional no significó concesiones especiales en el terreno económico. En los numerosos contactos de alto nivel sostenidos durante 1984, tanto en las capitales europeas (Madrid, Roma y París) como en Buenos Aires (visitas de los cancilleres alemán Helmut Kohl, y francés Claude Cheysson), siempre los dirigentes europeos subordinaron su respaldo al gobierno argentino al cumplimiento de dos condiciones: 1) el logro de la estabilidad económica, y 2) la firma de un acuerdo previo con el Fondo Monetario Internacional y la banca comercial acreedora. Esto es, los mismos requisitos que paralelamente planteaba el gobierno norteamericano.
Los estados comunitarios se constituían así, en la Argentina del mismo modo que en los demás países de América Latina, en representantes privilegiados del interés de los inversionistas privados de sus países. Durante el propio curso de las negociaciones sobre la deuda, los gobiernos de la Comunidad Europea plantearon reiteradamente ante sus pares latinoamericanos su insatisfacción por las reglamentaciones que regían la inversión extranjera privada, la conversión monetaria, las garantías cambiarias, el pago de patentes por tecnología, etc., subrayando la necesidad de que se "liberalizara" el régimen de la inversión externa[36].
A mediados de los '80, la precariedad de la posición internacional del país se agravó también a partir de la espiral de crisis en que ingresaba uno de sus principales mercados exteriores: la Unión Soviética. Por entonces, se hacían notorias las dificultades creadas en el comercio exterior argentino por el incumplimiento por parte de la URSS de los convenios cerealeros firmados con la Argentina, cuestionando la estrategia adoptada desde comienzos de los ‘70 por un importante sector de terratenientes y grupos exportadores que había promovido un rumbo de sistemático acercamiento comercial a la URSS con la expectativa de contar allí con un mercado asegurado, amplio y permanente.
"En un medio internacional regido por la lucha despiadada entre la Comunidad Económica Europea y los Estados Unidos por la colocación de su producción agropecuaria -expresaba a principios de 1986 el diario La Nación, haciéndose vocero de esos intereses-, el acuerdo argentino-soviético que asegura a nuestro país por cinco años la venta de una proporción sustancial... de granos exportables, no podría menos que calificarse de beneficioso(...) Asegura a nuestro país la colocación de sus cosechas más allá de las dificultades del mercado internacional"[37].

La vertical caída de las compras soviéticas de productos argentinos producida en ese mismo año desmentiría duramente esas expectativas.
A partir de comienzos de 1987, la política exterior del gobierno argentino ubicó el comercio en un plano más bien secundario y se orientó a establecer con varios países comunitarios tratados de "asociación particular", con objeto de facilitar las inversiones europeas en el ámbito privado del país, en particular en las empresas pequeñas y medianas (PYMEs).
Al tiempo que se desarrollaban negociaciones entre la Argentina y los países comunitarios, éstos subrayaron insistentemente su interés por alentar el proceso de integración regional -que desembocaría a partir de 1985 en la gestación del Mercosur- y estrechar los vínculos económicos con lo que se perfilaba como uno de los denominados "mercados emergentes".
El "Tratado para la Creación de una Relación Asociativa Particular", suscripto con Italia en diciembre de 1987, por la magnitud de las inversiones comprometidas, por los privilegios y garantías ofrecidos a los inversores, por las condiciones en que fueron concedidos los créditos, y por su condicionamiento a la permanencia del régimen democrático, configuró un tipo de asociación "especial" entre un país central y uno periférico, y en cierto modo prefiguró el "modelo" que seguirían en esos años otros acuerdos establecidos por la Argentina con España, Francia y Alemania.
El estrechamiento de las relaciones económicas con los países europeos se daba sobre el trasfondo de la profunda crisis del imperio soviético, acelerada por la política de reformas de Gorbachov, quien esbozaba por entonces sus propias líneas de aproximación a la Europa comunitaria a través de su propuesta de una integración europea extendida "del Atlántico a los Urales".
Los acuerdos bilaterales practicados con los países europeos sentaron las bases para la negociación de un amplio convenio de cooperación económica con la CE. Las tratativas se iniciarían a fines de 1989, ya instalado el gobierno del presidente Menem, y sobre la base de la continuidad de la política -ya en curso- de aproximación argentino-británica. Ello volvía a revelar la solidaridad de los intereses comunitarios en lo fundamental de sus relaciones con los países del mundo "no desarrollado".
Significativamente, el acuerdo argentino con la CE sería suscripto el 2 de abril de 1990, aniversario de la Guerra del Atlántico Sur. Incluyendo una cláusula que recoge el "Fundamento democrático de la cooperación", el convenio estableció un "marco general" para impulsar la cooperación comercial, económica, agropecuaria, industrial y tecnológica, en función de lo cual ambas partes se concedieron el trato de nación más favorecida y se constituyó una comisión especial para estudiar las posibles vías de eliminación de barreras comerciales arancelarias y no-arancelarias. Nuevamente, es preciso tener presente la fuerte gravitación del conjunto de los países comunitarios en el comercio internacional argentino: hacia fines del período, los países de la CE representaban globalmente poco menos del 30 por ciento del total de las exportaciones y de las importaciones del país, lo que seguía configurando una verdadera posición de fuerza en las negociaciones comerciales y financieras de la Argentina con la Comunidad (Cuadros 5 y 6)[38].





Durante los años ‘80, más allá de las posturas diplomáticas de la CE de respaldo a los procesos de democratización regionales y a los acuerdos de integración en curso, las relaciones birregionales -y dentro de su marco las relaciones argentino-comunitarias- permanecieron largamente obstaculizadas por una serie de factores[39].
En la cuestión de la deuda, los países comunitarios insistieron en reclamar la suscripción de acuerdos previos con el FMI, e incluso recurrieron a presiones más o menos abiertas cada vez que los países de la región esbozaron la posibilidad de formar un "club" de países deudores para encarar una negociación colectiva con las potencias europeas. Téngase presente que -según el listado completo de los deudores privados que la revista El Periodista publicó a fines de 1985- algunos grupos económicos europeos figuraban entre los que habían acumulado mayor proporción de la deuda externa privada del país bajo el gobierno militar, entre ellos Cogasco (capitales holandeses); AUSA (españoles); grupo Roberts-Alpargatas, Banco de Londres y Pirelli (ingleses; la última controlada por Dunlop y con minoría de capitales italianos); y Techint (italianos).
En lo que respecta al intercambio, los dirigentes europeos subrayaban su crítica a las tendencias hacia el bilateralismo en el comercio birregional, y recomendaban en cambio una estrategia de irrestricta "integración al mercado mundial"[40]. Subsistían, por otra parte, las trabas que las disposiciones proteccionistas de la Política Agrícola Común de la CE interponían al comercio bilateral. Más del 70% del gasto comunitario estaba destinado al sostenimiento de los sectores agrícola y pesquero: en 1990 esas subvenciones superaban los 133.000 millones de dólares, frente a 74.000 millones de los EE.UU. y 59.000 millones de Japón[41]. La PAC había convertido a la CE en un poderoso exportador de alimentos, produciendo una espiral ascendente en los subsidios agrícolas mundiales y dificultando las relaciones con otros países exportadores, entre ellos la Argentina. Por otra parte, al cabo de la década, la "Ronda Uruguay" del GATT no había arribado a acuerdos sustanciales. En ella se evidenció el choque de intereses entre Europa y los Estados Unidos, el mantenimiento por parte de ambos de elevados subsidios agrícolas y la proliferación de mecanismos restrictivos no arancelarios por parte de las grandes potencias exportadoras.
Así, las expectativas argentinas en el sentido de un posible retorno a relaciones "preferenciales" con Europa se vieron sistemáticamente frustradas. Criticando la perduración de ese "mito" en las clases dirigentes argentinas, L. Mármora ha señalado que en nuestro país
"está aún muy arraigada la idea de que las trabas comerciales de la Comunidad Europea son un mero accidente histórico... En lugar de asumir tan empecinada realidad, la Argentina se fue adecuando, pero manteniendo intactas y vivas las expectativas de poder restaurar en algún momento ese esquema tradicional basado en un comercio internacional libre en el que las potencias industriales serían importadoras netas de materias primas agrícolas y en el que la Argentina podría hacer valer sus ventajas comparativas naturales. La creencia de las clases dirigentes argentinas en esas ventajas tiene mucho de anacrónico..."[42].




CONCLUSIONES


Durante los años '70, signados por la doble crisis mundial de las finanzas y del petróleo, en el marco crítico y de disminución global de las ventas de nuestro país al exterior, los países europeos tomados en conjunto seguían siendo los principales clientes de las exportaciones argentinas, y ocupaban también un lugar destacado como proveedores de capital industrial y financiero.
La relativa disminución de las compras europeas a la Argentina como consecuencia de la crisis mundial y de la creciente autosuficiencia comunitaria en productos primarios hizo naufragar las expectativas del gral. Perón en una reactivación de la relación comercial con Europa, y facilitó el redireccionamiento de las relaciones económicas del país hacia el bloque soviético. Numerosos indicios, sin embargo, dejan entrever que la promoción de tal reorientación de nuestras relaciones económicas internacionales contó con el acuerdo, e incluso el impulso, de poderosos intereses industriales y financieros ligados a Europa en la Argentina. Por lo demás, la política de "aproximación" a Moscú coincidía con la estrategia de buena parte de las dirigencias europeas (Pompidou, Brandt) en búsqueda de un mayor grado de autonomía respecto del aliado norteamericano, y con los propios intereses exportadores de origen europeo radicados en nuestro país, como vía de superación de la crisis del intercambio con Europa.
Después de 1976, la política de "apertura económica" del "Proceso de Reorganización Nacional" generó una deuda externa de dimensiones hasta entonces desconocidas y una fuerte concentración del capital. Grupos industriales, comerciales y financieros originarios o ligados estrechamente a capitales de países integrantes de la CE y europeos de países no comunitarios figuran entre los que más crecieron durante el período.
Sin embargo, la continuidad y reafirmación de la política de aproximación comercial a la Unión Soviética iniciada a comienzos de la década anterior -y que se prolongaría hasta 1986-, devino en el replanteamiento de una nueva y particular "relación triangular", comparable a la que se había conformado durante la década del '20 con Gran Bretaña y los Estados Unidos. Mientras la URSS siguió siendo hasta esa fecha el principal cliente individual de las exportaciones argentinas, los Estados Unidos tenían una participación decisiva en las importaciones y en el endeudamiento externo del país. Los lazos con Europa occidental deben ser vistos en interacción con esta nueva relación triangular respecto de ambos centros de la disputa bipolar.
En los '80 se generaliza el proceso de "globalización" productiva y financiera, que hacia mediados de la década evidencia rasgos profundamente contradictorios. Al tiempo que se impulsa la liberalización comercial y financiera, el proceso "globalizador" coexiste con -e intensifica- una creciente tendencia a asegurar mercados externos mediante la formación de bloques comerciales vinculados a las grandes potencias, con los consiguientes efectos de proteccionismo (subsidios) y regionalización.
En el marco de la llamada "década perdida", las relaciones económicas de América Latina con los grandes centros mundiales y con la CE en particular estuvieron signadas por dos cuestiones fundamentales: la deuda externa y las subvenciones de las potencias a sus exportaciones primarias a través de la Política Agrícola Común (PAC).
Pese a ello, la "carta europea" continuó ocupando un lugar importante en las opciones políticas que definieron la inserción de la Argentina en la economía mundial bajo el gobierno constitucional de Alfonsín. Este buscó recomponer y desarrollar las relaciones políticas y económicas bilaterales con gobiernos europeos como los de Italia, España, Francia y Alemania. Sin embargo, el apoyo político de esos gobiernos al retorno de Argentina al régimen institucional no aparejó concesiones especiales en el terreno económico. Al igual que las de otros países de la región, las relaciones económicas argentino-comunitarias siguieron caracterizándose por su asimetría: las acciones efectivas de cooperación comunitaria con la Argentina y de respaldo a la reinstauración del régimen constitucional no trascendieron, en lo fundamental, del ámbito diplomático y -como se desprende del análisis de los tratados "particulares" suscriptos entre 1987 y 1989 con Italia, España, Alemania, Francia y la Comunidad- priorizaron los intereses comerciales y financieros de los países europeos. En la cuestión de la deuda, los países comunitarios reclamaron la suscripción de acuerdos previos con el FMI e insistieron en su tratamiento caso por caso y como un problema meramente comercial y no político. Como consecuencia, el rumbo de la renegociación de la deuda externa encarado desde 1984 por el gobierno constitucional, pese a la inicial intención de suspender los pagos hasta evaluar su monto y legitimidad, implicó la gradual supeditación a los objetivos de política económica pautados por las instituciones financieras internacionales regidas por las grandes potencias.
De este modo, a fines del período las relaciones entre nuestro país y la CE resumían los problemas más críticos y conflictivos que afectaban el vínculo entre la Comunidad y los países latinoamericanos en su conjunto: la política agrícola comunitaria y el proteccionismo comercial, la dureza frente a la crisis de endeudamiento y la irresolución de la cuestión de fondo respecto al conflicto por las islas Malvinas.
En un escenario internacional dominado por la crisis y el derrumbe de la superpotencia ex soviética y por la circunstancial reafirmación de la hegemonía mundial norteamericana -predominantemente militar y financiera-, la política exterior argentina se orientó decididamente desde comienzos de los '90 hacia el establecimiento de relaciones preferenciales con los Estados Unidos. Al compás de estos procesos, el Cono Sur se convierte crecientemente en terreno de la competencia económica y estratégica entre bloques mundiales, mediatizada por los diversos rumbos de política económica y exterior de los gobiernos argentinos y brasileños.
Al mismo tiempo, el avance del proceso de integración regional a partir de los acuerdos argentino-brasileños de 1986 tuvo desde sus orígenes un pilar fundamental en las relaciones comerciales y financieras del área con Europa occidental. Esto preanunciaba tendencias que aflorarían en los ‘90: en marcha ya el Mercosur, el predominio de Europa en el comercio exterior del área y la fuerte presencia inversora de ese origen (sobre todo en Brasil, pero también en la Argentina) fue insinuando, sobre el trasfondo de la recurrente competencia mundial, una tendencia contrapuesta a las orientaciones económicas y políticas propiciadas desde Washington en el hemisferio a partir de la llamada “Iniciativa para las Américas”.
En el caso argentino, las relaciones con Europa hunden sus raíces en la historia y en la conformación estructural de su economía y de su inserción en el sistema económico y político internacional.
En el período aquí estudiado (1970-1990), aún opacadas por la agudeza de la competencia bipolar y por un período de predominio de los vínculos económicos de la Argentina con el “Este” y de endeudamiento creciente con la banca occidental y principalmente norteamericana, las relaciones argentino-europeas siguieron desempeñando un papel fundamental en la evolución de las orientaciones económicas y políticas internacionales del país.



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[10].- BCRA, Memoria 1971, p. 62. Lanús, Juan A.: De Chapultepec al Beagle, p. 110.
[11].- Rapoport M. y Spiguel C.: Estados Unidos y el peronismo...
[12].- La Ley de inversiones extranjeras sancionada durante la presidencia de Frondizi (diciembre de 1958) dio mayor impulso a un proceso que se había iniciado con la Ley 14.222 promulgada por Perón en 1953, y que había dado lugar a la instalación en el país de Kaiser y Mercedes Benz en el sector automotor, y de algunas fábricas de tractores y empresas químicas y electromecánicas. En el período de los primeros gobiernos peronistas, inició también su operatoria en el país la empresa Fiat, que en los años ‘60 pasaría a ser la principal corporación privada extranjera. Igualmente comenzó la actividad del grupo ítalo-argentino Techint, extensión de la empresa Dálmine de Milán.
[13].- La Nación, 11/2/76, p. 2.
[14].- Devoto, Rubén: La Comunidad Europea y las exportaciones..., p. 26.
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[18].- En su libro El oro de Moscú (Bs. As.,...), Isidoro Gilbert expone la interpretación que encuentra la causa determinante de la expansión de las relaciones de la Argentina con la URSS en el cierre de los mercados europeos en la coyuntura de entonces.
[19].- Rapoport, M.: La Argentina y la Guerra Fría. Opciones económicas y estratégicas de la apertura hacia el Este (1955-1973). En Ciclos en la historia, la economía y la sociedad, Nº 8, Bs. As., 1er. semestre de 1995.
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[21].- "Desde que la Unión Soviética se ha ubicado en el primer lugar de los clientes de cereales argentinos, no ha cesado de repetirse el estribillo de la presunta dependencia argentina de su cliente... -escribía en 1984 Roberto T. Alemann, funcionario del área económica bajo el gobierno de Frondizi y ministro del gral. Galtieri durante el régimen militar de 1976-83, vinculado a los capitales suizos a través de la compañía eléctrica CIADE (Italo) y representante en la Argentina de la Unión de Bancos Suizos-. Conviene recordar que la Unión Soviética es el principal cliente de cereales argentinos e importante comprador de carnes, cueros, lanas, vinos y algunos otros productos, porque Europa occidental ha dejado de comprar muchos de esos productos en la medida en que lo hacía antaño... La Argentina ha demostrado conducirse como proveedor confiable cuando el gobierno de Washington presionó para imponer un embargo cerealero en represalia por la invasión soviética de Afganistán...". Roberto T. Alemann, en Todo es Historia Nº 207, julio 1984, p. 4.
[22].- Azpiazu D., Basualdo E. M. y Khavisse M.: El nuevo poder económico (Bue­nos Aires, 1986); Ciafardini H.: Argentina 1976-1983: la estrategia de desindustrialización de la dictadura. En Crisis, inflación y desindustrialización en la Argentina dependiente (Agora, Bs. As., 1990); entre otros.
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[28].- Rapoport, M.: La posición internacional de la Argentina y las relaciones argentino-soviéticas. En Argentina en el mundo, 1973-1987. Buenos Aires, 1988.
[29].- Russell, Roberto: Un año de política exterior...
[30].- Vacs, Aldo César: Los socios discretos..., pp. 82-84.
[31].- CEPAL: Balance preliminar de la economía de América Latina y el Caribe, 1991.
[32].- Comunidades Europeas, Comité Económico y Social: Relaciones Comunidad Europea-América Latina, 1993, p. 442.
[33].- Así lo revelan, por ejemplo, opiniones que Régis Debray -asesor del presidente francés Mitterrand- dio a conocer en 1987. Débray recomendaba a los europeos que, "en lugar de irritar inútilmente a los Estados Unidos en Centroamérica sin beneficio para los intereses propios", acentuaran su presencia en "esa segunda América Latina que estaría escapando de la influencia estadounidense". En Mármora, Leopoldo: La percepción europea de los acuerdos de cooperación entre la Argentina y Brasil. En Síntesis Nº 4, Madrid, 1988.
[34].- Rapoport M. y Buonuome R.: Las políticas económicas: 10 años enla búsqueda de la confianza perdida. En AA.VV.: Por 100 años de democracia, Bs. As., 1993.
[35].- Comercio Exterior Argentino, 1984-1989.
[36].- Urquidi, Víctor: Hacia una nueva relación económica entre Europa y América Latina. En Síntesis Nº 4, Madrid, 1988, p. 165.
[37].- La Nación, 2/2/1986.
[38].- Esos cuadros muestran también el crecimiento de la ALADI y en particular de Brasil como mercado para las exportaciones argentinas.
[39].- Ver La Comunidad Europea y el Mercosur. Una evaluación comparada. M. Rapoport y A. Musacchio coord., cap. VIII.
[40].- Mármora, Leopoldo: La percepción europea..., pp. 301-3.
[41].- Kennedy, Paul: Hacia el siglo XXI. Barcelona, 1993, p. 341.
[42].- Mármora, Leopoldo: La percepción europea..., pp. 303-4.